Jueves, 3 de junio de 2010 | Hoy
Por Damián Pierbattisti *
La operación política montada por el único y verdadero partido de la oposición, el partido del monopolio mediático, puso de relieve, voluntaria e involuntariamente, el contenido de la confrontación en la que estamos inmersos. El precario y limitado escudo protector que intentaron brindarle al PROcesado jefe de Gobierno porteño durante la reapertura del Teatro Colón, incluyendo la exhibición de numerosos apologistas de la “mano dura” y la “memoria completa”, contrastó nítidamente con los millones de ciudadanos que se volcaron a las calles para festejar, compartir y sobre todo ratificar aquello que es el resultado directo de una acumulación política que construyó, al mismo tiempo, una territorialidad social irreversible y un nuevo piso de ciudadanía.
Aquel fin de semana asistimos a la verificación de una paulatina y paciente acumulación de fuerza de las fracciones sociales que libraron una disputa política, económica y, particularmente, cultural, contra un poder hegemónico que comienza a verificar taxativamente los límites objetivos de su expansión. El enfrentamiento con la Sociedad Rural y sus satélites produjo una auténtica “batalla cultural” que puso en crisis la reproducción social de una identidad política y moral que acaba de marcar el punto álgido de su decadencia con la reapertura del Colón (para pocos). Opuesto por completo a este gesto del más rancio y pobre elitismo, casi tan pobre como el lamentable Tedéum para la retaguardia cultural, política y mediática del macrismo, los recientes festejos del pueblo en las calles pusieron en evidencia la disparidad en la acumulación política y social de ambos bandos; en esta ocasión largamente favorable para lo que podemos comenzar a llamar “campo popular” y donde se expresa un estadio objetivo en la construcción estratégica de una fuerza social transformadora.
Las extraordinarias manifestaciones populares descubren, con Colón y todo, que la permanente campaña del partido del monopolio mediático para crear un clima desestabilizador y de hecatombe social no marca más que el agotamiento del ejercicio impune de un poder hegemónico, y por ende cultural, que se siente amenazado por la política de derechos humanos y los juicios a los genocidas, la reestatización de la “plata de los jubilados”, la Asignación Universal por Hijo, el “eje del mal” en el palco, por Chávez en la misma mesa y por explicar en Europa cómo se sale de las catástrofes sociales que tan frescas están para los que hoy se permiten expandir la energía de sus cuerpos en una celebración de millones. Pero, sobre todo, por la ley de medios y por el ADN postergado por años, que también está en los cimientos de su identidad política y moral. En definitiva es la intensidad de la amenaza que la derecha expresa por todos sus poros, y sus más variadas personificaciones, lo que signó el paso de todos los gestos destituyentes; que no se cansó de producir desde el inicio mismo del actual gobierno.
Mucho debemos aprender de tamaña manifestación de alegría popular. El carácter horizontal y festivo, la verdadera y auténtica expansión de las fuerzas del propio cuerpo en el cuerpo de los otros, fundamento mismo de la fuerza moral, marcaron una distancia absoluta con el discurso del miedo que proyectan aquellas jóvenes promesas del periodismo de la dictadura que fueron cómplices del genocidio. Las masas en las calles le otorgan un principio de realidad cualitativamente superior al objetivo estratégico de comenzar a construir una fuerza social que pueda traducirse, política, material y simbólicamente, en una sociedad donde la distribución del suelo, de la palabra, de los bienes culturales y de la riqueza producto del trabajo humano asuman formas cada vez más igualitarias para todos, ciudadanos y ciudadanas de nuestro país y del mundo.
Debemos ser profundamente conscientes de que para continuar avanzando en nuevas y victoriosas ofensivas tácticas estamos políticamente obligados a defender y preservar lo construido a lo largo de los últimos siete años. O dicho de forma más simple, como bien se dice por ahí: “No se puede subir el techo si no se garantiza el piso”. El período histórico que acaba de abrirse nos compromete a debatir, reflexionar, participar e investigar cómo profundizar lo que fue ratificado en las calles. Pero también nos exige tomar nota de las lecciones que nos dejó el curso de los últimos dos años: llevar las banderas rojas a los actos organizados por la Sociedad Rural y permitir entronizar al Opus Dei y al Poder Sojero en sus respectivas comisiones parlamentarias, para luego ser objeto de la admiración y de la estima de un revolucionario de la talla de Mariano Grondona, no es el camino más adecuado para construir una fuerza social emancipadora.
* Investigador del Instituto Gino Germani (UBA-Conicet).
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