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Desencuentros
Por Washington Uranga
La historia de las relaciones entre el gobierno del presidente Néstor Kirchner y la jerarquía de la Iglesia Católica se parece más a una comedia de desencuentros que a la relación institucional entre la cúpula del poder político del país y las autoridades de la comunidad religiosa más importante y tradicional de la Argentina. El Presidente tiene un estilo frontal que no es el mismo de la Iglesia, más acostumbrada a moderar sus pronunciamientos y a utilizar –en muchos casos– un lenguaje ambiguo en sus declaraciones. Esta actitud presidencial molesta, sin duda, a muchos obispos acostumbrados a un trato deferente y preferencial por parte del poder político. Aún los más dialoguistas y cercanos al Gobierno se quejan en privado de que el primer mandatario no genera espacios para el diálogo reservado, para el intercambio privado sobre temas “importantes para las dos partes”.
Aunque nadie puede decir que todo es transparencia en el manejo político del Gobierno, está claro que el Presidente rechaza lo que él entiende son presiones corporativas. Y en ese lugar ubica a la jerarquía de la Iglesia Católica, seguramente a partir de su experiencia personal. Por su parte, gran parte de los obispos no se resigna a que el avance de las visiones plurales en la sociedad es quite peso específico a sus opiniones que en algún momento fueron incuestionables: sus puntos de vista no son relevantes para muchos sectores de la sociedad y, en consecuencia, también se reduce su margen de maniobra y de presión sobre los actores sociales y sobre el poder político. Acerca de esta realidad existe diferente grado de aceptación entre los obispos, pero subsiste una cultura institucional que los empuja permanentemente a “pontificar” buscando que la verdad que surge de lo religioso sea entendida como “verdad natural” y, con ello, necesariamente aceptable por todos. Esto incluso más allá de lo escrito y de las manifestaciones públicas que refieren a la pluralidad, la diversidad y la escucha de otras posiciones. El hecho tiene que ver con una marca cultural de siglos y con la incidencia que el catolicismo ha tenido en la historia político-cultural de los argentinos.
El entredicho planteado en torno de la carta pastoral y las reacciones del Presidente tiene que ser leído en ese marco. A Kirchner le molesta que los obispos hagan observaciones que él considera que no son acertadas y que, además, sirven de pasto para que de allí se nutra la oposición. Seguramente López Murphy, que salió a respaldar a los obispos, no apoyaría la demanda de reforma agraria ni tampoco el cuestionamiento a la propiedad privada absoluta que se incluye en el documento episcopal y Sobisch no se va a preocupar por reconocer el derecho a la tierra de los pueblos originarios neuquinos tal como lo reclama la jerarquía católica en el mismo documento. Para el Presidente el documento de los obispos alimenta un bloque de críticas a su gestión que él no está dispuesto a permitir.
Muchos obispos piensan –como lo dijo el vicepresidente del Episcopado, Agustín Radrizzani, uno de los obispos más dialoguistas con el Gobierno y con la clase política– que el Presidente está “mal asesorado” y no fue bien informado sobre la totalidad de los contenidos de la carta pastoral. Estos mismos niegan totalmente que la intención haya sido atacar al Gobierno y, por el contrario, marcan una serie de puntos en los que no sólo se reconocen los avances hechos en este tiempo, sino que muchas de las puntualizaciones coinciden con las propuestas del gobierno de Kirchner. “No entendemos”, dicen en privado.
Pero si la intención era buscar un pronunciamiento evitando enfrentamientos con el Gobierno, ciertamente la dirigencia de la Conferencia Episcopal cometió un error eligiendo al arzobispo Carmelo Giaquinta, ya renunciante en su diócesis y terminando su período en Pastoral Social, como vocero ante la opinión pública. Giaquinta es un personaje temperamental y muchas veces verborrágico, que ha tenido ya varios choques verbales con el Gobierno. Su sola presencia fue ya un factor de irritación. Giaquinta es de los que habla desde “el lugar de la verdad” dejando poco margen a opiniones diversas. No el único. Desde distintas posiciones del espectro ideológico hay todavía muchos obispos que piensan así. Ahora, cuando desde la conducción que encabeza Bergoglio se busca quitarle temperatura al entredicho, Giaquinta sale con una nueva declaración que rompe, una vez más, con esa estrategia. Así las informaciones indiquen que se trata de un texto que el ex arzobispo de Resistencia construyó por voluntad propia y sin consultar a nadie, desde el punto de vista político resulta prácticamente imposible no leerlo como una respuesta institucional. Es lógico que así sea. También porque en actitud corporativa y para no mostrar “divisiones” (que existen a simple vista) ningún obispo saldrá a contradecir públicamente a Giaquinta.
Los dichos del ex arzobispo de Resistencia no sólo abren la posibilidad de otra réplica presidencial sino que deja desairados a muchos importantes actores del Gobierno y de la Iglesia que, desde el silencio y el anonimato, venían haciendo gestiones para acercar las partes y restaurar el diálogo. Todos ellos se sienten burlados mientras observan que la pelea mediática destruye la construcción política que tanto esfuerzo les ha costado. Habrá que ver cómo evoluciona el tema. Pero es evidente que aún en la Argentina de hoy, el diálogo entre Gobierno e Iglesia Católica, cada uno respetando sus incumbencias y su autonomía, forma parte de la gobernabilidad y de la armonía que el país necesita.