EL PAíS
No quiero que mi viejo haya muerto en vano
Por Mary Sánchez *
Mañana se cumple un año de la muerte de mi padre a consecuencia de un asalto a nuestro domicilio.
Eran las nueve de la noche. Estaba con mi padre de 92 años, uno de mis hijos, su esposa y mi nieto de sólo tres años. Esperábamos a unos amigos. Llegaron, pero al abrirles la puerta se introdujeron dos delincuentes fuertemente armados. Uno me empujó a punta de pistola y me llevó a mi habitación. El otro hizo tirar a todos menos a mi papá cuerpo a tierra, les sacó sus pertenencias personales y comenzó a vaciar otra habitación, poniendo todo en cubrecamas. El que me apuntaba a mí levantó a mi hijo del suelo y lo llevó a la habitación de mi padre, robando la jubilación que había cobrado ese día. De pronto se escucharon tiros en la puerta de casa. Vi que entraban policías. Desesperada, comencé a gritar que nos iban a matar, que no se movieran. Apareció mi hijo del fondo de la casa y nos sacó a la calle. Nos refugiamos en la casa de un vecino.
Mi papá, una persona extraordinaria y valiente, se había escapado y dio el aviso. El nos salvó a todos de cosas más salvajes, de situaciones más violentas con que nos amenazaban.
Mi hermana y su hijo estaban por llegar del trabajo. La esposa de mi sobrino estaba en la planta alta esperándolos. Cuando escuchó los tiros se asomó por el balcón y se tiró a la vereda por el poste de luz. Mi padre no se movía de la puerta del vecino a ver si los detenían y esperando a mi hermana, que llegó en ese momento. Como quien cumple su misión se desplomó y murió en el traslado al hospital junto a sus dos nietos.
El delincuente que estaba afuera en un coche escapó. Los dos que estaban adentro también. Saltaron por el fondo de la casa y cayeron en el domicilio de un vecino donde había una fiesta de casamiento. El novio y su padre los corrieron dos cuadras y casi los alcanzan, pero ellos se mimetizaron entre los chicos que salían de la escuela nocturna del barrio.
Los patrulleros de la puerta de mi casa no arrancaban, al parecer por falta de nafta. En la calle de atrás por donde escaparon no había ni un policía. En las laterales tampoco. Si no, los podrían haber detenido en ese momento.
Es de imaginar la conmoción que el hecho produjo en el vecindario del barrio La Loma de Ramos Mejía, donde vivo hace cincuenta años y mi padre era muy querido.
Mi casa está a una cuadra de la comisaría. En esa época era cosa de todos los días el relato de los robos. Ocho coches en una noche... en la manzana de la comisaría. Nos enterábamos en el almacén, en la panadería, en el kiosco.
A la semana siguiente en la esquina de mi casa hubo otro asalto. Entonces los vecinos decidimos organizarnos. Comenzamos a reunirnos en la cuadra sin presencia policial. Sí tuvimos reuniones con funcionarios y autoridades locales y provinciales.
Nunca pedí custodia policial pero la pusieron en mi cuadra solamente. Sin embargo la pusieron. En mi cuadra, solamente, como un privilegio. Sufrimos intentos de romper nuestras reuniones por parte de supuestos vecinos que no conocíamos. El colmo fue cuando en los minutos siguientes a un cambio de vigilancia, entraron a la casa de un vecino del frente estando ellos en la planta alta y les robaron herramientas y las bicicletas de los chicos del garaje.
Pero seguimos adelante por nuestra cuenta. Pusimos un sistema de alarma comunitaria. Soportamos presiones y comentarios de todo tipo. Claro, era un año electoral.
Un día cambiaron las autoridades policiales del barrio. Ampliaron las zonas de vigilancia y patrullaron más. Pero nosotros no pudimos organizarnos en un foro vecinal con los derechos que prevé la ley. Sólo lo tienen las organizaciones ya reconocidas en el municipio. Es absurdo: los vecinos víctimas no podemos representarnos legalmente. El asalto que relaté no fue el primero. Hubo otro en febrero del 2003, pero los delincuentes estuvieron menos tiempo. Robaron el coche y se fueron rápido. Sólo dos años antes, en enero del 2001, mi nieta mayor, en ese momento de sólo cuatro años, fue alzada y apuntada en su sien por “un femenino”, como diría la Bonaerense, y mi hijo con una escopeta recortada por el “masculino”.
Los vecinos del fondo de casa, los que habían corrido a los ladrones, sufrieron el desvalijamiento de todas sus cosas. Era de tarde mientras estaban trabajando. El hijo de un vecino facilitó a sus cómplices el acceso a la vivienda. Gracias a los vecinos que observaron gente desconocida, las víctimas hicieron confesar al muchacho la verdad. Pero teniendo todos los datos, incluso el domicilio, tardaron tres días en allanar.
La policía nos pide, y la ley también, que denunciemos y ayudemos a la Justicia. Pero la mayoría les tiene tanto miedo como a los delincuentes. Los que logramos superarlo lo hacemos con desconfianza. Da mucho miedo ir a rueda de reconocimiento como hicimos, dudar si eran o no cuando todos no coincidimos en el reconocimiento de los autores. Por el miedo nos refugiamos en casa, nos encerramos. Nos ponen en la disyuntiva de seguir arriesgando a la familia. Son tres hijos, nueras y cinco nietos. Mis hijos sufrieron mucho en la dictadura con su madre cesanteada, escondidos, viviendo lo que a su edad fue muy traumático.
El señor Blumberg, con su fuerza y su entrega a una causa noble, me hizo recordar los días terribles que pasamos después de cada agresión delictiva. La atención psicológica de mis nietos. La muerte de mi padre, de la que no nos recuperamos hasta hoy. No puedo saber, ni siquiera imaginarme, qué habría pasado conmigo si hubiera perdido a un hijo o a un nieto. Supongo que habría enloquecido.
Por eso quise firmar el petitorio. Pero sólo lo encontré en Internet y las hojas dicen, nada más, campaña por Axel.
Quisiera haber tachado lo que no estoy de acuerdo. Otra vez el miedo. Pero ahora le sumo el que tengo por lo que conozco de cerca y de adentro. Conozco la ferocidad y el oportunismo de las internas político-partidarias. Y no sólo del oficialismo. Muchos van a invocar el nombre de Axel y de la magnífica marcha para fundamentar sus posiciones, aun las antagónicas. Ojalá que no usen el dolor ajeno para sacar ventaja coyuntural. Por ejemplo, no pueden bajar la edad de imputabilidad si antes no garantizan cómo educan, enseñan oficios y dan futuro a los pibes que hoy están muertos en vida. Hay contradicciones: Felipe Solá puso interinamente en Seguridad a quien siendo ministra destruyó la educación bonaerense cuando tenía la oportunidad de ir a fondo y no quiso. Podrán cambiar y modificar todas las leyes, pero lo que tienen que cambiar es la estructura delictiva ligada al poder. Y esa estructura es el instrumento más poderoso de desestabilización política con que cuenta la derecha argentina. Si eso no cambia, a los pibes del conurbano y a todas las víctimas del despojo sólo les dejarán la alternativa de morir bajo las balas de un delincuente como policías rasos en busca de un salario y una obra social. O delinquir y morir bajo las balas de la Bonaerense.
Yo tampoco quiero que mi viejo haya muerto en vano.
* Ex secretaria general de la Confederación de Trabajadores de la Educación. Ex diputada nacional.