Sábado, 15 de diciembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Una semana de aceleración, de rachas fulminantes. Como dicen los magos: las manos van más rápido que la vista. Un hecho tras otro que apenas dieron tiempo a respirar y reflexionar. Un país de locos. Desde el domingo, con la reunión de los presidentes que firmaron el acta de nacimiento del Banco del Sur, hasta el jueves, que apareció el torturador Héctor Febres envenenado en su cárcel de privilegio. Y en el medio, la asunción el lunes de Cristina Fernández de Kirchner con un discurso a capella que tuvo un fuerte impacto en la sociedad, un conato de rebelión gremial el martes con palabras de Hugo Moyano, difíciles de interpretar desde fuera de la interna sindical, y el miércoles el nuevo estallido del escándalo de la valija, esta vez por intermedio de una fuerte operación política de un sector del establishment norteamericano que trató de interferir en la relación entre Argentina y Venezuela.
De la fundación del Banco del Sur se ha escrito mucho, sobre su importancia financiera y geopolítica, pero las crónicas periodísticas fueron cortas para transmitir el clima de ese encuentro, que en algún sentido es tanto o más importante que el hecho concreto que motivó la reunión. La camaradería entre Morales, Chávez, Kirchner, Lula, Correa y hasta el mismo Duarte Frutos, los gestos de confianza y afecto, de profundo entendimiento de la trascendencia que tienen esos vínculos, eran imposibles de informar desde la crónica pura. En los discursos y en las bromas que se prodigaban uno a otro había códigos y señales que daban a entender que la relación se ha construido estos años sobre más elementos de los que han llegado a las redacciones: comunicación permanente entre ellos, confianza, apoyos silenciosos en situaciones críticas, coordinación de políticas, división de tareas y demás. No hubo discursos formales, de ocasión, realmente parecía un grupo de camaradas políticos muy enfocados en una construcción estratégica trascendente para sus países en cuanto al momento de América latina.
Un síntoma de madurez es que hayan podido construir esa relación por encima de las diferencias que obviamente existen entre cada uno de ellos. En otra época esas diferencias habrían bastado para anular cualquier intento de acercamiento. Un dato de peso para entender lo que ocurrió unos días después es que la creación del banco fue una propuesta de Chávez y que fue importante la intervención de Kirchner para convencer a Lula. Quedaba la duda de si la inminente presidenta iba a mantener la relación con Chávez en el mismo tenor. Cuando habló esa noche, la develó: lo calificó de “militar patriota”.
El lunes, Cristina Fernández se convirtió en presidenta de la República, la primera mujer elegida por el voto en Argentina, y debe ser la primera en el mundo que recibe bastón y banda de su marido. Dos motivos que la obligaban a demostrar que se ganó ese lugar por mérito propio. Eligió un camino doblemente difícil al no leer y al optar por un discurso de contenidos. Sin sobreactuación, como pasó en algunos actos de la campaña, y contenida a pesar de la emoción, logró un fuerte impacto en la sociedad, incluso entre muchos de los que no la votaron o lo hicieron con dudas.
Pero este país no da tiempo para sentarse a tomar aire. Ya el martes, al hablar en un acto de trabajadores de aguas gaseosas, el líder de la CGT y los camioneros advirtió que “si el Gobierno no respalda los intereses de los trabajadores, los trabajadores estaremos en la vereda de enfrente”. No era una declaración de guerra, pero sí una señal de que el tablero sindical, una pieza estratégica del acuerdo social que quiere motorizar la presidenta, se estaba moviendo. Algunos lo interpretaron como un pataleo porque se le pidió que el lunes no movilizara su gente a la Plaza de Mayo. También se dijo que era una demostración de malestar por los pocos espacios legislativos y de gestión que obtuvo para la nueva etapa. Es probable que ambos motivos pesaran, pero lo real es que Moyano trata de reagrupar sus huestes ante una fuerte ofensiva de los Gordos, sus viejos adversarios, que habrían logrado captar a Barrionuevo y los llamados independientes para reemplazar al camionero en la CGT por Gerardo Martínez, de la Uocra, o Andrés Rodríguez de UPCN, cuando se reúna el Comité Central Confederal en junio del próximo año.
El miércoles –no habían pasado dos días de la asunción de la nueva Presidenta– un misil norteamericano pegó en la Rosada. El FBI, el Departamento de Justicia y un fiscal de Miami informaron que habían detenido a tres venezolanos y un uruguayo acusados de amenazar al valijero Guido Antonini Wilson para que no dijera que los 800 mil dólares estaban destinados a apoyar la campaña electoral de Cristina Fernández. Fue un gesto sorprendente. La administración norteamericana puede presionar en forma silenciosa, pero esta vez eligió hacer daño, en forma pública y apenas dos días después de la llegada del nuevo gobierno. Para cualquier conocedor de la política internacional no se trata de “un simple proceso legal con derivaciones inevitables” como intentó minimizar la embajada local, sino de una operación política muy fuerte que, por otra parte, es una modalidad bastante común en la política norteamericana.
Es difícil adivinar si se trata de una estrategia de la administración de George Bush en su conjunto o la movida de un sector recalcitrante, como es el ámbito judicial y político de Miami. Pero es evidente que la reafirmación de los vínculos de los gobiernos de Argentina y Venezuela altera a los halcones del país del Norte. Una cosa son las declaraciones de amistad y algunas acciones puntuales, y otra muy diferente cuando esas declaraciones fructifican en lazos institucionales difíciles de revertir como son el Banco del Sur y el inminente pero retrasado ingreso de Venezuela en el Mercosur, muy defendido por el gobierno argentino.
Y el jueves, sin tomar aliento, otra noticia envenenada. Como si fuera parte de una mala novela policial, el torturador Héctor Febres, un ex prefecto que actuó en la ESMA, apareció envenenado en el lugar donde estaba detenido, en la sede Delta de la Prefectura, cuatro días antes de ser condenado. Era el primer represor de la ESMA que recibiría castigo. Insólito, desmedido, el envenenamiento del torturador se integra perfectamente a las imágenes enfermas de irracionalidad y muerte de la dictadura. Si alguien llegó a decir que era fácil llevar adelante una estrategia para imponer justicia por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura o si desde la otra punta del espectro político alguien dijo que los juicios eran innecesarios, la muerte de Febres y el secuestro y desaparición del testigo Jorge Julio López demuestran lo equivocado de ambas afirmaciones.
La investigación deberá dilucidar si fue suicidio o asesinato. La muerte de este personaje siniestro realimenta los interrogantes clásicos del escenario ruinoso que dejó la dictadura: si lo mataron para que no revele el destino de los bebés apropiados que nacieron en la ESMA o si se suicidó como último acto de tortura sobre sus víctimas para no cederles el derecho a la justicia. Un torturador que muere torturando.
Más allá de la evidencia manifiesta en estos actos de que la única forma de cerrar la etapa negra de la dictadura es administrar justicia y que para hacerlo se requiere una fuerte decisión política, hay otras conclusiones. Apenas han empezado los juicios y ya se produjo la desaparición de un testigo y la muerte de un acusado. Queda claro entonces que los juicios no pueden durar una eternidad. Por otro lado, resulta evidente que los acusados son más peligrosos que en otro tipo de causas y no se les pueden mantener los privilegios que muchos de ellos tienen, con detención domiciliaria o presos en unidades de las mismas fuerzas a las que pertenecieron.
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