Sábado, 6 de diciembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
El intercambio de discursos entre Benedicto XVI y Juan Pablo Cafiero expresa de manera cabal el estado de las relaciones entre el Vaticano y la Argentina y, como reflejo, con la Iglesia local. Ambos hablaron y subrayaron la importancia del diálogo. El Papa avanzó algo más para pedir que se “robustezcan” tanto el diálogo como la colaboración. ¿Un reclamo? No debería leerse así a esta altura de los acontecimientos. Más bien es la reafirmación pontificia de un modo de convivencia que se viene construyendo entre el Gobierno y la jerarquía local. En ese modus vivendi se parte de aceptar que existen diferencias, algunas de las cuales pueden llegar a ser importantes, pero asumiendo que ello no debe ser impedimento para la continuidad del diálogo.
De la misma manera que lo suelen hacer los obispos argentinos, el papa Benedicto XVI no desaprovechó la ocasión para reafirmar cada uno de los puntos doctrinales que la institución católica sostiene como principios: la familia sólo concebida como matrimonio entre hombre y mujer, la oposición decidida a la eutanasia y al aborto, la libertad religiosa, entre otros. Pero también aquellos aspectos que tienen que ver con derechos sociales, lucha contra la pobreza y la injusticia. No hay sorpresas. Es lo que se espera que digan el Papa y la Iglesia. Tampoco respecto del lugar en el que se sitúa la institución eclesiástica. La Iglesia quiere ser reconocida como interlocutor de la sociedad en condición de “autoridad moral”, porque se considera el vocero más pertinente de “la verdad”, por encima de “consensos partidistas” que, a su juicio, no contemplan íntegramente los valores que deben ser fundamento de la civilización humana. Diciendo que no quiere ser vista como “sujeto político”, la Iglesia quiere que se la reconozca como tal, pero sin el compromiso y los desgastes propios que generan la acción y la gestión política. Tampoco en esto hay mayores primicias.
Si bien no hay nada nuevo bajo el cielo porque tanto los conceptos como las estrategias son las mismas que se conocen desde hace mucho tiempo en este terreno, se reafirma una instancia donde seguramente lo que primará será el diálogo en la relación Iglesia-Gobierno, Vaticano-Argentina. Los acercamientos, si los hay, serán lentos y cautelosos. Hay muchas diferencias por saldar. Algunas de ellas no son de fácil resolución. Pero ambas partes intentarán, por encima de todo, mantener abiertos y fluidos los canales. De parte del Gobierno, porque seguramente se considera que la institución eclesiástica es un actor necesario en el escenario actual y que puede ser importante contar con su colaboración en los tiempos que se avecinan. De parte de la jerarquía católica, porque a su declamada vocación por contribuir a la construcción de la sociedad, suma su siempre manifiesta decisión de no resignar poder y capacidad de incidencia.
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