EL PAíS › COMO FUNCIONO LA DECISION DEL PT DE PELEAR HASTA ULTIMO MOMENTO

Un día buscando votos con Sardinha

 Por Martín Granovsky

Repitió la pregunta hasta cansarse: “¿Usted ya votó?”. Si alguien contestaba que no, decía: “Vote a Lula”. Y si la indecisión seguía, él argumentaba: “Es la única oportunidad de cambiar”. Página/12 acompañó a Sardinha, como lo llaman, mientras ejerció lo que en Brasil se llama “boca de urna”, que no significa lo mismo que en la Argentina, sino el boca a boca antes de las urnas para ganar los votos de último momento.
Sardinha trabaja como vendedor. Tiene un Volkswagen negro igual al viejo Ford Galaxy que ayer cargó con el enviado de este diario y un matrimonio amigo y su hijo de cuatro años, Mario, y una cantidad incalculable de cotillón electoral.
En una de las ventanas tenía frases del dramaturgo alemán Bertolt Brecht (Brechi, decía la firma puesta en la fonética brasileña) sobre el analfabetismo político. También una calcomanía del Che Guevara.
–El martes es el día del guerrillero heroico, ¿sabía usted? –preguntó al mostrar su ventanilla.
El resto del espacio estaba ocupado por autoadhesivos de “Ahora vote Lula”, “Mercadante senador” y “Genoino gobernador”. Adentro había banderas de plástico de las utilizadas estos días por la militancia del PT y algunas fotos de los candidatos del Partido Comunista de Brasil, uno de los varios PCs que alguna vez fue prochino, después proalbanés y ahora, cortadas o disueltas las referencias internacionales, integra la alianza electoral triunfadora junto con el PT.
Sardinha es un viejo militante de izquierda. Conoce bien Uruguay y trabajó en la Argentina, donde en 1975 trabajaba en una empresa situada en Dock Sud. En el auto pone cassettes de El Sabalero y Alfredo Zitarrosa, y se queja de que en Brasil es difícil conseguir música latinoamericana.
En las colas, presencia divertido el testimonio de quienes esperan su momento para votar, como Sara, una hermosa mulata de 22 años, publicitaria, que dice que “de los políticos, que los peores, Lula es el menos peor y voy a votar por él porque no será peor que los que hubo hasta ahora”. O como Eduardo, de 33, conductor de camiones, vestido de remera blanca y bermuda negra, que se queja de que es injusto que los trabajadores voten un domingo, su día de descanso, se lamenta de que Brasil parezca una propiedad de los Estados Unidos o de Japón y cuenta que votará por Lula como siempre, “porque yo soy persistente”.
Cuando le dan un volante del derechista Paulo Maluf, Sardinha pregunta:
–¿Y vos, vas a votar a Maluf?
–No, yo voto a Lula. Este solo es mi trabajo, y tengo que hacerlo para que me paguen los 20 reales –dice una gordita.
El diálogo se desarrolla en una cola de votación de unas cuatro cuadras, bajo 35 grados y clima húmedo, en un barrio popular ubicado junto a la favela Americanópolis, una de esas ironías brasileñas, porque la polis deAmérica es un mar de casas precarias que baja de un morro sin que la vista alcance a ver el final.
Un rato después Sardinha se pondrá contento comiendo barato en un tenedor libre y recomendando la banana frita y la mandioca, “porque aquí vienen muchos proletas”. Contará que lamentablemente no hay pan, y que una vez comió con una chica que fue hasta enfrente y compró pan en la panadería para seguir con la cena. Y se pondrá aún más eufórico cuando el cuidador del estacionamiento recibe su real de premio tras la comida y cuenta que él también votó a Lula.
Cada testimonio suena a signo de identidad.
Sardinha recibe esos signos cuando toca un bocinazo y recibe un bocinazo de respuesta de parte de un buen Vectra, coche de clase media, o de un morocho parado en la vereda.
–Hay algunos izquierdistas que están desilusionados con Lula –dice Sardinha detrás de su bigote y por encima de su camisa roja con una estrella roja–. Yo no. ¿Y sabe por qué? Porque nunca me ilusioné con que Lula fuera un revolucionario marxista. Lula es lo que es. Y es extraordinario para Brasil.

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