Domingo, 23 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › LA VISIBILIZACION DE UN CRIMEN
El juicio ESMA deja marcas también desde el punto de vista jurídico. Uno de los ejes es la violencia de género, construida como prueba a lo largo del debate en un contexto que iluminó qué fue ser mujer en la ESMA. Una línea que integró la acusación por la que las querellas pidieron penas autónomas y en el último tiempo terminó habilitando en el juzgado de Sergio Torres la primera investigación abierta en paralelo sobre el delito de violencia sexual como delito de lesa humanidad.
A más de un año de su declaración, Marta Alvarez vuelve a ese momento: “Creo que es uno de los temas que venimos trabajando hace tiempo, los compañeros al principio necesitaban contar el secuestro y todo lo demás y después es como que uno va desentrañando o redescubriendo dónde estuviste: las intenciones del otro, cómo te manejabas. Ahora se escucha esto porque en el Juicio a las Juntas hubo testimonios de violaciones y se pasaban de largo como una tortura más, creo que ahora hay otra escucha, se puede escuchar otro lado de lo que pasó como en la sociedad que hoy escucha sobre la violencia y el maltrato”.
El Centro de Estudios legales y Sociales (CELS) planteó la primera querella que denunció la violación de una de las víctimas por parte de Jorge “Tigre” Acosta en 2007. A lo largo de los juicios de lesa humanidad como Atlético-Bano-Olimpo y Vesubio, los abogados hicieron preguntas a los testigos cuando fue posible vinculado a ese tema. Y acusaron por eso. La abrumadora cantidad de testimonios que aparecieron en el juicio de la ESMA sobre este punto permitieron a los abogados marcar los ejes que tomó la violencia de género en la ESMA: sometimiento a esclavitud sexual de parte de oficiales del grupo de Tareas 3.3.2, abusos sexuales apelando a la vulnerabilidad psíquica y mental de las víctimas, violaciones sistemáticas a mujeres detenidas y embarazadas. Y finalmente, indicó el alegato, “una particularidad de la ESMA era la perversa actitud de feminizar a las detenidas que se encontraban allí desaparecidas: era común que las despertaran en la mitad de la noche para llevarlas a cenar o a bailar, previo obligarlas a vestirse y maquillarse”.
Nilda Actis relató que solían llevarlas a cenar: “En dos o tres oportunidades me tocó ser una de las elegidas para salir a cenar”, contó. “Llegaba un Pablito y decía: ‘acomódese para salir a cenar’. Eso también formaba parte del proceso de recuperación, nos convertíamos en señoras.” Otro relato que recogió el alegato fue el de Miriam Lewin, que contó que una vez llevaron a Cristina Aldini, cuyo compañero había sido asesinado, a bailar a Mau Mau. Ella fue al baño y lloró desconsoladamente.
Esos datos aparecieron en declaraciones con subrayados que mostraron situaciones que en otros momentos parecían estigmatizarlas como actos de resistencia. Adriana Marcus lo planteó de esa manera al contar que pedían el plato más caro del menú de un restaurante o que alguna escribía algo con lápiz de labio en la puerta de un baño.
“A ver, subversivas –les dijeron una vez–. ¡Vístanse de mujeres!” Y ellas no sabían si tenían que vestirse para un vuelo de la muerte. A ella la llevaron a cenar a El Globo con algunos compañeros, varones y mujeres. “Era muy difícil sostener esa situación –explicó– porque se armaban debates en los que sentías que nos estaban probando para ver si pisábamos el palito, que San Agustín, que Ortega y Gasset, que el rol de las mujeres, que el feminismo. Nosotras tratábamos de intervenir lo menos posible; tampoco quedarnos calladas: era estar en el filo de la navaja entre no traicionarnos y tampoco abrir un debate para quedarnos en inferioridad y que nos volviesen a meter en Capuchita.”
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