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El trauma que queda

Por P. L.

“Lo insoportable de la inundación, como de cualquier catástrofe, es que nos revela la vulnerabilidad propia de la condición humana”: quien se expresó en estos términos no fue un filósofo tras su escritorio sino Daniel Mosca, coordinador del servicio de Estrés Traumático del Hospital Alvear quien, de regreso de asistir en Bolivia a las víctimas de un derrumbe junto a los Cascos Azules de la ONU, viajó hoy a Santa Fe para organizar la asistencia a víctimas y personal de salud.
“Uno se pasa toda la vida negando los riesgos que siempre corre, hasta que algo, una inundación, lo enfrenta no sólo con el horror, sino con la incertidumbre: no es posible dominar en qué momento el río se meterá en la casa o cuándo empezará a bajar”, destaca Mosca. Esa verdad vacía sería el carozo de lo traumático.
Entonces, “en estas situaciones de desastre, lo que la gente suele sentir en un principio es una sensación de inseguridad, empequeñecimiento, desvalorización... que es real”, observa el especialista en traumas.
Mosca coordinará la atención psicológica de personas damnificadas y de profesionales vinculados con la cuestión, entre los que señaló a “los docentes: es bueno que las clases se normalicen lo antes posible”.
Es que la violencia psíquica de la inundación no opera del mismo modo en los chicos que en los grandes. “Tanto en chicos como en adultos, la vivencia inicial es de falta de apoyo, de contención. Pero los niños recurren a los adultos que sean referencia habitual para cada uno: el problema es cuando estos adultos, a su vez bajo el trauma, no pueden contenerlos.” De todos modos, para el trabajo psicológico con esos adultos conviene esperar “a que tengan mínimamente aseguradas sus necesidades primarias de techo y alimentación”.

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