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La historia del Lali Vázquez, que murió tuberculoso y esposado

Fue declarado inimputable e internado en la UP10. Contrajo tuberculosis. Murió en la guardia del hospital Alejandro Korn porque los hospitales decían que no había cama para internarlo.

 Por H. C.

“Este Instituto Neuropsiquiátrico de Seguridad (INS), destinado a varones, tiene por misión general proteger, promover, recuperar y habilitar la salud de los internos con patología neuropsiquiátrica...” El texto se puede leer en uno de los párrafos de presentación de la U10, del Servicio Penitenciario Bonaerense, colgado de la página web del Ministerio de Justicia bonaerense. Semejante declaración de principios hace agua no sólo los días de lluvia. La historia de Lali Vázquez, pero más que historia, su final, da cuenta de que la misión general de la U10, uno de los dos penales neuropsiquiátricos de Melchor Romero, cayó en el más rotundo de sus fracasos: el Lali, sobreseído pero preso porque su esquizofrenia debía mantenerse a resguardo, no fue protegido porque se enfermó al menos de tuberculosis, no fue recuperado porque en dos meses perdió más de 15 kilos, no se habilitó su salud porque al penal entró sano, y si fue promovido lo fue al cementerio, porque murió abandonado por el SPB en una guardia de un hospital público. Eso sí, protegido por esposas que lo sujetaban a la camilla, aunque no tuviera fuerza siquiera para incorporarse.

El Lali era de Remedios de Escalada. Cayó preso por robo en el ’95 y el Juzgado 6 de Lomas de Zamora le abrió una causa. Deambuló por varias unidades y el 19 de diciembre de ese año un psiquiatra forense dictaminó que Raúl Eduardo “Lali” Vázquez padecía “psicosis esquizofrénica”. Doce días después, era sobreseído, pero los psiquiatras recomendaban que continuara el tratamiento en prisión, por seguridad.

Tras sucesivos dictámenes psiquiátricos, en enero de 2005 tuvo la posibilidad de una salida a prueba por 15 días. El 28 de febrero abrieron la puerta del penal, pero dos días después lo detuvieron por tentativa de robo. Fue alojado en una comisaría y el juez Daniel Viggiano, del Juzgado 6 de Lomas de Zamora, le abrió una nueva causa, la 581.540. El 14 de marzo de ese año, los peritos forenses lo declararon inimputable, la fiscalía pidió el sobreseimiento y Viggiano recomendó la internación en unidad penal. El 2 de mayo de 2005, el Lali Vázquez llegó a la U10, el INS, la de los presos protegidos, promovidos y recuperados.

“Lo íbamos a visitar. Yo tomaba un colectivo a Lanús, después el tren a Avellaneda, hacía el trasbordo a La Plata y de ahí el colectivo 500, ramal 17, a Melchor Romero. Eran tres horas de viaje. Para esa época le dolía el estómago, decía que la comida le hacía mal, que tenía mucha grasa y la repetía”, dijo Silvia Lesgourges, madre del Lali. “N o tenía problemas con los guardias. Pero me decía: ‘Por favor, sacame de acá’.”

Hacia fin del año pasado, más que el sufrimiento cotidiano por lo que viene a ser el tránsito por el infierno carcelario, el Lali Vázquez llevaba su vida en la U10 dentro de cánones aceptables. Al menos, a simple vista. “Cama no tenía. Le daban un colchón –describió la madre–. En enero fue su hermano Enrique a visitarlo y todo estaba como siempre. Pero en febrero, el papá dijo que lo vio que estaba flaco.”

“En marzo ya había bajado dos kilos o más y no nos decían nada. Cuando preguntamos, ninguna autoridad nos respondía”, dijo la madre. El 30 de mayo el padre vio que había perdido 10 kilos de sus 75 habituales. “El 2 de junio hablé con un médico de la guardia –recordó Lesgourges–. El día anterior había pedido un médico al juez. Mi hijo algo comía, pero le toqué la espalda y le noté los huesos. Nos quedamos hablando. Me dijo que le habían dado unas pastillas. Tenía tos y se sentía afiebrado. Fui a hablar con el médico, esperé dos horas hasta que se dignaron a atenderme. Ahí fue la primera noticia que tuve de que tenía ‘los pulmones tomados por tuberculosis. Se la puede haber contagiado acá –me dijo–. Es normal que baje trece kilos con TBC, ya pedimos el urocultivo, análisis de saliva y VIH. En veinte días tenemos los resultados’”.

Pero tres días después, Lali ya no salió de su celda a recibir las visitas. “Ya no se podía ni vestir.” El hermano lo ayudó y pidió que lo atendieran. A la noche Enrique me llamó llorando y me dijo que Lali estaba muy mal. Fuimos al juzgado a pedir que lo trasladaran a un hospital. Cuando mi hija fue a verlo la dejaron una hora y media esperando. Lo habían llevado a una granja al fondo. El estaba en la cama de cemento, con un colchón, una frazada, una estufa de cuarzo y el inodoro al costado. Llegó un médico y dijo que ordenó que fuera atendido en un hospital y que le pusieran suero. ‘Lo que tiene es desnutrición’, fue lo único que escuchamos.”

Al día siguiente, al Lali lo encontraron en la cama, mirando hacia la pared. No se daba vuelta. “Se sonreía cuando le hablaba –recordó la madre–. No tenía puesto el suero, las burbujitas de la gaseosa le ardían. Al rato, vinieron dos médicos. No tenían los resultados, pero querían que firmáramos que estábamos conformes. ¿Pero sabe quién lo cuidaba a él cuando nos íbamos? Le habían puesto un preso para cuidarlo. Un jefe del penal de apellido Gordon dijo que había que trasladarlo a un hospital. Al final, entre mi hija, el preso y yo lo pudimos subir a una ambulancia. Los del servicio no lo tocaban porque ellos sí se cuidan.”

La ambulancia fue hasta el Alejandro Korn. Allí les dijeron que no lo podían internar. De allí, la ambulancia se dirigió hasta el hospital Juan de Dios, de La Plata. Tampoco había lugar. “Nos quedamos como media hora en la ambulancia mientras el penal pedía la internación en el Muñiz. A eso de las seis de la tarde volvimos al Alejandro Korn. Yo pedía que por favor hicieran algo. Al final, lo metieron en una sala de guardia del Korn.”

Le habían puesto un respirador, y el guardia del SPB seguía la situación tan cerca como creía recomendable para su salud y le permitía una esposa que sujetaba uno de los tobillos a la camilla, por si el Lali de pronto recuperaba fuerzas. “Eran las seis y cuarto y el jefe del penal no apareció más. Dijo que ellos no tenían nada que ver. La médica de guardia nos dijo que ‘por una cuestión de humanidad lo voy a atender’.”

La situación era tan caótica que el SPB no había dejado ninguna historia clínica ni los datos del Lali. La médica lo atendió como “NN o Enrique Vázquez”, con los datos aportados por los familiares. “Me indigna tener colegas de esta calaña”, recuerda la mujer que le dijo la médica, refiriéndose a la contraparte médico-carcelaria. Pidió un estudio, diagnosticó tuberculosis y lo ubicaron en una salita.

“Nos quedamos toda la noche. Esa mañana se murió. Y también vino el jefe del penal a excusarse.” La médica del presentó una denuncia penal en una comisaría platense. Poco después, los familiares del Lali abrieron una causa penal por abandono de persona seguida de muerte contra las autoridades del penal.

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Silvia Lesgourges, madre de Lali Vázquez, denunció que su hijo murió abandonado por las autoridades.
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