Jueves, 4 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Néstor Piccone *
Desde hace apenas siete días, los ojos y oídos de los argentinos enfrentan una avalancha de sensaciones y palabras.
Más allá de la selección o recorte de la realidad que cada uno haga, la muerte de Néstor Kirchner no pasa gratis por la vida de nadie.
Kirchner dejó huella. Desde el agrado o desagrado por sus ideas y políticas, los argentinos comenzamos el proceso de duelo (desde la psicología se estima un año, el tiempo mínimo necesario para duelar cualquier tipo de pérdida). Una muerte, una separación, un trabajo. Todas las pérdidas pegan en el afecto, sean éstas económicas, sociales, culturales o políticas. Y la muerte de Néstor impacta en todas las facetas de la vida pública y privada de los argentinos.
Lilia Ferreyra, la última compañera de Rodolfo Walsh, en el marco del tumulto de palabras, precisó que “la muerte nunca venció al peronismo”.
Esas palabras dichas en los momentos iniciales del proceso de duelo son una convocatoria optimista a la acción.
A diferencia de lo que pasó con la muerte de Perón, que sumió en la orfandad a quienes disputaban ideas que aparecían como irreconciliables, la muerte de Kirchner es una ofrenda a la voluntad de seguir construyendo en la diversidad.
A una semana de su muerte no hay quien pueda hacerse el distraído, cada uno, en el lugar que haya elegido para hacer la Argentina, sabe lo que tiene que hacer.
Kirchner no deja sola a Cristina, su proyecto sumó a mucha gente, construyó consensos que trascienden las fronteras del país. Oficialismo y oposición, pensadores o activistas saben lo que hay que poner para que Argentina siga en el camino emprendido. Dependerá de la honestidad intelectual y el respeto por los otros, no tentarse con los atajos que, no hace demasiado tiempo, nos llevaron –casi– a la desintegración nacional.
* Periodista, licenciado en psicología.
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