Domingo, 23 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Un solo género predomina en las pantallas de televisión: es el reality show, presentado en distintos envases, a veces noticiosos. Hablar de grotesco y de tragedia, dos categorías clásicas del teatro, es en alguna medida una licencia, nos valdremos de ella. En estos días hubo grotesco y tragedia por tevé, siempre en el frasco del reality.
Empecemos por lo más liviano y lo que ocurrió primero. El (¿cómo llamarlo sin encolerizarse y sin faltar a la verdad?) entredicho que contrapuso a Aníbal Fernández y Horacio Rodríguez Larreta tuvo ribetes de grotesco. El macrista (en el estudio del programa A Dos Voces) y el ministro de Justicia (por conexión telefónica) coprotagonizaron un grotesco. Se gritaron, se interrumpieron, concordaron en repetir decenas de veces las mismas acusaciones-slogan. Las voces se acoplaban, lo que acentuaba la inintegilibilidad mutua y la agresión a la oreja del espectador.
Hay una ciencia pragmática expandida entre los dirigentes que propone que en estos intercambios el que no grita, pierde. Se trata de pura empiria, jamás corroborada caso por caso. A cuenta de investigaciones sesudas, el cronista (que finge también de espectador) se permite discrepar. Los protagonistas suponen, como artículo de fe, que cada circunstancia es un juego de su suma cero. Puede refutarse tanto simplismo: hay sobrados casos de suma negativa en que pierden los dos jugadores.
La escena (la única que sobrevivió del “diálogo”) damnifica a los dos contendores y aun al prestigio de la actividad política. El griterío le baja el precio a la actividad, corrobora sospechas sobre su condición de circo, hace buen pie en un sólido piso de incredulidad.
La tragedia, pero también el show, imitó a la ficción. Un suicidio ante las cámaras inspiró varias películas, es una figura sobre el carácter destructivo de los medios. El bien apodado Malevo Ferreira se descerrajó un balazo tras una entrevista bizarra que, si no fuera real, hubiera parecido tomada de “Todo por dos pesos”. El episodio se repitió sin parar, en cualquier horario. Demasiado, aun para el público argentino, curtido en la violencia y en la falta de control editorial de las imágenes.
El cronista no es un relator omnipotente, no tiene idea cómo se desandan esos caminos enloquecidos y chocantes que degradan a la convivencia democrática y a la comunicación de masas. El Comfer advirtió que puede tomar medidas contra Crónica TV por lo de Ferreyra. La intervención estatal no es ilícita pero debe ser muy dosificada, máxime en un país con memoria de abusos, prepoteos y sinsentidos. Y, en el mejor de los supuestos, es ulterior al daño y de improbable eficacia disuasiva.
En verdad, como siempre que se trata de autodestrucción, la vía más aconsejable (cuando no exclusiva) es la introspección, el análisis interno, la revisión de procederes por los propios actores. Suena voluntarista, utópico o sencillamente pavo. Qué vamos a hacerle, si uno no es omnipotente ni cree en la magia, es lo que hay.
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