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En la Cancillería estaban contentos por dos motivos: por un lado, porque la cumbre de Unasur había superado una situación de peligro de ruptura y avanzado en fijar reglas para el futuro en el vínculo entre sus países; por otro, por el rol que tuvo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que no sólo logró reunir a todos los presidentes, sino que pudo encaminar el diálogo cuando se había puesto más complicado.

La cara de la Presidenta tras la cumbre coincidió con el análisis de las fuentes diplomáticas: se la veía relajada y de muy buen ánimo. Durante el debate, la situación se enrareció con el fuerte cruce que protagonizaron el ecuatoriano Rafael Correa y el colombiano Alvaro Uribe luego de que hablaran todos los presidentes, al que amagaba sumarse el venezolano Hugo Chávez. “Creo que tenemos que reencauzar y si hacemos un inventario de las frases de cada uno, porque los hombres tienen reacciones más fuertes”, planteó Fernández de Kirchner antes de que hablara el venezolano, y la chilena Michelle Bachelet se acopló: “Es la testosterona”.

Las risas ayudaron a distender y entonces la Presidenta pidió “un marco de respeto y de no reproches, que mencionemos hechos despojados de descalificaciones”. Después encendió el alerta sobre un destino negro para esta cumbre: “Se ha roto la confianza entre algunos miembros de la Unasur. Y lo peor que nos podría pasar es que no tengamos ningún resultado ni ninguna conclusión después de esta reunión”.

Entonces, Fernández de Kirchner aprovechó la recomposición del clima para pedir que en el documento se contemplara que “es absolutamente comprensible la demanda de soberanía y la demanda de seguridad de países limítrofes” a Colombia y que el Consejo de Defensa tuviera acceso al convenio entre los colombianos y Estados Unidos y a “mecanismos concretos de información sobre aviones, radares y armamento”.