Miércoles, 17 de octubre de 2007 | Hoy
El jefe del gobierno español, Rodríguez Zapatero, rechazó el plan de Ibarretxe de llamar a referéndum sobre el futuro vasco.
Por Oscar Guisoni
desde Madrid
José Luis Rodríguez Zapatero respondió con un sonoro portazo a la pretensión del presidente del gobierno vasco, Juan José Ibarretxe, de realizar un referéndum para decidir sobre el futuro de la región el 25 de octubre del próximo año. El no que el gobierno socialista venía anticipando desde que se conoció el plan soberanista del lehendakari (gobernador) del País Vasco se puso en escena ayer en el Palacio de La Moncloa, cuando el primer ministro español recibió al líder del Partido Nacionalista Vasco.
Ambos dirigentes hablaron durante más de dos horas y media sin llegar a ponerse de acuerdo. Al final del encuentro, el premier socialista hizo pública su decisión en una conferencia de prensa en la que explicó que la Constitución española no permite que un gobierno regional realice este tipo de consultas populares sin la autorización del Estado o del Parlamento nacional, en el caso de que el referéndum tenga carácter vinculante. Y obviamente su gobierno no va a dar esa luz verde que le exigen los nacionalistas moderados vascos. Por su parte, Ibarretxe también compareció ante los medios al final del encuentro para ratificar su decisión de llevar a cabo la consulta, una medida política que amenaza con darle más de un dolor de cabeza al gobierno español en los próximos meses. Nadie sabe todavía con qué instrumentos legales tratarán los socialistas de impedir que el gobierno regional celebre el citado referéndum, aunque la mayoría de los analistas políticos locales coinciden en señalar que lo más probable es que Juan José Ibarretxe tense la cuerda hasta el punto previo a la ruptura para después retirar la propuesta, como ya hizo en su momento cuando presentó su plan de transformar a Euskadi en un Estado libre asociado al reino de España, una idea que también mereció el rechazo en su momento del gobierno y de la oposición encarnada en el Partido Popular.
El líder del PP, Mariano Rajoy, hizo uso ayer de su habitual soberbia cuando se enteró de los resultados de la reunión entre Zapatero y el líder vasco, afirmando que el primer ministro socialista le dijo a Ibarretxe “lo que yo le hubiera dicho”. Rajoy había pedido días atrás a Zapatero que expresara una contundente negativa a la propuesta, con el interés de atribuirse luego parte de los beneficios políticos, aunque quedó ligeramente en ridículo cuando uno de los segundos de a bordo, el valenciano Eduardo Zaplana, expresó que la respuesta de Zapatero había sido “demasiado timorata”.
En el trasfondo de todo el ruido mediático que ha ocasionado la iniciativa política del lehendakari vasco se encuentra, como no podía ser de otro modo, la banda terrorista ETA, cuyo objetivo ha sido siempre el de conseguir la independencia de Euskadi. Según la lectura política en la que coinciden tanto socialistas como conservadores, realizar esta consulta ambigua –Ibarretxe afirma que es para decidir “sobre el futuro vasco”, aunque se cuida de hablar de independencia– es hacerle el juego al grupo separatista, dándole un oxígeno político del que ahora carece.
Llevar a cabo el referéndum con ETA todavía activa, sostenían ayer varios dirigentes socialistas y populares al unísono, significaría instalar el tema de la soberanía en primer plano no sólo en el País Vasco, sino también en todo el territorio español. Por parte del PSOE, que siempre ha mantenido una posición más flexible y negociadora de cara el conflicto vasco, aceptarle a Ibarretxe esta propuesta con las elecciones generales de marzo próximo en puerta equivaldría a un suicidio político.
En el PP, en cambio, razonan de otra manera. Mientras que los nacionalismos moderados de Cataluña y el País Vasco continúen con su deriva soberanista los populares tienen una bandera gratuita para agitar de cara a las elecciones. El principal partido de derecha nunca vio con buenos ojos el intento fallido de negociar con ETA que llevó a cabo Zapatero durante los primeros años de su gobierno y no se privó de hacer oposición pública con esto. Además, en los últimos meses no ha dejado de agitar la bandera del nacionalismo español, y todo hace suponer que éste será su eje argumental durante la campaña electoral. De hecho, Mariano Rajoy irrumpió la pasada semana, horas antes de la celebración del 12 de octubre –máxima fiesta patria–, con un discurso inédito emitido por todos los medios de comunicación en el que, emulando al francés Nicolas Sarkozy, llamaba a sacar la bandera española a los balcones y a defender una identidad que, hasta ahora, nada ni nadie ha puesto en peligro. Sus asesores, afirman los socialistas, le han dicho que éste es el único tema electoral que le puede dar réditos y Rajoy parece dispuesto a aferrarse a él como a su única tabla de salvación de cara a los malos resultados que, hasta el momento, le auguran las encuestas, que lo sitúan entre 4 y 6 puntos por debajo de Zapatero. Una vez más los nacionalismos, que tanto detestan en su discurso público la cerrazón de la derecha española con respecto a este espinoso tema, le están sirviendo en bandeja la posibilidad de llegar al poder en 2008.
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