Miércoles, 18 de junio de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
En un país sin historia, los últimos cien días hubieran sido más llevaderos. Pero en la Argentina estuvieron cargados de fantasmas, reminiscencias agoreras, de gobiernos derrumbados y debilitados, corralitos, de 19 y 20 de diciembre, de golpes de mercado, militares, institucionales y de otras cepas de las que aquí se han probado casi todas, más la repetición de actuaciones y escenarios que eran más sugerentes que reales y que reproducían sensaciones ya sentidas que nadie desentierra por placer. Ahora parece que la decisión de enviar al Congreso el tema de las retenciones hubiera sacado a la sociedad de las turbulencias, con algo de inquietud y desconfianza, en ese lugar común de tensa calma que está en el ojo del huracán.
Pero la puja por la renta nacional, que es el debate de fondo, más la puja política que implica, que es el debate instrumental, ha tenido hasta ahora la sobrecarga de aquella experiencia histórica. A cada quien le cae el sayo que más le sienta. Algunos sintieron que estaban derrocando a la vieja tiranía. Otros que enfrentaban al viejo golpismo. Y en el interior hasta hubo reminiscencias gauchescas de federales contra unitarios. Fueron escenarios y actuaciones que tendieron a calcarse casi como una carga genética, pero desplegados sobre un contexto diferente, lo que hizo todo más confuso. Esos dos debates se dieron hasta ahora embrollados por esas cargas, con desventaja para el Gobierno porque la mayoría de los medios, que han sido el único soporte de transmisión, tomaron claramente partido por los reclamos sectoriales de los productores agropecuarios.
Después del cacerolazo del lunes, al que se cubrió mediáticamente con una carga apocalíptica terminal sin que alcanzara esa proyección, ayer habló primero Néstor Kirchner y, pocos minutos más tarde, Cristina Kirchner, a contrapelo de sus estrategias de poca o ninguna exposición mediática. La intervención pública de dos de los protagonistas más importantes contribuyó a descomprimir, a despejar. La reafirmación de la convocatoria al acto no en términos de confrontación, sino de respaldo al Gobierno, más la apertura al debate parlamentario aportó también a esta especie de tensa calma chicha que se abre después de cien días de tensión. Pero como dijeron los dirigentes de la Mesa de Enlace después de los discursos, el conflicto no quedó saldado, sólo pasó a otro nivel de resolución. Y no será un desarrollo en calma. Porque la puja por la renta nacional afecta intereses concretos y la forma en que se resuelva diseña el modelo económico que se instalará por varios años. La discusión sobre las retenciones implica dos modelos de país diferentes y el debate debería convencer a la mayoría de los ciudadanos sobre cuál de los dos modelos los favorecería más.
A lo largo de estos cien días quedó la sensación de que podría haber acuerdos sobre los problemas del trigo, de la leche, de la carne, de los pequeños productores y otros puntos. No quedó claro cuál es el planteo de las entidades agropecuarias sobre las retenciones. Si están en contra de todo tipo de retenciones, si están en contra de las retenciones móviles o si quieren regresar a las retenciones que regían antes del 11 de marzo, cuando el precio de la soja subió a más de 500 dólares la tonelada.
Los parlamentarios deberán decidir si el Estado tiene derecho a intervenir como regulador de la economía a través de diversas herramientas como las retenciones.
Si es económicamente correcto que con un peso devaluado se paguen precios dolarizados por productos favorecidos por la devaluación.
Y también cómo plantarse ante la crisis de alimentos en el mundo. Los países que no los tienen están pagando precios muy altos. ¿Es justo que los habitantes de un país que produce alimentos en gran cantidad paguen esos mismos precios?
O si hay que permitir que los altos márgenes de rentabilidad de la soja ahoguen la producción de alimentos que sí se consumen en el país.
Si los productores agropecuarios pudieran responder estas preguntas, el debate seguramente tendría un curso distinto.
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