Domingo, 29 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Dos presidentas elegidas por sus pueblos honraron la mediación papal que evitó la guerra fratricida entre Argentina y Chile, escalada por dos dictaduras sangrientas. La locura belicista integraba el ADN de los represores, pero la incapacidad de pensar a los vecinos como aliados y socios los antecedía y trascendía. Buena parte del “pensamiento estratégico” en nuestro país concebía a Brasil y Chile como antagonistas. La “hipótesis de conflicto” trascendía la cerrazón castrense, impregnando el pensamiento político. En 1958 Alemania y Francia indicaban que la integración y la cooperación económica eran el mejor antídoto contra las guerras. En nuestras comarcas, que conocieron menos contiendas limítrofes, el sentido común no internalizaba la enseñanza.
Desde 1983 se han sucedido distintos gobiernos democráticos, que ameritan valoraciones diferentes pero a los que cabe reconocerles una orientación común que fue revocar tamañas necedades. El pionero fue Raúl Alfonsín, que destrabó el conflicto del Canal de Beagle, apelando a una consulta popular para medir apoyos. Contados dirigentes peronistas lo apoyaron, uno fue Carlos Menem. Por abajo, los resultados del plebiscito lo comprueban, muchos justicialistas tuvieron más sensatez que sus líderes.
Los sucesivos presidentes mantuvieron el rumbo. La vinculación creció a niveles jamás vistos, en lo económico, en la desaparición de las ínfulas bélicas en los partidos mayoritarios y aún en el siempre trabajoso terreno de los recelos vecinales. El intercambio comercial entre los dos países es record, Chile es uno de los principales inversores externos en Argentina. Nuestras exportaciones al país trasandino empardan, números gruesos, a las que van a Estados Unidos.
Minimizar las cuestiones fronterizas –esto no suele recordarse– fue una premisa constante de los gobiernos de Juan Domingo Perón. Con perspectiva política, el tres veces presidente fue hasta concesivo en entredichos limítrofes: con Chile en sus primeros mandatos o con Uruguay en 1970 cuando se delimitaban competencias en el Río de la Plata. Suponer que las fronteras son murallas y no territorios comunes a edificar es desconocer el abecé de la política internacional, inconcebible si se subestima la centralidad de los bloques regionales.
La integración está en el ideario de dirigentes políticos, empresarios y en la realidad cotidiana de millones de ciudadanos de este Sur. Esa conquista no se escribió en una improbable Moncloa criolla pero fue algo bastante parecido a una política de Estado permanente, con alzas y bajas pero no desnaturalizada en medio siglo. Agradecer la mediación pacifista es justificado y honorable. Congratularse porque ese escenario ha sido desbaratado merced a la continuidad y convivencia de gobiernos democráticos es menos habitual pero igualmente justificado.
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