EL PAíS › OPINION

Un cambio del eje

Por Eduardo Aliverti

La visita de mister O’Neill generó algunas sensaciones y operaciones sobre las que vale la pena detenerse. Sobre todo en cuanto a sus efectos.
Lo más fácil de reconocer es esa sensación de repugnancia que habrá sentido hasta el tilingo más recalcitrante, viendo a una personalidad significativa y desbocada del salvajismo norteamericano en un comedor popular, jugando al rompecabezas con infantes a los que el libre mercado sólo reserva el destino del hambre o la marginalidad. Ese fue el asco primario. Pero enseguida sobreviene el ligado a las fantasías que dibujaron el gobierno argentino y la mayoría de los medios y comunicadores de alcance masivo, en torno de los presuntos resultados de la gira de O’Neill.
Han querido vender como si tal cosa que está al caer el acuerdo con el Fondo Monetario, que técnicamente, en el más paradisíaco de los casos, sólo supondría una postergación de los vencimientos con los organismos multilaterales de crédito. Ni siquiera se trata de plata fresca. Han hablado de la extraordinaria “ayuda” a Brasil como símbolo de un cambio en la actitud de Washington hacia la región, y se han permitido ocultar que el único sentido de ese aporte es condicionar al futuro gobierno hasta extremos desconocidos en la relación de los brasileños con los entes internacionales. Han mostrado el respaldo a Uruguay como otra revelación de aquella supuesta novedad, y han pretendido esconder que el objetivo primordial es destruir la banca pública.
No tienen moral. Y por mucho que se trate de la expresión obvia, gubernativa y comunicacional, de una derecha corrupta y decadente, es necesario apuntarle porque lo contrario supone el acostumbramiento a la malicia.
Sin embargo, la buena nueva es que algo parece seguir despertando en esta sociedad frente a esos artilugios. Porque la movilización de muchos de sus sectores profundiza consignas cuya sola mención valía el descrédito hasta ayer nomás. Ahora, en cambio, lo vergonzante es insistir con las recetas liberales de siempre y, salvo los gurkas patéticos del menemismo (expresados como tales o guarecidos bajo dinosaurios como López Murphy o Patti), la derecha debe disfrazarse con discursos de centroizquierda so pena de arriesgarse al incendio social y electoral.
No es un dato menor. Porque en principio –muy en principio, es cierto—podría implicar un cambio de eje respecto de quiénes, y desde dónde, sostienen la ofensiva.

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