Lunes, 2 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Póngase cualquiera en el lugar del columnista y advierta que, mientras éste escribe las siguientes líneas, no sabe si López es el producto de un extravío psicológico tan terrible como sólo personal. O si en efecto lo secuestraron y asesinaron. Más desafiante todavía: en el mismo momento en que el lector lee esta columna, puede estar anoticiándose de qué le pasó a López. Y entonces el comentarista corre el riesgo de quedar preso en un papelón analítico. Papelón si determina que a López lo desaparecieron y es lo contrario. Y papelón si estipula que López está perdido por ahí, y es lo contrario.
Sin embargo, ésa es una sensación –y certeza, a la vez– donde lo primero que cuenta es de qué modo el periodista elude el riesgo de equivocarse para no perder rango de credibilidad, o de respeto profesional, frente a sus consumidores y colegas. ¿Qué hace entonces el periodista? Juega a dos puntas, sin comprometerse con nada. Juega a “esperemos, que por algo los familiares de López tampoco quieren decir que lo secuestraron”, y juega a “qué terrible que sería si en verdad lo secuestraron”. Eso se llama displicencia, a más (o antes) que cobardía. Porque la apuesta, en definitiva, consiste en que, pase lo uno o lo otro, el periodista no quedará descolocado. Y en realidad, el caso de López sí da, y de sobra, para jugarse a opinar cierta cosa con la seguridad de que no importa cuál sea el desenlace.
Surge muy fuerte el episodio Cabezas-Yabrán-Duhalde-Rata-Bonaerense-Horneros. Surge en su antes, su durante y su después. ¿Qué fue lo único seguro de ese asunto que conmovió a un grueso de la sociedad argentina? Que todo podía ser cierto (y puede continuar siéndolo). Podía ser cierto que la rata le había tirado el cadáver de Cabezas a Duhalde, para trabar sus intenciones presidencialistas cuando él, la rata, buscaba el hueco para la recontrareelección. Podía ser cierto que la política institucional jamás intervino y que sólo se trató de que Yabrán mandara a escarmentar al periodismo molesto a través de Cabezas. Podía ser cierto que Yabrán no ordenó que mataran al fotógrafo y que a su jefe de seguridad, y a los lúmpenes orgánicos de la Bonaerense, se les hubiera ido la mano. Podía ser cierto que la mano se les hubiera ido a los lúmpenes-rateros mandados por los lúmpenes mayores. Todo podía ser cierto. Esa era y es la clave. Porque si todo podía ser cierto, lo único importante es que, para que lo fuera, “algo” (el Estado, alguna de sus estructuras) o “alguien” (uno, varios, muchos) habían dejado de hacer lo que tenían que hacer. Controlar a quienes eran herederos de una lógica y operatoria mafiosas, desmantelar el aparato represivo y tributario de ambas, operar sobre empresarios poderosos acostumbrados a esas prácticas, descartar la violencia como habitualidad de campaña. Todo eso, algo/alguien no lo hizo. Carácter transitivo: el culpable fue un sistema. El sistema.
Ahora veamos si hay alguna diferencia con el caso de López, en materia de verosimilitud. Y recordemos que no nos importa nada si algo de todo esto es cierto: sólo interesa si acaso todo puede ser cierto.
López sufrió un colapso emocional tras testificar contra uno de los torturadores y asesinos más bestiales de la dictadura. Declaró contra él, frente a él, y acabó no soportándolo. Se fue de su casa. Se quiere saber dónde pero no se puede. Por más sabuesos y afiches y peinados de terreno que se desplieguen, el impacto resultó tan inmenso, tan aterrador respecto de él mismo, de López, que el mismo López, en su “extravío” que no lo sería tanto, está cuidándose de que lo descubran. O bien, ni siquiera estaría haciendo eso. ¿Es verosímil? Sí, es verosímil. A López lo levantó una patrulla perdida de alguna banda que conservan Etchecolatz & Cía., desligada de la actual conducción fáctica de la Bonaerense. ¿Es verosímil? Sí, es verosímil. A López lo secuestró una patrulla que sí responde a la actual conducción fáctica de la Bonaerense, queriendo decir esto que a Arslanian se lo fuman en pipa, y que la asociación ilícita conformada en y por la policía de la provincia de Buenos Aires tiene juego propio para hacer cuanto se le antoje si así lo decide, porque estaríamos hablando del acto bizarro de cargarse a un testigo al toque de su declaración. ¿Es verosímil? Sí, es verosímil. Lo de López es raro, según dijo Hebe de Bonafini, pero no porque no se sabe si el hombre está perdido o lo secuestraron sino por la razón de que no es un militante “tradicional” de la izquierda: es habitante de un barrio de policías y con hermano policía. Está muy mal que Hebe anteponga el presunto perfil del presunto secuestrado, como si se tratase de no escandalizarse por el hecho en sí. Pero, ¿la hipótesis afiebrada de que el caso es una maniobra para perjudicar al Gobierno, con López como partícipe, podría ser verosímil? No, pero el pequeño detalle es que Hebe dice semejante cosa a la salida de entrevistarse con Kirchner. En consecuencia, hasta lo más desatinado genera dudas e hipótesis.
Se tome lo que se tome, nos encontraremos con que no se cuidó a un testigo como se debía; o con que el desmantelamiento del aparato represivo no es tal en la profundidad que debe; o con que la SIDE no sirve para nada que no sean “carpetazos” o espiar periodistas y organizaciones sociales; o con que no se controla dónde van a parar los purgados de la Bonaerense; o con que no se chequea quiénes testifican en los juicios contra represores. Si se hace eso, el desenlace del caso, cualquiera sea, dejará a salvo el análisis del periodista pero no por la especulación de si López está perdido o secuestrado, sino por la realidad de que, esté como esté López, queda claro, otra vez, lo demasiado que falta para sentirnos más seguros. No seguros a lo Blumberg: seguros por la conciencia, y la voluntad política en serio, de que hace falta muchísimo más que discursos, y gestos, y juicios, para acabar con las rémoras de la dictadura. Que operan por omisión u acción. Pero como sea, operan.
Operan porque, más allá de la buena voluntad de esas palabras, esos gestos o esos juicios, no hay la eficiencia o, más grave, la decisión definitiva de terminar con esta gente.
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