EL PAíS
El largo adiós del radicalismo
Por Sergio Moreno
“Van camino a la extinción; y si Alfonsín llega a ser presidente del partido, le da el tiro de gracia.” La frase precedente pertenece a un alto funcionario del Gobierno. Fue emitida antes de las elecciones del domingo pasado, como un dato de lo que decían por entonces las encuestas más que por una premonición. La declinación del partido más viejo de la Argentina no es una novedad, viene ocurriendo desde 1989 y la breve rentreé de Fernando de la Rúa prestidigitó a una provisoria ilusión de recomposición, que duró lo que la vida de las mariposas. Lo novedoso es que estos comicios aceleraron la desaparición de los radicales de los grandes centros urbanos –con la excepción de Mendoza–. Por si no bastase, el Gobierno se ha lanzado a capturar a los pocos correligionarios con predicamento en algunas provincias. Coligado al peronismo en algunos distritos, a pesar de su sobrerrepresentación en el Parlamento, el radicalismo nunca estuvo tan cerca de dejar de ser lo que alguna vez fue.
Raúl Alfonsín, sabedor de que la frase que abre esta nota encierra una cierta malicia pero a la vez algún grado de verdad, declinó ayer su aspiración de tomar las riendas del Comité Nacional, deseo que había expresado cuando, mediante una maniobra, desplazó a Margarita Stolbizer de la candidatura a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires para reemplazarla por Luis Brandoni. Golpeado por los resultados electorales, ayer reconoció el error de aquella movida.
Pieza central de la caída libre de la UCR, el ex presidente tomó una decisión que se pareció mucho a una despedida. El paso al costado trajo alivio al titular del radicalismo, Angel Rozas –que postula para su sucesión a Stolbizer–, y a los mendocinos Julio Cobos, actual gobernador, y Roberto Iglesias, patrón del partido de esa provincia.
El radicalismo no ha podido o sabido sobreponerse a las sucesivas debacles que lo condujeron hasta este momento de su historia. Los cuatro años que mediaron desde el infausto 2001 hasta el presente sirvieron para profundizar su decadencia. Su representación parlamentaria se menguó y, a pesar de que mantiene la segunda minoría en la Cámara baja, su incidencia es cada vez menor. En el Senado, el peronismo devenido kirchnerista no lo necesita para aprobar leyes. Su identidad está en crisis.
Y para colmo, el Gobierno se ha lanzado a asimilar a los dirigentes más representativos y con inserción social que le quedan. Néstor Kirchner ha fomentado tal avance. Ricardo Colombí, gobernador correntino que ganó una banca en Diputados, podría ser tentado con un curul en el gabinete nacional; el santiagueño Gerardo Zamora abrió sus listas de candidatos a diputados a los centuriones del patagónico; una parte del radicalismo misionero se sumó a las mesnadas de Carlos Rovira; Julio Cobos no pudo hacer lo mismo en Mendoza –tras las gestiones realizadas por Alberto Fernández y Juan Carlos Mazzón– porque Iglesias, que comanda el aparato partidario, se opuso; el rionegrino Miguel Saiz mordió el polvo a manos de una alianza entre Miguel Angel Piccheto y el frepasista Julio Arriaga; y el fueguino Jorge Colazo arengó a la reelección de Kirchner mientras rompía su carnet radical en un mismo acto, antes de que lo suspendan en su cargo de gobernador.
En otros distritos, dejaron pasar al ángel. En San Luis, por ejemplo, operadores del gobierno nacional les ofrecieron compartir listas. Un enviado de la Casa Rosada le propuso al titular de la UCR provincial el siguiente acuerdo: que el candidato a senador nacional por la minoría sea Daniel Pérsico, a quien las encuestas lo ubicaban en esa posición, y que, habida cuenta de que al Frente para la Victoria no le alcanzaban los votos para colar un diputado nacional, unir fuerzas y que los radicales pongan el candidato a tal banca y su porcentaje de votos. Jorge Agúndez, senador radical, quería su reelección. Le dijo a CFK que la alianza podría ser si él fuese el candidato. “¿Si nosotros tenemos garantizado que Pérsico entra, por qué le daríamos la banca?”, le respondió el negociador kirchnerista a la senadora. La propuesta no varió; los radicales dijeron que no; a los tres diputados nacionales se los llevó Adolfo Rodríguez Saá.
En Córdoba, otrora bastión del partido centenario, salieron terceros detrás de Luis Juez. Todos los intendentes radicales de las grandes ciudades del interior perdieron en sus distritos.
En Santa Fe, donde formaron parte de la coalición ganadora, el triunfo fue inequívocamente de Hermes Binner. Tributaron la gran red de alcaldes que poseen pero, sin el socialismo, el radicalismo santafesino no hubiese podido conseguir las bancas que obtuvo.
Muchos dirigentes radicales tratan de morigerar el mal momento explicando que cuentan con un vasto entramado de intendentes en todo el territorio nacional. Sin embargo, y a modo de ejemplo, en la provincia de Buenos Aires las fidelidades a la boina blanca no son lo que solían ser. Por tomar uno –y hay muchos–, en Saladillo Cristina Fernández obtuvo el triunfo con el 39,99 por ciento de los votos, seguida por la UCR con el 31,62 por ciento; pero por los cargos a concejales, la UCR se impuso con el 39,33 por ciento y el Frente para la Victoria salió segundo, con el 22,09 por ciento. El corte de boleta habla claramente de las lealtades. En San Isidro, Vicente López y otros tantos distritos la conducta de los correligionarios fue similar a la mencionada.
El panorama para el antiguo partido radical es más que incierto. La avanzada oficial para sumarlos al Gobierno desgranará aún más a este partido que ya conoce de desgajamientos recientes. Si bien tanto al ARI como a Recrear no les fue todo lo bien que esperaban, quienes ahí están no regresarán a las líneas de los correligionarios.