Domingo, 3 de febrero de 2013 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Es una sandez que los jueces deban hablar a través de sus sentencias, que están escritas en clave para pocos. En paralelo, en muchas ocasiones es correcto uno de sus reclamos a la ciudadanía, los medios y los políticos.
Es cotidiana la sobreexigencia para que se vulneren el derecho de defensa, la presunción de inocencia, los tiempos del debido proceso. La “tribuna” y muchos protagonistas juzgan de antemano. Y piden condena sin etapas procesales. “Que vayan presos ya. Que se pudran en la cárcel”. Que lo digan las víctimas, se excusa por su condición y sufrimiento, aunque no les da razón. Que eso se transforme en sentido común y mandato es un síntoma grave.
Hace pocos días se produjo en Brasil un estrago muy similar al ocurrido en Cromañón. Varios medios señalaron, elogiosamente, que ahí se tardó mucho menos en hacer detenciones que en la Argentina. No es el meollo de ninguna cuestión, es apenas la satisfacción de una demanda poco meditada, pasional, eventualmente ilegal.
Hubo un escándalo, hace años, cuando se excarceló al empresario Omar Chabán. Clamaron los familiares, sus abogados, muchos periodistas, hasta el propio gobierno nacional. Se habló de impunidad, se profetizó que Chabán se escaparía del país. Pasado el tiempo se llegó a una sentencia que conformó a los querellantes y buena parte de la opinión pública. No se analizará aquí si fue justa, el centro de la nota es otro.
Fueron condenados empresarios, músicos de Callejeros, funcionarios. Como no habían estado presos antes por largo tiempo, se los arrestó ahí y se los llevó a la cárcel. Fueron a dar a prisión una vez condenados, la secuencia lógica que tan a menudo se quiere trastrocar, pero que es la mejor. Claro que la duración de la causa fue exagerada, pero no consistió en pura defraudación. Mayormente, se lo consideró un fallo justo y hasta ejemplar. Muchos de quienes lo hicieron se habían sublevado cuando se excarceló a Chabán.
Este no se profugó, no es sencillo hacerlo para quien es conocido, no dispone de una fortuna ni redes de relaciones en el exterior. A muchos exagerados les vendría bien un poco de costumbrismo o una mirada sobre datos estadísticos.
El Poder Judicial no es un compartimento estanco, desvinculado de la sociedad o del sistema político. Democratizarlo exigiría un cambio de procederes a su interior, también autocontrol de quienes prejuzgan y condenan desde afuera. Y acciones políticas. Y ponerse en gastos, cuando es menester.
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