Lunes, 17 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
La Asignación Universal por Hijo (AUH) es una de las mejores medidas tomadas desde la recuperación democrática. Una gran política social o más que eso. Ampliación (reconocimiento) de derechos, política de ingresos, impacto en la economía familiar, en la escolaridad, en el desarrollo local.
La alta valoración no obsta a una mirada crítica: hay reparos para formular, mejoras pendientes. Entre los reparos: “dejar afuera” a los informales que ganan por encima del salario mínimo vital y móvil. Y a los monotributistas que apenas paran la olla, que los hay y quedan excluidos.
También sería deseable mejorar el rango institucional de la AUH, sancionada por decreto: implementarla por ley, para conferirle mayor solidez. Si el resultado electoral es el que todos prevén, el oficialismo tendrá esa mejora al alcance de la mano. En la reforma, opina el cronista, valdría la pena establecer ajustes semestrales con coeficientes prefijados por ley tal como se hace con las jubilaciones, para preservar el valor adquisitivo y limitar la discrecionalidad gubernamental.
Con esos señalamientos, que no son los únicos, es innegable el valor económico, cultural y simbólico de la AUH. Sin embargo (¿o por eso?) tiene “mala prensa” y concita opiniones adversas de muchos ciudadanos de sectores medios. Las encuestas receptan esas críticas. Muchos periodistas de postín confunden, por desidia o mala fe, una asignación-derecho con “un plan”.
Y sin embargo, como ya se dijo, debería haber más ciudadanos incluidos en la AUH. Porque lo necesitan y porque lo merecen. Aunque muchas amas o amos de casa VIP se enardezcan, carteando a La Nación: esos derechos se merecen, porque son correlato y pre-requisito de la condición ciudadana.
La lectura de la nota central podrá motivar que algunos den por corroborados sus prejuicios. “Ellos” no siempre “invierten” bien. Eventualmente compran motos, golosinas, comida chatarra. Los chicos tienen berretines o caprichos con productos de marca o con la comida, como sus símiles de sectores medios. No faltará quien levante el dedito o arroje la primera piedra. Torpe, pero no infrecuente manera de valorar la igualdad, así sea ejercida durante un ratito.
Las familias de sectores populares sobrellevaron lo peor de la crisis con perseverancia y templanza. Se mantuvieron en pie casi sin nada, entretejiendo estrategias de supervivencia.
Ahora perciben del Estado en reconstrucción lo que merecen, menos de lo que merecen si se quiere ser estricto. La regularidad facilita el cálculo, la previsión, la diversificación de los gastos, máxime si quien administra es una mujer (80 por ciento de las beneficiarias de la AUH lo son, según información del Ministerio de Trabajo).
Menuda mano, no siempre reconocida, le dieron a la sustentabilidad democrática. Ayer y ahora se bastaron para sostener a la familia raspando el fondo de la olla. Con templanza, con sabiduría, con la formidable destreza para exprimirle el jugo a cada moneda transformándola, si viene al caso, en alegría.
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