EL PAíS › OPINION

De lechuza a campeón

 Por Mario Wainfeld

Hugo Moyano le habrá agradecido a Dios, porque es religioso, evangelista para más datos. Apenas pasada la curva de los 60 (es clase 1944, el menor de cuatro hermanos, el único varón) accede a ser secretario general de la CGT, el sueño de cualquier dirigente sindical peronista. Comenzó a competir en ligas mayores a principios de 1994, cuando fundó el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA). Le place narrar que arrancó muy de abajo, cuando apenas pasada la adolescencia se conchabó como “lechuza” (ayudante de chofer) en una empresa de transportes. Hoy es conductor, dendeveras, no ya de camiones. Le sobran motivos para agradecer a Dios. También debería reconocer que algo le debe al modelo neoliberal (o al menemismo, su expresión nativa). Y a sus competidores sindicales. Y a sí mismo, claro.
- Gracias, Menem-Cavallo: El crecimiento de los gremios vinculados al transporte se vinculó estrechamente a los (lamentables) cambios estructurales acaecidos en la década del ’90. Las privatizaciones dinamitaron la estructura ferroviaria que aludía a la ambición de tener un país integrado. Consiguientemente, hubo un crecimiento explosivo del transporte terrestre de mercaderías y de pasajeros, lo que incrementó la importancia de los gremios como los camioneros y la UTA. Con muchos afiliados, sueldos razonables e implantación nacional, Moyano llegó a armar una CGT rebelde, cuya columna vertebral fueron los gremios de transporte. En el otro extremo del sube y baja, transcurrrió la consunción de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y del Smata que recién el último bienio recuperaron número, presencia, capacidad de negociación, salarios decorosos. En el futuro, algo tendrán que decir, pero para “esta” CGT la UOM y el Smata llegan tarde.
- Gracias, compañeros: Pegar y negociar, tal la táctica permanente de Augusto Timoteo Vandor, líder de la UOM y cegetista en los ’60. Esa praxis de un hombre silencioso tiene su mejor continuador en el verborrágico Moyano.
La desaparición del máximo estado benefactor de América latina y del pleno empleo dejaron inerme a un sindicalismo incubado en esa bonanza. Carlos Menem lo hizo, también una dirigencia que llevó su corrupción a extremos nefandos. El desempleo, el fantasma del despido, el pánico ulterior a las hiperinflaciones hirieron la combatividad de los trabajadores de a pie. En parte por el contexto, en parte por su propia torpeza y corrupción, los dirigentes de la CGT tradicional quedaron confinados (se autocondenaron) a un oficialismo bobo, de magros réditos. Sus últimas veras lides fueron contra Raúl Alfonsín. Luego, con Menem y hasta con Fernando de la Rúa, la oposición les era un arcano.
La Central de Trabajadores Argentinos (CTA), nacida como un conjunto de gremios del Estado, fue desde el vamos un proyecto opositor. Los primeros meses del actual gobierno gatillaron algunas cavilaciones, pero parecen haber quedado atrás. Por decisión ideológica, por representar a un sector agredido en los ’90 y postergado en la recuperación de 2003 en adelante, la CTA siempre fungió como opositora.
Las gentes de Moyano pudieron bisagrear mejor, jugar en dos tableros. A ellos les quedó la proverbial capacidad “de parar el país”. También podían pelear condiciones de labor. Así Moyano (puesto a contrera) pudo participar de la imponente Marcha Federal del ’94, convocada por la CTA contra el menemismo. Pero también pudo concertar acciones conjuntas con los Gordos de los que se burla pero nunca se alejó demasiado.
Esa amplitud táctica tiene mucho que ver con su unción de ayer.
- Canto a mí mismo: El Negro Moyano no fue manco ni inerte ni mero beneficiario del clima de época. Varias astucias le valieron estar donde, al fin, está. Una de ellas, que lo distanció de la CGT tradicional, fue la de ocupar la calle. Moyano siempre supo hacerse ver en los actos. Fue precursor en eso, de cara a los otros, de cara a los medios masivos. El color verde que identifica a los muchachos del camión supo pulular en pancartas individuales, pecheras, gorritas. Hoy ese cotillón es una costumbre instalada, fueron sus huestes pioneras en valerse de ellas.
