Sábado, 31 de marzo de 2007 | Hoy
EL PAíS › LA DRAMATICA HISTORIA DEL INMUEBLE DE FLORESTA
Por Susana Viau
El inmueble de Venancio Flores 3519/21 no puede escapar de una maldición: ser un infierno para extranjeros. Los trabajadores bolivianos indocumentados descubiertos ayer en la primera planta del edificio sólo conocen su propia pesadilla e ignoran que por allí pasaron decenas de latinoamericanos para ser torturados hasta la muerte o devueltos a las dictaduras que asolaban sus países de origen. El aislamiento a que es sometida la mano de obra esclava les impidió saber lo que casi todos saben en esas cuadras del barrio de Floresta: que allí funcionaba Automotores Orletti, el cuartel general del Plan Cóndor.
El centro operacional de la contrainsurgencia sudamericana se instaló ahí, frente a las vías del Sarmiento, pero por poco tiempo. Comenzó a funcionar, aseguran las gargantas profundas, el 1º de junio de 1976 y debió ser evacuado pocos meses más tarde, el 29 de octubre. Los militantes argentinos José Antonio Morales y su mujer Graciela habían logrado fugarse y en México, donde se exiliaron, realizaron una minuciosa descripción de su lugar de cautiverio. Aquel testimonio llegaría a principios de 1977 a manos de Enrique Rodríguez Larreta, un periodista montevideano que había sido secuestrado en Buenos Aires mientras procuraba localizar a su hijo desaparecido. Lo reencontró en Orletti, donde también habían sido trasladados los dirigentes Gerardo Gatti y León Duarte, así como buena parte de la dirección y cuadros medios del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), organización uruguaya de extracción anarquista. Los exiliados eran en ese local inhóspito inmensa mayoría. Sin embargo, los administradores de Orletti podían jactarse de haber cazado un puñado de argentinos con apellidos significativos en el universo guerrillero: Marcelo Gelman y su compañera Claudia Iruretagoyena, hijo y nuera del poeta Juan Gelman, y Carlos Santucho, Manuela Santucho y Cristina Navajas, hermanos y cuñada de Mario Roberto Santucho.
Rodríguez Larreta aseguró después que jamás podría olvidar de qué manera salvaje había sido martirizada la familia del máximo dirigente del PRT-ERP. Relató que en presencia del resto de los secuestrados, Carlos Santucho fue sometido a una sesión de “submarino” que sólo acabó cuando advirtieron que ya no respiraba. Y recordó más aún: que ese mismo día 19 hicieron leer a Manuela Santucho, en voz alta, para todos los secuestrados, un recorte de periódico que consignaba la muerte del jefe del ERP. La extraordinaria memoria del periodista permitió reconstruir el otro lado, el lado oscuro de la historia: la bestialidad, la ignorancia y la locura de Aníbal Gordon, Eduardo Rufo, César Enciso, Raúl Guglielminetti, desocupados tras la disolución de la Triple A y reconvertidos a la concertación contrainsurgente. O el accionar del uruguayo OCOA (Organismo de Coordinación de Operaciones Antisubversivas), encarnado en los oficiales José Nino Gavazzo, Manuel Cordero y Jorge Silveira.
Orletti, no obstante, no perseguía un fin único. Al anticomunismo furioso de sus administradores había que agregarle una enorme dosis de codicia. Buscaban los millones de dólares que, suponían, había obtenido el grupo uruguayo a consecuencia de una de sus operaciones. “¿Dónde están los dólares?”, era la pregunta obsesiva que le hacían a un moribundo dirigente del PVP: dos millones pedían por la vida de Gatti y quinientos mil por la de Duarte. No les entregaron ni un centavo. Eso sí, el sindicato del crimen rioplatense se quedó con los automóviles, las ropas, las casas de sus víctimas. Ni siquiera los niños quedaron fuera de lo que consideraron botín de guerra.
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