Lunes, 25 de febrero de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Washington Uranga
El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano y virtual número dos dentro de la jerarquía católica mundial, se encuentra en Cuba en el marco de una visita de una semana que tiene como principal motivo la recordación del décimo aniversario del viaje al país caribeño del papa Karol Wojtyla. En noviembre de 1996 Fidel Castro fue al Vaticano para encontrarse con Juan Pablo II. Poco más de un año después el Papa polaco le retribuyó el gesto visitando Cuba. Ese fue el comienzo de un proceso de cambio en las relaciones entre el Estado y la Iglesia en la isla caribeña. Se dieron pasos, pero hasta hoy las partes se desconfían. Para el gobierno comunista sigue vigente la sospecha de que la jerarquía católica estará siempre dispuesta a darles cabida a los opositores e incluso a cobijar en los templos a quienes conspiran contra la revolución. Los obispos católicos continúan argumentando que –pese a que la situación cambió radicalmente respecto de los primeros años de la revolución– no existe libertad suficiente para el desarrollo de su misión. De hecho éste fue uno de los reclamos velados del propio Bertone poco después de pisar tierra cubana. La Iglesia Católica perdió mucha influencia institucional en Cuba durante la revolución a pesar de que el pueblo cubano sigue siendo muy religioso. La práctica religiosa mezcla sincréticamente lo católico con tradiciones y ritos de origen africano y multitud de otras manifestaciones que no tienen cabida institucional dentro del catolicismo. Contradictoriamente la Iglesia Católica intenta arrogarse como propia grey a la totalidad de las expresiones religiosas mientras se queja de que la aparente falta de libertad no le permite desarrollar su misión pastoral y evangelizadora.
La presencia del secretario de Estado del Vaticano en Cuba expresa la voluntad de la cúpula de la Iglesia Católica universal de darles un nuevo impulso a las negociaciones con el gobierno de la isla, sin desconocer a la jerarquía local, pero tomando por su propia cuenta la necesidad de dar saltos cualitativos en la relación. En Roma no son pocos los que critican a los obispos cubanos por falta de flexibilidad y porque –señalan– están demasiado encerrados en los debates locales y cotidianos y pierden de vista la dimensión de un diálogo y de un acercamiento que dentro de la estrategia vaticana trasciende los límites de la isla.
Aunque nadie lo podía haber previsto, la circunstancia de que Bertone esté en Cuba en momentos en que se realizan trascendentes elecciones tras las renuncia de Fidel Castro a ejercer la máxima jefatura del gobierno acrecienta la importancia de la visita. Es indudable que la jerarquía católica buscará sacar partido de la coyuntura y lo mismo harán muchos opositores intentando ampararse bajo el manto eclesiástico.
La relación entre Cuba y la Iglesia Católica siempre ha transcurrido por andariveles paralelos, institucionales y extraoficiales. Ambas partes saben que ésa es la forma de avanzar en el diálogo, aunque nadie lo admita de tal forma. El gobierno de Fidel ha tenido en los sectores progresistas de la Iglesia Católica latinoamericana a un interlocutor privilegiado. Los teólogos de la liberación, en particular el sacerdote dominico brasileño Frei Betto, se han sentado en reiteradas veces en la mesa con Fidel para hablar no sólo de la relación entre el gobierno comunista y la Iglesia, sino sobre una diversidad de temas comunes. Esta es la relación más fácil para el gobierno cubano, porque más allá de las diferencias existen también afinidades y coincidencias de perspectiva. Los teólogos de la liberación y otros dirigentes católicos –en algún momento el actual presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva– sirvieron de puente para acercar posiciones con el Vaticano. Pero a pesar de que se admite esta vía como necesaria, la cúpula de la Iglesia Católica universal no quiere darle legitimidad porque sería desconocer a la jerarquía católica local. Al mismo tiempo, los obispos cubanos se arrogan el derecho de ser los únicos interlocutores del gobierno hasta ahora encabezado por Fidel Castro y formalmente tienen el respaldo institucional del Vaticano. A ninguno de ellos se le escapa tampoco que existen otros canales de diálogo y acercamiento de los que no participan, de los que apenas se enteran en segunda instancia, que son llevados adelante por el propio Vaticano y que, en definitiva, forman parte de la misma negociación.
En definitiva, una relación difícil en que ambas partes se mueven con mucha cautela aunque con la decisión de avanzar y que se potencia en el marco de un proceso de reajustes como el que se puede producir ahora en Cuba. En ese sentido la visita de Bertone, dirían los católicos, resulta “providencial”.
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