Los sindicatos históricos del peronismo pueden, aunque usted no lo crea, aún hoy mover gente para los actos. Pero les cuesta mucho, les falta gimnasia, oxidados por años de sedentarismo. Los camioneros, sus oponentes, sí lo saben. También son capaces de hacerse sentir si de piñas (o de cosas peores) viene la mano. La calle, en actos o en paros, le dio un plus a Moyano.
Adorna al jefe cegetista una intuición mediática no menor. Ha tenido apariciones públicas enérgicas, rústicas quizá pero memorables. Su pelea con Patricia Bullrich, su célebre mención a la Banelco le dieron visibilidad en el centro de la oposición a un gobierno que se caía a pedazos. Por no hablar de la vez que, acaso con menos de cien compañeros, cercó el Congreso y consiguió una formidable repercusión (favorecida por la torpe represión del gobierno de Fernando de la Rúa, que produjo una herida a Julio Piumato).
- Perón a flor de labios: Ya son contados los dirigentes justicialistas que citan asiduamente a Perón, a menos que estén subidos a algún palco o con un micrófono a mano. Moyano es uno de ellos. Sus referencias a Perón y a Evita son más que recurrentes, aun en un diálogo reservado o casual. Le agrada evocar que nació en un hogar peronista, un tópico caro a los sindicalistas. El celo de la propia identidad a menudo frisa con el sectarismo respecto de los que no califican como “perucas”. Ninguna movida política de un político avezado depende sólo de esas cosas, pero algo habrán tenido que ver algunas acciones pasadas de Moyano. Por ejemplo, su entusiasta intervención en la interna abierta del Frepaso en pro de José Octavio Bordón contra Carlos “Chacho” Alvarez a quien siempre fulminó como un tránsfuga del movimiento.
También habrá primado en su entusiasta adscripción a Adolfo Rodríguez Saá. Néstor Kirchner (y ni qué decir Cristina Fernández de Kirchner) le parecieron durante añares muy poco peronistas. Fueron audibles las críticas del camionero a esos dirigentes tan desafectos a la estética, a la marchita, al refranero peronista. Durante la campaña electoral de 2003, los circunstantes de Moyano escucharon denuestos o sarcasmos contra esa falta de pertenencia. Sin embargo, su relación con el actual oficialismo no ha sido muy tormentosa. Por lo pronto, es palmario que moderó su verba y su combatividad en el último año. Ayer mismo, en su primer paseo como secretario general, fue a la Casa Rosada y comprometió su presencia en el acto de lanzamiento de hoy en La Plata. El poder tiene razones que el corazón ignora.
- Final abierto: Decir que es inteligente es hacerle poco favor. Es agudo, buen observador, socarrón y de lengua afilada. Hay quien dice que depende demasiado de su socio, Juan Manuel “Bocha” Palacios, más frío, más cerebral, más callado que él, muy poroso con la dirigencia empresaria. Hay quien dice que tiene demasiado cerca a Luis Barrionuevo, una bestia negra del Gobierno. Y hay quien suma dos y dos para concluir que donde están Luisito y el Bocha (si hay paella de por medio mejor) suele “parar” Enrique “Coti” Nosiglia.
Hay quien cuenta que es demasiado permisivo con su hijo Pablo, hoy a cargo del sindicato, a quien sindican como agravando sus defectos y careciendo de sus virtudes.
Siendo como es, no le ha ido mal medido según sus ambiciones. El Gobierno no tuvo injerencia en su designación pero tampoco la tomó muy mal.
Su estrella fulguró en años de desdicha para los laburantes. Ahora las cosas han cambiado algo, pero nada será como cuando su infancia marplatense o sus comienzos como lechuza. La fragmentación sigue partiendo a la clase trabajadora. Algunos pertenecen a sectores que rondan el pleno empleo, con posibilidad de negociar salarios dignos. Otros, cuanto menos la mitad, sobreviven apenas con mal trabajo, magros sueldos, precariedad. Una multitud sigue siendo desocupada estructural. Habrá que ver qué hace la CGT frente a ese cuadro epocal, más complejo y menos propicio que el de los viejos tiempos. Habrá que ver también si Moyano saca a la central obrera de un culpable letargo que le hizo ignorar, entre otros datos finiseculares, que los desocupados son también trabajadores tan necesitados de representación como los que pueden parar la olla.

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