Lunes, 2 de julio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por J. M. Pasquini Durán
Conservar la ofensiva política es una de las características centrales de la gestión del presidente Néstor Kirchner. En las últimas semanas, la combinación de una serie de circunstancias desafortunadas, aunque de diferente relieve, habían colocado al Gobierno en posición defensiva, hasta de retroceso en algunos aspectos. Las sospechas de corrupción derivadas de la evasión fiscal de la empresa Skanska, las restricciones al consumo impuestas por la crisis energética y las derrotas electorales en la Capital y en la patagónica Tierra del Fuego, para citar las más obvias, pero de ninguna manera las únicas en la lista de preocupaciones, obligaban a un movimiento que regresara la iniciativa y el centro de la atención pública a la Casa Rosada, a fin de retomar la ofensiva. El gesto también era previsible, aunque no todos los adversarios –Lavagna y Carrió, por citar dos entre varios– querían creerlo: confirmar la nominación de la senadora Cristina Fernández como candidata del Frente para la Victoria para la renovación presidencial de octubre próximo.
Desde fines del año pasado, cuando menos, era una decisión que acunaba el matrimonio Kirchner, pero desde hace meses el Presidente jugó con la idea como si fuera un acertijo a resolver. El gastado chiste sobre ¿pingüino o pingüina? o, como especuló hasta el jueves último en San Juan, ¿volveré como primer caballero en lugar de la primera dama?, eran recursos retóricos para instalar la idea de la candidatura en la sociedad y también en el peronismo y los aliados del Gobierno, más que la expresión de auténticas dudas. Con el mismo aire disciplente que mereció la promoción de Daniel Scioli para competir por el primer distrito del país, ayer el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, confirmó la nominación de la senadora y dio detalles sobre el acto formal del anuncio, que será en La Plata, ya que Cristina Fernández está en el Senado nacional representando a los bonaerenses. A lo mejor le tocó al jefe de los ministros porque, según se dice, tendrá a su cargo la jefatura de la campaña, pese a que la conducción de esa tarea estará en las manos del matrimonio y, sin duda alguna, de la propia candidata, a la que le sobra carácter y experiencia para manejar su propio destino.
Sería absurdo suponer que podía haber interna abierta en el Frente para la Victoria a fin de elegir a la candidata, porque supondría situaciones de todo tipo con el padrón del PJ, pero tal vez hubiera sido pertinente que la proclamación hiciera un recorrido desde las bases en lugar del recoleto ámbito doméstico de la pareja. El problema es que no hay a la vista ninguna representación válida para cumplir con la promoción –a la manera de la CGT auspiciando la candidatura de Eva Perón, a mitad del siglo pasado–, puesto que los Kirchner afirmaron su popularidad pero no lograron construir una fuerza orgánica, ya sea partido o movimiento, en cada distrito del país. Ayer, por ejemplo, el tradicional gobernador Marín de La Pampa perdió la reelección, pero en la puja el gobierno nacional no tenía candidato propio para esa provincia, como no lo tuvo en la Capital ni para otros territorios. La realización de esa fuerza –“la organización es lo único que vence al tiempo”, decía Perón– sería la tarea personal de Néstor Kirchner, si la banda presidencial queda en manos de su esposa.
Las encuestas –si todavía son confiables– anticipan que la senadora nominada podría ganar en primera vuelta, puesto que le adjudican más del 40 por ciento de votos a favor y una diferencia con el segundo de no menos de 15 puntos. A partir de la victoria de Macri-Michetti en la Ciudad de Buenos Aires, en las opiniones de la derecha empezó un auge de entusiasmo sobre el futuro. Hubo comentaristas que llegaron a teorizar sobre la aparición de una “nueva derecha”, ajena al fascismo represivo y al fundamentalismo liberal de lo que sería la “vieja derecha”, que vendría a ser el polo opuesto al oficialismo actual. Un dibujo en la arena, ya que ninguna fuerza política emerge de un día para otro y porque la descripción es por ahora una expresión de deseo antes que una realidad probada. Lo más probable es que los candidatos opositores florecerán como cantero en primavera, tratando de quedarse cada uno con un pedazo de electorado, a ver si pueden impedir que la candidata K alcance el tope mínimo que fija la Constitución para quedarse, de una, con la victoria.
En el mitin de La Plata es posible que se anuncie al segundo de la fórmula, con el gobernador mendocino, el radical Cobos, como el favorito, ya que sólo una posición semejante podría retener a la mayoría de los radicales con la K escrita en la frente. A partir de allí se abrirá un par de meses de enormes inquietudes, a medida que cada posible candidato trate de acomodarse en las listas que aprobarán los Kirchner, en primer lugar Cristina, así como hoy la última palabra la tiene Néstor. En varias oportunidades, el Presidente se refirió al próximo período como la oportunidad para reafirmar y profundizar las políticas públicas contra la pobreza y el desempleo, la vigencia de los derechos humanos y la integración sudamericana. En sus palabras, el país habrá salido del infierno y, como ya no existe limbo por decisión papal, llegará al purgatorio, antesala a su vez del paraíso tantas veces ofrecido en vano. A lo mejor por las decepciones pasadas o por la propia fragilidad de época, lo cierto es que provoca escalofríos todavía imaginar al país demasiado lejos. Puede ser que una mujer elegida en las urnas inaugure otra tradición diferente. Es una incógnita más, entre las muchas abiertas desde hoy.
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