Miércoles, 1 de septiembre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
Una consigna podría ser: “Partidas/ partidas/ partidas son las nuestras./ Partidas aprobadas/ las demás están de muestra”. O también: “Acción/ acción/ por la ejecución”. O esta otra: “Están /en el presupuesto/ son un sentimiento/ ejecutelán”. Las tres se aplicarían a la pelea de los estudiantes secundarios por escuelas en obra, un movimiento que no tiene precedentes en la historia.
Hubo muchos momentos de efervescencia estudiantil secundaria. A veces tuvieron que ver con el contagio de momentos voltaicos del movimiento estudiantil universitario. Un caso típico fue el comienzo de los años ’70, del Cordobazo de 1969 en adelante. Los secundarios se colaban en la protesta universitaria o desarrollaban sus propias formas de lucha, tanto en centros estudiantiles como fuera de los colegios.
Los objetivos eran políticos (la caída de una dictadura, la liberación de presos, incluso la revolución) o reivindicativos, desde un cambio en el régimen disciplinario al reconocimiento legal de los centros.
Lo normal era que la política y la cotidianidad estuvieran enlazadas por un reclamo: el pedido de que el Estado aumentase el presupuesto educativo. Los dirigentes estudiantiles suponían, seguramente, que esa consigna era suficientemente política como para articular sus movimientos con otros sectores sociales, el movimiento obrero en primer lugar, y suficientemente amplia como para atraer a las franjas menos politizadas del estudiantado.
La gran novedad de los últimos días, que la Historia deberá agradecer a Mauricio Macri, es la precisión de los objetivos que tiene la protesta secundaria. Ya no es la revolución (porque pocos sueñan con ella) pero tampoco el presupuesto. Se busca una simple y llana ejecución de partidas. Se trata de pedir a los funcionarios que destinen a reformar y mejorar los edificios escolares los fondos que prometieron destinar. Es decir: que hagan bien su trabajo. O que trabajen.
Habitualmente ese tipo de reivindicaciones no forma parte de la política estudiantil sino de la administración. El responsable es el jefe político que dio el visto bueno a las obras (porque tiene que controlar la ejecución), el ministro que derivó las partidas, el funcionario que recibió el dinero, el que contrató, el que licitó, un gerente intermedio y algún auditor externo o interno con vocación de analizar las cosas no diez años después sino a tiempo.
Que los estudiantes hayan notado este punto débil habla bien de ellos. Son perspicaces y políticamente astutos, cosa que profundizaron al no cortar calles: evitaron el choque con los vecinos-conductores, más temibles que los vecinos-televidentes. O sea que los estudiantes son, también, realistas. No está mal tener esas tres características juntas. Ayuda. Para la política y para la vida.
Sólo queda pedirles que sean pacientes. Porque si hay algo que Macri hace, es escuchar.
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