EL PAíS › EL CASO DEL ARZOBISPO DE SANTA FE, DENUNCIADO POR SEMINARISTAS
Storni y una renuncia que tardó mucho
Los escándalos que sacuden a la Iglesia Católica en todo el mundo tuvieron su espejo en la Argentina mucho antes de las revelaciones sobre el cura de la Fundación Felices los Niños. La serie de casos de abuso sexual denunciados en el país tuvieron su máxima expresión este año, en la causa abierta contra el arzobispo de Santa Fe, monseñor Edgardo Storni, que culminó con su renuncia, hace un mes. El Vaticano conocía el caso desde 1994, cuando se denunciaron casos de abusos contra seminaristas, cometidos por el arzobispo, reunidos en un informe elaborado por una comisión del Episcopado. Pero la Santa Sede no hizo nada hasta este año, cuando una investigación periodística lo puso en un primer plano. En la Justicia santafesina, el trámite recién empieza: Storni aún no se presentó a prestar declaración indagatoria.
El caso de Storni es un paradigma de cómo la Iglesia ha resuelto este tipo de casos. Las denuncias en contra del arzobispo venían desde antes de su asunción: es que su figura era la contracara de su antecesor, Vicente Zaspe –fallecido en 1984–, un hombre comprometido con los sectores más desfavorecidos y con la defensa de los derechos humanos, fallecido en 1984.
Las denuncias en su contra no tardaron en llegar. Primero, por presunta malversación de fondos. Y a principios de los ‘90 aparecieron los casos de abuso, a partir de las confesiones que unos doce seminaristas hicieron a sacerdotes de la arquidiócesis de Santa Fe. Los rumores llegaron al Vaticano, que ordenó una investigación interna, misión que recayó en una comisión encabezada por el arzobispo de Mendoza, José María Arancibia.
La investigación se inició en 1994 y estuvo terminada en siete meses. Durante ese lapso, Arancibia entrevistó a 47 testigos, de los cuales unos veinte habían sido seminaristas y otros eran sacerdotes de Santa Fe. En diciembre de ese año, el informe fue enviado al Vaticano y allí quedó, cajoneado, en la Congregación para los Obispos. Según denunció el cura Jorge Montini, párroco de Santa Fe, el entonces nuncio apostólico Ubaldo Calabresi protegió a Storni.
Arancibia nunca divulgó el contenido del informe, ni siquiera ante la Justicia, que se lo ha reclamado en forma reiterada. Tampoco ha llegado el informe desde el Vaticano, adonde lo ha solicitado, vía exhorto, el juez que investiga la causa.
Los que sí se conocieron fueron algunos testimonios recogidos por la periodista Olga Wornat en su libro Nuestra Madre. Allí se da cuenta del relato de un ex seminarista de Santa Fe, que relata escenas de abuso vividas por compañeros suyos y que él mismo padeció durante un retiro en la localidad cordobesa de Calamuchita, en enero de 1992. “Esto no es pecado, hijo, yo soy un padre para todos ustedes”, cuenta uno de los testigos que le dijo el arzobispo, semidesnudo, mientras le pedía que lo masajeara. Otro ex seminarista, hijo de un juez, contó que Storni se le había tirado encima y le había manoseado los genitales.
Otro testimonio clave es el del padre José Guntern, quien también participó de ese retiro y se enteró de lo que había ocurrido por el relato directo de las víctimas. Después de ese episodio, Guntern le mandó una carta a Storni en el que le reprochaba su “lamentable desliz”. Unas semanas antes de caer en desgracia, Storni envió a sus vicarios a llevar a Guntern hasta el Arzobispado, donde lo obligaron a desdecirse de sus acusaciones. Ese procedimiento le valió al ex arzobispo una nueva denuncia con su correspondiente causa judicial por “amenaza, privación ilegítima de la libertad y falsedad ideológica”.
No es la única vez. pese a que las denuncias contra sacerdotes logran a menudo esquivar a los medios, este diario difundió en abril dos casos: el del cura que abusaba de chicos de séptimo grado en un prestigioso colegio religioso porteño, o el del que manoseaba a las nenas que hacían el catecismo, en una parroquia de Cañuelas y sólo recibió como sanción un traslado a otra diócesis.