Miércoles, 13 de septiembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
La base está, diría el filósofo epicúreo Héctor Veira. Las elites de gobierno de Argentina y de Chile se perciben aliadas, interpretan que tienen rivales ideológicos más o menos parecidos y que la actual etapa es la mejor de la historia común. La voluntad política es robustecer los vínculos comerciales y, dentro de lo que se puede, apuntalar al vecino para que mantenga su condición de oficialismo. En ambas laderas de los Andes funcionarios de postín comentan que los dos presidentes se estiman personalmente. El argentino, por caso, elogia la calidez y franqueza de Michelle Bachelet. Ya que está, de a ratos, la mira como un prospecto de lo que podría ser Cristina presidente. La plana mayor del oficialismo argentino, muy refractaria a los cónclaves y al intercambio de ideas fuera de la gestión o de la operatoria electoral, ha compartido reuniones de discusión política con altos dirigentes del socialismo chileno. Voluntad política y empatía abundan, concuerdan portavoces de los dos gobiernos. Para demostrarlas se hizo el encuentro de ayer.
“Fue una buena reunión”, repiten dos ministros argentinos que participaron del tramo colectivo del encuentro en Mendoza. Podría contextualizárselos diciendo que fue una buena reunión que se hizo para probar que hay plafond para buenas reuniones. El motivo práctico, el ferrocarril trasandino, es una de tantas deudas de sensatez que comparten Argentina y Chile. Las obras públicas, los ferrocarriles por ejemplo, son caras pero su costo debería compararse con todo lo que se pierde (tiempo, mercaderías, daños en la salud y, eventualmente, pérdida de vidas de trabajadores transportistas) por los larguísimos lapsos en que se clausura el túnel del Cristo Redentor por razones climáticas.
El olor del gas. Pero no todo es sinergia, como en el ejemplo del tren. Compatibilizar los intereses no es coser y cantar, máxime si en la materia median terceros países. El aumento del precio del gas que Argentina triangula desde Bolivia a Chile es un grano difícil de extirpar. Argentina lo subió, como correlato del incremento que pactó con Evo Morales. Los chilenos invocan tratados bilaterales que le preservan el mismo precio que al mercado argentino y los albicelestes priorizan su propia ecuación económica. Lo nodal es una tensión de intereses entre comprador y vendedor siendo que las condiciones iniciales del contrato y el mapa de la región han mutado mucho. La nueva situación política de Bolivia integra y complejiza la ecuación.
Evo Morales corre contrarreloj para convalidarse, le urge ratificar su condición plebiscitaria mejorando la condición de los sometidos de su país. Sus premuras, querellas en su frente interno y la feroz oposición que se le abroquela, le originan una crisis inicial. La riqueza gasífera es su alfa y su omega, de cómo la administre dependerá su legitimidad ulterior y el grado de integración y respeto que logre de sus vecinos. En estos días atraviesa borrascas. El gobierno argentino arguye que le tiene buena voluntad y que en tributo a ella le dio una mano cediendo veloz al contratar el precio del gas. Pero ve a Morales en un trance de endeblez y les endosa la cuestión a los chilenos. “La solución del costo del gas no está en nuestras manos, está en las de Bolivia. Los chilenos lo entienden, aunque la derecha nos culpe y les cuestione a ellos ser blandos con Argentina.” Los intereses son un escollo, las pujas políticas internas, otro.
La campaña permanente. Bachelet, aseguran compañeros de militancia y de gestión, atesora un buen capital político aunque afronta muchos riesgos. La presidenta tiene carisma, una llegada directa a los chilenos de a pie, un trato menos distante que el eficaz ex presidente Ricardo Lagos. “Manejó bien el conflicto con los estudiantes. Los llamó a concertar, se puso al frente, se opuso a la represión, relevó a los pacos que habían apaleado a los jóvenes”, se entusiasman en derredor de la presidenta. En simultáneo, fruncen el ceño cuando apuntan que la derecha chilena ya está en campaña.
El mandato recién comenzado dura apenas cuatro años, la sombra acaso inalcanzable de Lagos, que terminó en el clímax de su prestigio, es una hipoteca para un nuevo liderazgo. La derecha, que cosechó el 45 por ciento de los votos en la primera vuelta, estiman en la Concertación, será una contra rabiosa, no la cortés oposición de su majestad que le dio un par de años de hándicap a Lagos y le permitió levantar vuelo. Los trabajadores del cobre, un sector que tiene historia pesada en Chile, se aprestan para reclamar aumentos, escalando conflictos. El gabinete de Bachelet innova y progresa en materia de género, explican a su favor, mas paga un precio en la inexperiencia de algunas ministras. El cuadro será exacto o no pero pinta cómo se percibe el gobierno chileno. En esa coyuntura belicosa todo entredicho con la Argentina es una brecha de oportunidad para la derecha.
Una anécdota avivó ese fuego. En la Cumbre de Córdoba Julio De Vido habló ante los medios chilenos, incluido el muy visto noticiero de la noche, explicando cuál sería el precio tras el convenio con Bolivia. Según los chilenos, informó un valor incorrecto, ay, menor al que se determinó. Según los argentinos, hubo mala interpretación del gobierno (y de la audiencia) del país vecino: el ministro había mentado el valor en frontera, sin computar el costo del transporte dentro del territorio chileno. Los funcionarios de la Concertación rezongan que De Vido explicó mal, lo atribuyen a desprolijidad y no a mala fe pero dejan constancia de que el ruido en la comunicación los perjudicó bastante, puertas adentro. El gobierno chileno se percibe en jaque permanente, un asedio semejante al que azoga a Kirchner por acá. Los tiempos democráticos son estrechos y un traspié electoral puede poner en estado de asamblea a toda la voluntad política del mundo.
Obstáculos y milagros. Los ritmos de la integración económica no tienen por qué coincidir con los afiebrados calendarios electorales que, sin embargo, los condicionan. La conflictividad de los intereses no tiene soluciones mágicas o voluntaristas. La lógica de la globalización empuja a la cooperación, pero el cruce de crisis en diferentes comarcas juega para la entropía.
La voluntad política, la base inexcusable, está. El objetivo es válido, lo demás es brumoso y enrevesado en estas tierras que, bueno es recordarlo para darse ánimo, son las del realismo mágico.
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