Lunes, 19 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Marcelo Zlotogwiazda
La nota estaba escrita para ser publicada como artículo de tapa el viernes pasado. Era el supuesto plan de desarrollo elaborado por Martín Lousteau, que le había dejado a la presidenta electa, Cristina Fernández, unos días antes de su sorpresiva designación como ministro de Economía. Todo había comenzado la noche del miércoles, cuando al término del programa Periodistas, Javier González Fraga, mentor intelectual de Lousteau y coautor de su último libro, había contado fuera de cámara que esa mañana el gobernador Felipe Solá había presentado los lineamientos generales de un plan de desarrollo diseñado por un economista que vivía en el extranjero. González Fraga contó que en realidad, en una charla posterior mantenida con Felipe Solá, había detectado que no se trataba de un economista que vivía en el extranjero sino del entonces presidente del Banco Provincia, Martín Lousteau, que un rato después iba a ser anunciado como ministro. Los manuales de periodismo indican que la información debe tener dos o tres fuentes, pero todos sabemos que muchas veces cuando hay una fuente confiable, la segunda y tercera fuente se suelen omitir. Pero por suerte, Alfredo Zaiat, jefe de esta sección, sugirió en este caso cumplir con el mandato de los manuales de periodismo. La posibilidad de chequear esa información era consultando a Lousteau o a Solá. Lousteau vivía un día muy particular como flamante ministro de Economía recientemente designado. Llegando a la noche del jueves, tuve que contactarme con Felipe Solá, quien reveló que había un plan que le había hecho llegar a la presidenta electa días antes pero que no había sido elaborado por Lousteau sino por el representante argentino ante el BID, Eugenio Díaz Bonilla, el autor de ese plan de desarrollo. Felipe Solá reconoció haber charlado con Javier González Fraga después de la exposición del gobernador y supuso que en ese diálogo hubo un malentendido por parte de JGF, porque Solá en ningún momento le dijo que se trataba de Lousteau, pero tampoco de Bonilla, que le había pedido mantener en reserva su nombre. Después de la charla con Solá, la nota de tapa quedó en la nada. Se evitó un papelón. Y quedó demostrado que, a veces, los elementales consejos de los manuales de periodismo sirven para algo.
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