EL PAíS › OPINION
Populistas vs. neo-republicanos
Por Jorge Luis Bernetti
El populismo se constituyó, en América latina, como adversario de las oligarquías tradicionales y del expansionismo norteamericano.
En América latina, el liberalismo conservador, la mirada imperial y la izquierda tradicional condenaron al populismo.
Variables diversas como el cardenismo mexicano, el trabalhismo de Getulio Vargas y, por cierto, el peronismo con su coronel a la cabeza, fueron fustigados -.simultáneamente– por su presunto freno a las aspiraciones de cambio social y también como protagonista de esas mismas transformaciones, fustigadas por oligarquías y los EE.UU.
Desde que en la Rusia zarista de fines del siglo XIX los militantes de Narodnaia Volia (La Voluntad del Pueblo) luchaban contra la autocracia por un socialismo agrario, el populismo apela a la categoría “pueblo”. La izquierda clásica atacó ese concepto enarbolando, con exclusividad, el antagonismo clasista. El concepto pueblo regresa, en estos tiempos, para servir como un instrumento más apto para rearticular a los desunidos, divididos y empobrecidos.
El eje teórico del bloque dominante atribuye hoy al kirchnerismo perfiles y sentidos que navegarían entre el autoritarismo y el hegemonismo. La advertencia enuncia remedios conocidos: equilibrar el poder, hacer funcionar las instituciones, exaltar un abstracto estilo republicano, defender al periodismo independiente amenazado por el poder político. Y el combate contra la corrupción, fenómeno que el populismo incrementaría. Y no olvidar, la derogación de las retenciones impositivas agrarias, gavela expropiatoria. O la eventual capacidad “ahuyentadora de capitales” del Gobierno. Y hasta la puja contra la Iglesia conservadora.
Convergen en esta batería de comunes lugares de lo políticamente correcto la derecha liberal-conservadora de Macri y López Murphy, el justicialismo bonaerense ortodoxo, el radicalismo contradictorio, en fuerte competencia con el arismo progresista matizado.
El frente opositor en construcción se define por un neo-republicanismo que coloca a valores procedimentales e institucionales en la producción de actos del Estado como subordinante de la democracia, en un acto de expropiación liberal. Una república antagónica con la democracia y que audita a ésta para condicionar a las mayorías.
Para el bloque neo-republicano el Gobierno no es ni democrático, ni popular ni progresista, es populista. Advierte contra la eventualidad de una peligrosa radicalización.
El reagrupamiento en dos bloques es el fenómeno político argentino. Con izquierdas y derechas en sus propios marcos y con la posibilidad de que algunos de sus integrantes emigren en sentido contrario.