Sábado, 9 de septiembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
El voto negativo de Estados Unidos para que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) concediera un préstamo a la Argentina, que de todos modos fue otorgado, reanimó el debate sobre la inserción del país en el mundo tras la caída de la política de alineamiento automático con Washington. Ese voto fue también una especie de advertencia, más bien leve, ya que previamente la representación norteamericana había anunciado que se abstendría. El tránsito de la abstención al voto contrario tiene significancias en el lenguaje de la diplomacia y en el de las finanzas internacionales.
Pero la actitud norteamericana en el BID contrastó esta misma semana con los esfuerzos del embajador Gregory Schulte, delegado norteamericano ante la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), para destacar la posición argentina con relación al desarrollo nuclear en Irán. Son discusiones, una en las finanzas y otra en la geopolítica, que corren por andariveles diferentes, pero que dan una idea del espacio en el que transcurren las relaciones entre los dos países, un espacio donde las coincidencias y los enfrentamientos no son absolutos, donde las discusiones no son terminales, sin rupturas ni discursos ideologizados, pero que mantiene una línea de tensión que produce irritación en el país del Norte.
Desde el cambio de votación en la ONU sobre el caso Cuba, a Washington le resulta trabajoso establecer campos de interacción con la diplomacia argentina. El lanzamiento del ALCA y los tratados bilaterales de libre comercio fueron rechazados por el Mercosur, incluso antes de que se sumara Venezuela. La incorporación posterior de este país a la alianza regional y las intervenciones de su presidente, Hugo Chávez, fueron usados para intentar asimilar las posiciones internacionales de los países que conforman el Mercosur con el discurso más ideológico del venezolano. Desde el neoliberalismo y los nostálgicos del alineamiento automático, la incorporación de Chávez levantó una ola de críticas que buscó como mínimo que Brasil y Argentina se desmarcaran de Venezuela. Hubo advertencias por un supuesto alineamiento de la política exterior de ambos países conosureños con Chávez y se dio pie a una incipiente campaña macartista.
Pero las economías de los países del Mercosur los llevan a incursionar en planos distintos, según sus intereses. En el caso de Venezuela, el papel prácticamente excluyente que juega la explotación petrolera le exige un protagonismo que no tienen Brasil ni Argentina en el mundo árabe, donde se encuentran los demás grandes exportadores de hidrocarburos. Es difícil que una gira internacional de las diplomacias de Argentina o Brasil eligiera la misma ruta del petróleo que siguió Chávez en su itinerario de hace pocos días. Los puntos donde se acercan posiciones se dan sobre todo en el continente. Y el que más irrita a Estados Unidos es sin dudas el respaldo de Buenos Aires y Brasilia a las aspiraciones de Venezuela a ocupar un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Voceros de los intereses norteamericanos en América latina, afines con las derechas políticas de cada país, se quejan de que el presidente George Bush presta poca atención a la región y presentan a la confluencia de los gobiernos de Cuba, Bolivia y Venezuela como el surgimiento de un polo que pone en peligro un supuesto statu quo internacional, que en los hechos está cada vez más desdibujado. En esa mirada, Venezuela es la cabeza del misil, con asesoramiento cubano y respaldo de Bolivia. Y los gobiernos de Brasilia y Buenos Aires serían algo así como idiotas útiles que les prestan cobertura institucional en los foros internacionales.
Lo cierto es que Brasil y Argentina tienen la desgracia de que sus economías no son complementarias, sino bastante parecidas, lo que los lleva a compartir más espacios internacionales que con Venezuela. Así, Argentina respaldó las posiciones de Brasil y la India contra los subsidios a las economías de los países centrales, en las discusiones que se dieron en la Organización Mundial del Comercio. Aunque de esta manera no hacían más que defender sus economías, lo cual es entendible incluso para las potencias, se convirtió en otro punto irritativo para Washington, ya que responsabilizó a los dos países por el fracaso de la ronda de Doha. Hubiera preferido una defensa más concesiva, o sea que expresaran sus desacuerdos pero que dejaran que las cosas siguieran su rumbo.
Asimismo Brasil y Argentina fueron críticos con la propuesta de reestructuración que presentaron el directorio del Fondo Monetario Internacional y los países del G-7, porque aumentaba el poder de voto de los países desarrollados y al mismo tiempo proponía más participación para el sector privado. Según se informó, el Mercosur asistirá a la próxima asamblea anual del FMI, en Singapur, con una posición propia, frente a la que impulsa Estados Unidos.
Pero los dos países conosureños tampoco coinciden siempre, como sucedió con el caso iraní, donde Brasil estuvo más cerca de la posición venezolana a favor de Irán.
La poca atención que prestaría el Departamento de Estado a la región es relativa. De hecho, primero fueron las presiones para el alineamiento diplomático contra Cuba, después fue el ALCA y después los tratados bilaterales de libre comercio que han producido incluso cierto ruido en el interior del Mercosur por las tentaciones del gobierno uruguayo en ese sentido. Ahora, frente a la candidatura de Venezuela para el Consejo de Seguridad, Washington lanzó la de Guatemala en un intento frustrado de separar a Brasil y Argentina de la candidatura de Chávez. Pero Venezuela ya cuenta con muchos más votos que los pocos que pudo reunir Guatemala.
La realización de un acuerdo comercial entre La Habana y el Mercosur, concretada en la última reunión de Córdoba, se introduce en un ámbito sensible para la actual administración norteamericana que ha redoblado el bloqueo contra la isla y destina públicamente millones de dólares para financiar la desestabilización de Cuba. En este punto los argumentos norteamericanos son débiles porque llegan incluso a contradecir su convocatoria mundial contra el terrorismo y protegen a connotados terroristas anticastristas, como Luis Posada Carriles. Las afinidades ideológicas en el Mercosur con la Revolución Cubana son diferentes, pero en general, todos coinciden en denunciar el bloqueo y en la necesidad de integrar a Cuba al ámbito latinoamericano.
La idea de alineamiento automático se basaba en la existencia de un mundo unipolar bajo la hegemonía excluyente de Estados Unidos. Desde esa visión, cualquiera que se desmarcara sufriría las consecuencias desastrosas del aislamiento. Pero el proceso que se ha dado en el planeta desde los años ’90 tiende a mostrar otra realidad –como lo anuncia Immanuel Wallerstein–, donde Estados Unidos mantiene parte de su poderío pero pierde su condición hegemónica excluyente a partir del surgimiento de múltiples polos de mayor o menor fuerza económica y política: China y los tigres asiáticos, India, la Unión Europea, el Mercosur, Rusia y demás. Esa protomultipolaridad abrió espacios que eran impensables en otra época.
Los que mantienen aquella visión estática del neoliberalismo de los ’90 hacen comentarios irónicos sobre un aislamiento de Argentina que en realidad no se ha producido pese a que no hay más alineamiento automático. Ninguna inversión ha dejado de venir por ese motivo. Otros advierten que se trata de un ciclo corto basado en los buenos precios internacionales de las materias primas. Pero las transformaciones en el escenario mundial parecen darle la razón a Wallerstein y no a los neoliberales y explican mejor por qué existe el Mercosur y por qué Estados Unidos está obligado cada vez más a conceder espacios y a negociar cuando antes era palabra santa.
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