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Presidentes por horas

 Por Mario Wainfeld

Hace cosa de seis años (que dan la impresión de ser cien) el cronista, en tránsito por la Casa Rosada, vio llegar a Juan Carlos Maqueda. El actual vocal de la Corte Suprema era entonces presidente provisional del Senado y, en ese día, estaba a cargo de la Presidencia de la Nación. Maqueda llegó con aire distendido, los Granaderos lo esperaban en formación, entrechocaron talones, se pusieron en posición de firmes. Uno de ellos le espetó una frase que se repite de memoria y puede contener algún desliz pero no traicionar la sustancia. “Señor presidente –le dijo–, todo está en orden.” El rostro de Maqueda, un hombre sereno y poco expansivo, se iluminó, sacó pecho y caminó con otro paso. Hablamos de una persona inteligente y de un político avezado. El sabía que “no era” el presidente, que apenas cumplía una formalidad transitoria. Pero el trance, seguro, estimula a cualquiera.

La anécdota se plantó en la memoria del cronista en estos días, observando los movimientos de Julio Cobos. El vicepresidente no resistió a la tentación de armarse una agenda, bastante poco estimulante, y de dar cuenta de su activismo. Y se mudó al despacho en la Casa de Gobierno, tras convocar a los fotógrafos.

No es pionero en esos manejos, Carlos Ruckauf osaba más, entraba al despacho de Carlos Menem y atendía allá. Daniel Scioli fue más cauto pero también eslabonaba reuniones y fotos, sobre todo con embajadores extranjeros, usualmente desatendidos por Néstor Kirchner. Esas actividades, perfectamente superfluas, no tienen volumen para suscitar indignación, apenas una línea de comprensión para las ambiciones humanas.

En su interinato, el vicepresidente Cobos fue interpelado por diputados del PRO quienes le pidieron que vetara la ley de reforma previsional. Ese mamarracho institucional habla mal de quienes lo propugnaron, así fuera como chicana de la que se descontaba el rechazo. Subraya también la ambigüedad del rol de Cobos tras su voto contra la Resolución 125, un equilibrio de nula seriedad. Mientras él y sus operadores se mueven como opositores, el vice sigue remedando que cumple su tarea, en una relación incongruente o insostenible.

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Felipe Solá soltó amarras y armó un bloque cuyos integrantes nada añaden a su propia imagen. Sus ex compañeros en el bloque del Frente para la Victoria celebran su retiro: calculan que no les resta votos, en tanto los aligera de indisciplinas y tensiones internas.

En un ángulo más general, su jugada (que le valió ovaciones mediáticas de unas cuantas tribunas de doctrina) generó ceños fruncidos en el oficialismo. El escenario ideal que imagina Néstor Kirchner, dentro de lo posible, es una confluencia lo más acotada posible de pan-radicalismo (en el que constelan Elisa Carrió, la UCR propiamente dicha, y los boinas blanca-K) pero lo azoga la menor dispersión entre los peronistas.

“No es bueno un escenario con un peronismo minoritario y activo, ahora que los radicales resucitan y sacan pecho”, explica al cronista el Master en rosca política de la University of the Street, “quién le dice que no terminen cerrando entre el neoduhaldismo y el neoalfonsinismo”. “¿Se imagina una fórmula Cobos-Felipe? Si fuera hoy, sería muy complicado para nosotros.” Página/12 repasa varias dificultades en el camino, entre ellas la dudosa voluntad de Carrió de plegarse a una coalición que no la pusiera a la cabeza. También pone en duda, sin negar, que la vigencia de Cobos perdure tres años más.

“Eso está resuelto –se empaca el Master–, Cobos será candidato a senador en 2009, por Mendoza, se levantará con un container de votos y estará revalidado.” Este diario sabe que esa hipótesis, tenazmente negada, nutre mesas de arena radicales. Y olfatea, tanto como el master, que un virtual castigo electoral por la falta de compromiso institucional no será mucho entre los votantes del Frente del Rechazo. El candidato con potencialidad ganadora es, para su público, republicano, sin admitirse prueba en contrario.

“¿Y Solá se avendrá a ser segundo de un radical?”, se interesa el cronista. “Si fuera hoy, seguro que no, está agrandado –tabula el Master–, pero dentro de dos años hará las cuentas y todo puede ser diferente.”

“Juéguese unos pesos, ese escenario se está redondeando”, se excita el Master. Página/12 duda en preguntarle dónde se pondría él, que ahora es un soldado K. Pero se guarda la inquietud, olfatea que la respuesta será ambigua. Y sabe que la lealtad peronista es una cualidad que se reescribe día a día.

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