Miércoles, 8 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Alfredo Zaiat
Cambios en el gabinete nacional sirven usualmente para despertar renovadas expectativas y recuperar iniciativa política. En algunas ocasiones fueron el resultado de una estrategia para profundizar políticas centrales de un gobierno. En no pocas oportunidades, en cambio, fueron desplazamientos obligados frente a un revés electoral. En la actual situación, la salida del ministro de Economía puede considerarse como consecuencia de cualquiera de esas opciones, puesto que su presencia pública y en la gestión era casi desconocida. Entonces su renuncia puede formar parte de esas interpretaciones diversas, pero una es inequívoca: su retiro implicará que a partir de ahora se espera la existencia de un titular de Hacienda que al menos sea visible y que tenga voz para comunicar, desde las menos a las más importantes, iniciativas que surjan de una cartera importante de un gobierno que ha sido golpeado por las urnas.
La administración kirchnerista hizo voto de castidad en relación con los ministros de Economía. Las experiencias previas con funcionarios que trabajaban como empleados de corporaciones la impulsó a una política extrema de hacer desaparecer esa figura. A medida que fue avanzando ese proceso cada vez fue adquiriendo menos relevancia hasta su casi evaporación y dispersión de las áreas de decisión.
Pero, a veces, la realidad es más compleja que ciertas intenciones políticas. El control de la economía requiere tener en cuenta el factor de las expectativas sociales y para ello se necesita de un emisor conocido que pueda administrarlas. Esa es una regla que se aplica en general, con mayor o menor exposición de acuerdo con las circunstancias, pero en momentos de crisis resulta indispensable contar con una figura que la población reconozca como especialista en la materia, según lo enseña la experiencia local e internacional. De esa forma se evita que la palabra de experto que le corresponde al ministro sea apropiada por los economistas especializados en el error, y, en definitiva, sean estos últimos los principales actores en el manejo de las expectativas sociales.
El nuevo titular del Palacio de Hacienda empieza el recorrido con esa desventaja por la hegemonía que ha conseguido la secta de la city, con la inestimable colaboración de gran parte de los medios y el apoyo entusiasta del poder económico. Pero, a la vez, se le presenta un espacio que ha estado virgen en los últimos años. Esto le facilitaría la tarea para irrumpir con una presencia que inicialmente parecerá fuerte sólo por hacerlo en un territorio árido.
En el supuesto de que se supere la etapa de recuperación de visibilidad, lo verdaderamente relevante de la gestión del nuevo ministro de Economía quedará expuesto en un contexto donde persisten los impactos negativos de la crisis internacional y, en especial, con el establishment avanzando con su pliego de condiciones enmascarado en la convocatoria al diálogo, el consenso y la tolerancia. En esa instancia, además de una mayor presencia en el debate económico diario, se revelará si pudo superar las restricciones que emergen del nuevo escenario político para eludir a los amantes del ajuste, que ya se sabe sobre quiénes quieren que recaiga el torniquete.
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