EL PAíS › UNA TESTIGO DE LA REPRESION DEL VIERNES
“No dispare, que no pasa nada”
Por Luis Bruschtein
”¡Correte, flaca!” le dijo el oficial a Ana cuando quiso impedir que comenzaran a disparar los gases el viernes a la noche, en Avenida de Mayo y Esmeralda, cuando estaba terminando el cacerolazo. Fue el disparador de la represión esa noche. Tras gasear allí y en la 9 de Julio, la camioneta de la Guardia de Infantería y las motocicletas de la Policía Federal con dos tripulantes cada una tomaron rumbo hacia la Plaza de Mayo donde continuaron reprimiendo, sin que se hubiera producido ningún incidente violento por parte de los manifestantes.
Ana es una antropóloga de poco más de 40 años y estuvo en ese lugar, justo en ese momento y todavía no se explica por qué reprimieron. “Había estado desde temprano recorriendo desde Congreso hasta la Plaza –cuenta a Página/12– incluso, en una esquina había visto unos Falcon grises de donde bajaban policías uniformados y muchos de civil, en zapatillas y camiseta”.
Ana se quedó en la Plaza, con el cacerolazo. “Primero cayeron unas gotas, pero después se puso a llover muy fuerte y todavía seguía llegando gente. Me acuerdo que algunos se empezaron a desconcentrar y recién llegaban dos columnas grandísimas, con la gente de Caballito y la de Núñez. Yo busqué refugio en la recova del Cabildo. La gente saltaba y bailaba debajo de la lluvia.” Poco antes, un grupo había trepado hasta el campanario del Cabildo y los vecinos les habían pedido que bajaran. “Muchos de los que bailaban en la lluvia comenzaron a salir por Avenida de Mayo y yo me fui con ellos, pero por la vereda. La gente se retiraba por el centro de la calle porque en los cordones corría mucha agua y había pocas personas por las veredas, donde estaban los policías en la esquina de Esmeralda. “Había muchos pibes que les gritaron ‘asesinos’, y siguieron caminando, no tiraron piedras ni se quedaron a pelear con ellos. Pensé que no pasaba nada, cuando vi que los de la Guardia de Infantería se bajaban de la camioneta, se formaban en fila contra la pared y comenzaban a amartillar los lanzagases”.
“Los chicos ya habían pasado y yo me acerqué al jefe del operativo, un policía rubio de ojos claros y le pedí que no reprimieran, que no había pasado nada y que la gente estaba volviendo a sus casas. El tipo me dio un empujón y me dijo ‘¡Correte, flaca!’ pero yo volví y le pedí por favor que no dispararan, entonces me tiró gas paralizante y quedé ciega, pero escuchaba cómo disparaban los gases y las balas de goma. Realmente, no entiendo porqué lo hicieron, porque no había pasado nada. Después escuché que la gente gritaba ‘¡las motos, las motos!’ y escuché el ruido. Unas personas me fueron sacando del lugar porque no veía nada y me ardía la cara.”