Miércoles, 6 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
Tantas veces se vio a los dirigentes de la Mesa de Enlace retirarse con gesto agrio de alguna oficina oficial que sus declaraciones medidas de ayer sonaron como exorbitantes loas al nuevo secretario de Agricultura, así fuera por contraste. Todos, aun el hosco Mario Llambías, elogiaron con bastante despliegue a Carlos Cheppi, a quien reconocieron condiciones técnicas. A su equipo lo tildaron de “homogéneo”, a título de alabanza.
La reunión también fue adjetivada con cautela, pero a favor. “Oportuna”, calificó el titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi. “Positiva”, agregó Carlos Garetto por Coninagro.
Según la narrativa agropecuaria se recorrieron muchos temas, se habilitó una instancia permanente de diálogo, se reconocieron urgencias en economías regionales. La traducción, que también surgió de voces oficiales, es que la reunión fue, ejem, productiva. Desde luego, no se asistió a un cierre de época ni siquiera al de las conflagraciones, pero las dos partes acordaron (cuanto menos tácitamente) propalar señales de que se transita un estadio diferente.
Los ruralistas llegaron agrandados al convite tras la derogación de la Resolución 125, más allá de los realineamientos internos hijos de la contienda. Alfredo De Angeli (el autoconvocado que milita en la FA) copó la fiesta en la Sociedad Rural, hasta micrófono le dieron. Buzzi prefirió no estar, en razón de un tratamiento ineludible que pudo abandonar horas después. La interna de la FA tiene un ganador flagrante en la calle y en los medios, el Melli entrerriano, ese luchador binorma que brega por la pureza medioambiental y por el cultivo indiscriminado de soja al mismo tiempo. Claro que en cualquier corporación que aglutina varias entidades satélites (y sin voto directo de los afiliados), la popularidad avasallante no asegura la victoria, pero las gentes de Buzzi miden con cuidado cada una de las escenas públicas de un contendiente que les sirvió de mucho en los cortes y en los medios, pero que ahora va por ellos.
El Gobierno llegó golpeado, por el rechazo en el Senado, por los errores que lo antecedieron, por la sangría de funcionarios de primer rango que sufrió y por el desgranamiento de aliados que tuvo como frutilla el voto de Julio César Cleto Cobos.
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Cleto admiró a Cleto: Cobos tuvo ayer una pizquita de mala suerte, en medio de las semanas más felices de su existencia. Su “inesperada” visita a la Rural, que estaba pautada hace tres días con Luciano Miguens y Hugo Biolcati, iba a encontrarlo en ejercicio de la presidencia de la Nación. El viaje de Cristina Fernández de Kirchner a Bolivia, decidido de arrebato el lunes, le habilitaba esa perspectiva excitante. Hubiera sido el segundo (sí que atípico y temporario) presidente de un gobierno peronista en asistir a esa catedral de la derecha argentina; el anterior fue Carlos Menem. No podía haber sido otro: Juan Domingo Perón, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner le hurtaron el cuerpo a ese escenario hostil. La novedad sería que el correligionario-compañero presidente por un día hubiera sido vitoreado, mientras se fotografiaba al lado del toro Cleto, famoso por sus atributos genitales.
Pero, paradojas te da la vida, la violencia de la derecha boliviana forzó la anulación del viaje presidencial y le birló un dulce al vicepresidente, cuya obsesión por empardar (o eclipsar) a la titular del Ejecutivo no es una novedad histórica. Quienes ocupan ese cargo suelen tener berretines de figurar. Carlos Ruckauf se instalaba y recibía visitas en el despacho de Menem, que rabiaba por esa mudanza arribista. Daniel Scioli, más contenido, no se privaba de otorgar audiencias y hasta cartas credenciales a embajadores. Cobos hubiera batido esas módicas marcas entrando en triunfo al predio que, en un pase de fulleros, fue escamoteado al patrimonio estatal y entregado por monedas a una entidad privada. Igual la pasó bomba, practicando un deporte al que se ha hecho afecto: ostentar sorpresa por la presencia de periodistas en los hechos mediáticos que tenazmente promueve.
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La doble negación: La noticia del día podría cifrarse así: la reunión no fue negativa. Parece una hipérbole subrayar tan poco, pero es bastante si se recuerdan tantos encuentros que terminaron fatal, incluyendo el prodigio de las dos conferencias de prensa que desmentían al otro o la tentativa de asilo de los líderes del “campo” en el Salón de los Cuadros.
Las entidades sectoriales remozaron todos sus pliegos de reclamos y no hicieron ninguna oferta de mejora o aporte. Es la lógica gremial, despotricar es un modo inútil de contrapesarla. Lo que es más eficaz, sí que más trabajoso (máxime para el oficialismo), es articular esas demandas con otros sectores y otros gobiernos.
La patética saga de tentativas bilaterales entre ministros o secretarios y la Mesa de Enlace adoctrina: esa vía tiene topes muy estrechos. Retomar el contacto era un paso tan necesario como incompleto. Lo que falta de acá en más es lo que brilló por su ausencia durante meses: espacios colegiados que sumen a la mesa interlocutores variados.
Por años el kirchnerismo prefirió el método radial, en su organización interna y en su esquema para gobernar. Las circunstancias pusieron en crisis el sistema, que debe ser reemplazado por acciones más consensuales y de más consistencia institucional.
A partir de la derogación de la Resolución 125, Cristina Fernández de Kirchner ha regado gestos de apertura por aquí y allá: desde la remisión al Congreso de dos temas esenciales, hasta las dos conferencias de prensa (la de ayer fue en formato micro), pasando por la reapertura de los paliques con la Mesa de Enlace. El Consejo Federal Agropecuario, una instancia institucional vigente, podría conformar (de pálpito) una “mesa” que congregara representaciones sectoriales y políticas plurales, un avance en un sentido racional y democrático.
Con todos los actores comprometidos, el Estado podría también reponer sus demandas: el aporte fiscal del sector debe ser consonante con las necesidades nacionales y provinciales. Más de cuatro gobernadores acordarían en buscar mejor recaudación si participan en los ingresos, un “detalle” olvidado el 11 de marzo que le costó horrores al oficialismo.
No es una tarea simple, pero no es imposible puesto que no atravesamos un escenario de carestía o de suma cero. Los precedentes inducen al pesimismo sobre las secuelas de la reunión “no negativa”. Sirve de modesto aliciente la subsistencia de algunos comunes denominadores. Básicamente, la necesidad de pensar una política agropecuaria que trascienda el corto plazo, la de resolver problemas reconocidos desde ambos extremos de la mesa y la de ir articulando con gobiernos provinciales deberían implicarse en una etapa que nace signada por la confrontación precedente, por las dificultades del oficialismo para establecer espacios de diálogo y negociación. Y también por el envanecimiento de los ruralistas, patentizado en la inauguración de la Exposición Rural que tuvo aroma y sabor de vuelta olímpica.
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