Miércoles, 17 de octubre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Nestor Abramovich *
El domingo electoral que se viene trae, al menos, un par de certezas: que se vota en las escuelas y que muchos de los que habrán de votar por primera vez son estudiantes o lo fueron antes. Hay allí dos congruencias entre escuelas y elecciones que pueden ser aceptadas como casuales o, por el contrario, interrogadas: ¿late en las escuelas la política?; ¿vibran la democracia y su historia en las aulas?; la convocatoria a la participación ciudadana ¿comienza camino al cuarto oscuro?
Créase o no, se siguen escuchando en muchos cotidianos escolares algunas prescripciones tan autoritarias como simplistas: “Esto es un colegio y la política es para los comités”; “no podemos enseñar sobre el pasado reciente; está muy fresco para ser tratado, es muy violento para mentes jóvenes”; “por ahora son alumnos: van a poder pensar y opinar cuando sean grandes”. Pero los tiempos cambiaron, la vida entró a la escuela y los muros simbólicos que separaban el afuera del adentro escolar fueron arrasados junto con los paradigmas de la Modernidad.
Y hay mucho para aprovechar, más que para lamentarse, de este ingreso de lo vital al ámbito escolar, de estos nuevos sentidos de lo educativo.
Que la democracia, la política y la participación asienten en las aulas es una tarea compleja que no reside en la elección de las autoridades escolares por parte de los estudiantes. Sí, en cambio, en moldear escuelas en las que los contenidos de estudio sean puestos en cotejo con la actualidad mediante la indagación de sus múltiples tramas y territorios; en las que los chicos participen de proyectos comunitarios y culturales; en las que tengan palabra y parte; en las que su curiosidad derive en deseo de aprender para saber; en las que no haya censura previa para ninguna pregunta; en las que toda búsqueda de respuestas requiera de trabajo cooperativo y respeto por los puntos de vista divergentes.
Muchísimos jóvenes descreen de la política como herramienta transformadora. Mientras tanto, los políticos no aceptan ser interpelados en profundidad ni suelen exponer ni debatir proyectos de país. Algunos candidatos sostienen que ya no se trata de discutir ideas y son, como se dijo días atrás en este diario, comentaristas de los problemas sobre los que tendrían que operar. Para colmo, la televisión los granhermaniza exponiendo al desnudo sus recursos más bajos, lo que –en algunos casos– no resulta difícil. Hay fuerzas políticas que parecen agencias de colocaciones y postulantes surgidos de castings.
Frente a todo eso que entraña riesgos para nuestra democracia, la escuelas están llamadas, una vez más, a una resistencia contracultural.
Por estos días y con enorme esfuerzo, claro, maestros y profesores tenemos que poder promover y contener en el lugar del aprendizaje cuestiones políticas tales como las próximas elecciones, el accidente de los chicos de Ecos y sus derivaciones, la condena judicial a Von Wernich, los ambientalistas versus Botnia. Y siguen las firmas.
Bien lo vale: la preocupación por la política y la preocupación por la educación son dos en una.
* Especialista en Educación. Director del Colegio de la Ciudad.
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