EL PAíS › OPINION

Beneficio y sospecha

 Por Eduardo Aliverti

Hay por lo menos dos maneras de analizar lo que muchos juzgan como la noticia del año. La conclusión, eso sí, no difiere. Es la misma cualquiera sea el juicio que merezca.
La manera número uno recuerda el carácter ilegítimo de la deuda externa, que fue sucesivamente contraída para lo que el Presidente se encargó de remarcar en su discurso: hambrear al pueblo en beneficio de la oligarquía financiera internacional y fijar condicionamientos políticos a las decisiones nacionales. Abundar en esa relación de causa-efecto ya no tiene mayor sentido informativo. Por lo tanto, es lícito preguntarse por qué diablos hay que pagarles hasta el último dólar a estos chupasangres de los organismos de crédito internacionales, en lugar de usar ese dinero –que encima saldrá de las reservas– para corregir los monstruosos desequilibrios y necesidades sociales de este país. Si se lo ve de esa manera, la decisión del Gobierno reemplaza a lo que simplemente debió haber sido un pagadiós; y en consecuencia amerita ser juzgada como una medida antipopular, que privilegia la razón de los poderosos por sobre las necesidades de los desposeídos. En seco es así, le guste o no le guste a un gobierno que presentó su determinación por izquierda.
La manera número dos toma nota del contexto político y social y asume tanto como la uno que no es justo pagar esa deuda, del mismo modo en que reconoce que la quita post-default fue tan inédita en su volumen como igualmente antipopular en el reconocimiento de las acreencias que permanecen. Porque cabe recordar el pequeño detalle de que las próximas generaciones de argentinos tendrán que hacerse cargo de los bonos refinanciados. Sin embargo, esta segunda manera también registra que lo que hay por estas pampas no es un gobierno revolucionario; que esta sociedad demostró ya varias veces su carácter profundamente conservador en cuanto a encarar alguna épica antisistémica, y que desde esa realidad no puede pretenderse mucho más que una conducción gubernativa que sea la izquierda de la derecha. Viene a ser aquello de que Kirchner no es un tipo de izquierda, pero que en la sociedad no hay o no aparece nada a la izquierda de Kirchner. ¿Este pueblo se banca algo que esté más a la izquierda de usar las reservas para saldar la deuda con el Fondo? ¿Aguantaría una presión endógena y externa que construyera una subjetividad de país aislado, huérfano de inversiones, ubicado en el “ridículo” de tener que vivir con lo suyo, largado a la utopía de liderar con Cuba y Venezuela el enfrentamiento con yanquis y aledaños? Vaya uno a saber si la respuesta no sería afirmativa en caso de que Kirchner fuese un líder de izquierdas, pero el tema es que no es eso ni mucho menos porque la sociedad no quiere que así sea. Y es allí donde esta segunda manera de analizar el pago completo de la factura del Fondo adquiere una perspectiva diferente. En vez de convocar a la movilización de las masas para asumir un hipotético destino de soberanía económica plena, decidiendo no pagar un centavo, Kirchner llama a admitir que sacar de la cama al Fondo, y a sus brutos programas de ajuste, tiene el costo de pagarle sus acreencias. Y dice que, entonces, no seremos más dependientes que de nosotros mismos.
Técnicamente, eso no es cierto. Porque la inmensidad de la deuda tiene muchísimo más que ver con las decenas de miles de millones de dólares que continúan debiéndoseles a los privados, que con los menos de diez mil que se le deben al Fondo. Kirchner no se preocupa por eso porque esos vencimientos caerán cuando quién sabe qué será de su vida. En otras palabras, en lo estructural no resolvió nada.
El dato objetivo, numérico, contable, es que el FMI despedido de la alcoba no es el que la tiene más larga. Sí es cierto que ahora se verá, en forma más cristalina que nunca, si haberse sacado de encima al Fondo querrá decir que la plata de vencimientos ahorrados y condicionamiento político cero implicará destinar esos fondos a una distribución de la riqueza exactamente inversa a la injusticia que este mismo Gobierno profundizó. El oficialismo, tal como presentó la noticia, ha perdido casi toda la excusa técnica para no reparar a pobres, indigentes, jubilados; para no activar créditos dirigidos al reacomodamiento productivo del mercado interno; para seguir haciéndose el desentendido con la aplicación de un IVA que equipara a la bijouterie con los paquetes de arroz.
Lo audaz o bastante audaz de la medida pasa por ahí. Por haberla presentado por izquierda. Si de aquí en adelante las cosas de la economía siguen por derecha el efecto será boomerang, porque habremos pagado todo al reverendísimo cohete. El Presidente creó una expectativa enorme el jueves a la tarde y se tiene que hacer cargo de haberla señalado como un “cambio de época”. Está claro que cabe concederle el beneficio de inventario, tanto como la sospecha de haberse tratado de una medida para la gilada.

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