EL PAíS
Murió otra bebita en medio del silencio del gobierno tucumano
Jennifer Díaz, de ocho meses, pesaba cinco kilos. Es hija de desocupados. Ayer se convirtió en la víctima número doce del hambre infantil en un hospital de Tucumán. Crónica de su historia y la de otros chicos en riesgo. El gobierno provincial, mudo.
Por Felipe Yapur
Cerca de las diez de la mañana de ayer, el secretario de Transporte de la provincia, Enrique Romero, cumplió con una de sus obligaciones diarias: defender a su debilitado gobernador Julio Miranda. Irónico, Romero aseguró a una radio local que le llamaba la atención que “desde que llegó Chiche Duhalde no se mueren más chicos en Tucumán. Es al menos llamativo”. Ignorante tal vez, Romero no estaba siquiera al tanto de que a las seis de la mañana, Jennifer Díaz, de apenas 8 meses y 5 kilos de peso, moría en una cuna del Hospital del Niño Jesús acompañada solo de su madre Verónica, de apenas 22 años. Jennifer se convirtió así en la víctima número 12 del hambre en Tucumán. Miranda, en tanto, sigue pensando en cómo salvar su pellejo.
Los papás de Jennifer, Verónica y Marcelo Pereyra, están desocupados. La mamá había conseguido ingresar al Plan Jefas y Jefes de Hogar y, además, recibía los 25 pesos en tickets alimentarios. Si bien era una madre muy cuidadosa de sus hijos, que llevaba regularmente al centro asistencial, nada pudo hacer cuando su beba se descompensó, producto de una feroz diarrea acompañada de vómitos. El hospital de Garmendia no cuenta con sala de pediatría, y esa fue la razón por la que se la trasladó a la capital tucumana.
Ambas, madre e hija, llegaron en silencio bajo un sol implacable con cerca de 40 grados de sensación térmica. Ayer al mediodía llovía cuando Verónica regresó a su pueblo para enterrar a su hija. En su casa la esperan tres niños más.
El gobierno de Miranda no hizo ninguna declaración al respecto.
Sobrevivientes
Las salas del primer piso del Hospital del Niño Jesús están atestadas de niños y niñas internados. Hay 32 casos de desnutridos, de los cuales 12 son de grado tres, los más complicados.
Stefanía Leonela Suárez duerme, sus párpados no cubren totalmente su ojos. No se mueve. Sus brazos están abiertos en cruz. Tiene siete meses y apenas pesa 3 kilos ochocientos gramos. Su cuerpo es tan pequeño que la cama parece inmensa. Llama la atención su pancita, blanca, tirante, tan tirante que pueden apreciarse con facilidad sus venas. De repente abre los ojos, de repente los cierra. Su mamá, Mirta Isabel Lazarte, está a su lado, pendiente, alerta. Hace más de veinte días que está así y, por los médicos, sabe que deberá esperar varios días más para regresar a las Termas de Río Hondo, donde vive junto a su marido y cuatro hijos.
“Los extraño mucho”, dice Mirta con una voz apenas audible, casi como de confesión. Ella y su esposo, Manuel Lindor Suárez, están desocupados. El, de tanto en tanto, consigue unas changuitas. Estas le proveen el dinero para costearse el viaje a Tucumán. “Cuando puede me da algo de plata. ¿Comer? Sí, lo que me da el hospital”, continúa Mirta. Stefanía abre una vez más los ojos, Mirta se incorpora y se acerca a ella. Acomoda las tres imágenes religiosas que colgó en el respaldo de la camita. “Rezo, rezo mucho. Eso me ayuda”, dice. No quiere hablar más.
En la cama de enfrente está Claudia Elizabeth Carrizo, que llegó hace unos días de Villa General Belgrano, al sur de Tucumán. Su mamá Claudia la levanta y comienza a darle con mucha delicadeza una mamadera. La bebé mira a Página/12, escudriña sin dejar el biberón. Sus ojos son muy grandes, parecen querer saltar de sus órbitas. Tiene 9 meses y apenas supera los 4 kilos de peso. Claudia dice estar más tranquila porque la beba no quería comerle: “La diarrea era tan fuerte que estaba bien flaquita. La doctora me dijo que pesaba 3 kilos 600. Ahora está mejor”, se esperanza aunque reconoce que la fiebre todavía no cede. Claudia está sola, el padre de sus dos hijos la abandonó. Ella, cuando puede, trabaja: “Enfardo tabaco,cosecho limones. ¡Ah!, también voy a Mendoza a la cosecha de la papa”, pero no sabe muy bien cuánto gana porque eso “lo arregla mi hermano”. Claudia quiere volver a la casa de su madre para ver a Luis, su otro hijo, que “es gordito, sanito. En cambio ella siempre fue flaquita. Es que nació seismesina”, aclara. La bebé la interrumpe con una fuerte tos, pero cuando se calma vuelve al biberón, su salvavidas.