Sábado, 22 de enero de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
La figura del ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva se ha convertido para los políticos de la oposición argentina en una especie de talismán al que todos quieren aferrarse. No sólo lo mencionan sino que lo interpretan. Eduardo Duhalde logró un prólogo del ex presidente para su libro de campaña, apoyado en la relación personal que ambos tuvieron durante la gestión que el ahora precandidato presidencial del peronismo federal tuvo en la Secretaría del Mercosur durante el gobierno de Néstor Kirchner. El chubutense Mario Das Neves no duda en exhibir su presunto parecido físico con Lula como un éxito personal y como si ello fuese el resultado de una trabajosa construcción política. Y pretende hacer creer que de esa similitud de imagen se puede desprender una afinidad ideológica. Elisa Carrió –que no puede argumentar parecido físico con el ex presidente brasileño– elogia a Lula por haber “construido un país de clase media” y omite maliciosamente que muchos de los aciertos que se le atribuyen al ex mandatario brasileño surgen de la aplicación de orientaciones políticas y económicas que, en líneas generales, son muy similares a las que han puesto en práctica en Argentina primero Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández. Parece ser que lo que afuera es bueno y se destaca como acierto, cuando se hace en territorio propio no merece serlo tanto.
A falta de ideas propias y de modelos accesibles –y que puedan resultar útiles con fines de campaña electoral– seguramente los precandidatos creen que mencionando a Lula como ejemplo o presentándolo como modelo podrán recibir algún derrame del 87 por ciento de popularidad que acompañó al ex presidente brasileño en el momento de traspasar el mando a la actual mandataria, Dilma Rousseff.
Habrá que advertirles a todos ellos que en política los méritos ajenos no suelen aportar al capital propio ni agregar prestigio por transición. No porque Lula no sea un ejemplo –que sin duda lo es– sino porque también es cierto que puesto a hacer política, el ex presidente puede ser amable con muchos dirigentes argentinos, pero es claro que sus apoyos y afinidades están dirigidos a quienes hoy conducen el país. Porque tanto él como sus asesores también hacen análisis, conocen las encuestas y construyen escenarios de futuro para saber quiénes son los que tienen posibilidades reales de gobernar la Argentina.
Otro tema no menor. Los candidatos argentinos de la oposición no dejan de rendirles pleitesía a los grupos económicos multimediales convencidos de que eso les allana la ruta hacia el poder. Alguien tendría que advertirles que ése no fue el camino de Lula, que llegó al Palacio de Planalto a pesar de la oposición sistemática de los grupos multimediales que también existen en Brasil y a los que combatió con los medios a su alcance.
Se podría decir que la utilización de Lula como estandarte de campaña por parte de la oposición tiene el mismo valor y significación que las efigies del Che estampadas en las remeras de los jóvenes argentinos de clase alta que se pasean en las playas y en los boliches de onda de Punta del Este.
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