EL PAíS › DECLARACION CONJUNTA EN PLENO LAGO ARGENTINO
Foto helada y patadita a Bush
Por M. G.
Desde Calafate
Convertiros en un dúo sin roces, los dos jugaron fuerte. Néstor Kirchner y Ricardo Lagos se sacaron una foto con los hielos del ventisquero Perito Moreno de fondo. Imposible mayor símbolo de confianza para un presidente de origen patagónico y otro chileno, una región y un país con tradición de sensibilidad extrema a los problemas de límites.
La excusa para la imagen fue la firma de una “Declaración presidencial de El Calafate”. El texto tiene su miga porque podría caerle mejor a Bill Clinton que a George Bush. Pero para llegar al texto hubo que viajar.
El Tango-01 dejó a los presidentes a tiro de catamarán. Luego vinieron dos horas de navegación por el esmeralda pálido del lago Argentino. El día estaba frío pero no más que en Buenos Aires, y el paisaje ganaba en la competencia entre Parque Chacabuco, digamos, y la cordillera baja que lucía en blanco y negro por la nieve y la roca oscura. El catamarán es moderno. Acelera y frena. Acelera y frena. Se bambolea poco en un lago sin olas. Cuando frena, el silencio es absoluto. Entonces la embarcación gigantesca se desliza en el agua y sólo se escucha el ruido del hielo que rompe dentro del glaciar, cuando trozos que ayudarían a una vida de whisky de un pueblo entero caen derretidos y quebrados por el sol tenue del invierno. A veces, también, el silencio se interrumpe por algún golpe contra el casco. El catamarán tiene una sonda más perfecta que la del Titanic para sortear los hielos más grandes, pero icebergs medianos quedan desperdigados en el agua y golpean como cascotazos contra el metal del barco. Cuando el catamarán se acerca a unos 100 metros del frente, el color interior del hielo es de un celeste intenso, y es intenso también el blanco que contrasta. Es un ámbito ideal para cualquier metáfora más o menos patriótica o, como en el caso de Kirchner, para cualquier chiste racinguista. Naturalmente el Presidente no se privó de nada. En el segundo caso, hasta extendió una bandera y bromeó ante la comitiva chilena recordando a Mirosevic y Galdamez, dos chilenos jugando para Angel Cappa.
La Argentina y Chile terminaron en 1998 con el último diferendo de límites, justamente en la zona de los hielos. En ese momento firmaron Eduardo Frei, el presidente democristiano del segundo turno de la Concertación Democrática con los socialistas, y Carlos Menem, que ahora puede enarbolar el mérito de haber terminado con un conflicto absurdo y sumarlo a otros dos éxitos de su gobierno como fueron la derrota de la hiperinflación y de las hiperrebeldías carapintadas. Ayer la foto fue para el presidente socialista de la Concertación, justo cuando puede ser desafiado por la derecha porque se apresta a conmemorar por primera vez de manera oficial el golpe contra Salvador Allende y el suicidio del presidente socialista tras defender la legalidad, y para el patagónico en busca de afianzar la sociedad con los vecinos.
En cuanto a la declaración, que ambos firmaron en una mesa colocada en la cubierta, mientras el catamarán giraba y giraba para que los hielos siempre volvieran a estar como telón de fondo, se trata de una crítica común sobre los efectos del deterioro de la capa de ozono y el cambio climático, un ámbito en el que, dicen, “las responsabilidades, si bien son comunes, son asimismo diferenciadas porque no todos han generado el mismo volumen de contaminación ni todos poseen los mismos recursos económicos y tecnológicos que permitirán revertir las tendencias y, cuando sea posible, mitigar los daños”.
Los presidentes también “exhortaban a los países desarrollados que son partes del convenio marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático para que ratifiquen el Protocolo de Kioto a fin de que su entrada en vigor modifique la tendencia de crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero e inicie un movimiento hacia la equidad en el volumen de las emisiones por habitante”.
Bush no quiso firmar el Protocolo de Kioto, del mismo modo que no firmó la adhesión norteamericana a la Corte Penal Internacional. Cualquierapodría sentirse tentado de analizar la declaración de El Calafate como una oblicua defensa del multilateralismo frente al unilateralismo crudo de la administración norteamericana. Es una tentación válida.