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Debatieron si marchar convocados por dirigentes atentaba o no contra la horizontalidad que las caracteriza. Analizaron si las estarían “usando” con fines electorales. ¿Y si quieren apropiarse del “que se vayan todos”, que nació en los cacerolazos?, fue una pregunta recurrente. ¿No es contradictorio alentar esa consigna de la mano de dos diputados, Elisa Carrió y Luis Zamora?, fue otro interrogante. Después de varios días de polémica, la mayoría de las asambleas barriales resolvió ir a la concentración, pero muchas lo hicieron redoblando esfuerzos por diferenciarse con elementos que les permitieran conservar su identidad, desde volantes con consignas propias hasta, otra vez, las cacerolas.
–¿Qué hizo Carrió hasta ahora para acercarse a las asambleas? Nada, no hay motivo para apoyarla –preguntaba y se contestaba a sí mismo un vecino de Villa Urquiza.
–Esta vez lo que importa es la unidad de acción –contestaba Claudio, un diagramador de barba y anteojos, de 43 años, de esa misma asamblea.
En el enredo de ideas los asambleístas de Urquiza evaluaron incluso la posibilidad de ir sólo a Plaza de Mayo, como lugar emblemático de los cacerolazos. Finalmente fueron con todo el mundo al Congreso, entonando en el subte el clásico “que se vayan todos” y un cantito con más actualidad: “yo sabía, yo sabía, los secuestros los hace la policía”.
La asamblea de Córdoba y Anchorena repartió un volante en el que dice tener “desconfianza en el frente (CTA, Carrió y Zamora) y no puede ser de otra manera dada la situación en que vivimos y porque tememos siempre una nueva trampa del régimen que limite o desvíe el verdadero contenido del que se vayan todos”. Fueron a la convocatoria porque comparten la consigna principal, pero llevaron un listado de consignas propias.
Esta convocatoria con dirigentes políticos y sindicales a la cabeza renovó para las asambleas la reflexión sobre su esencia, sobre las implicancias de pedir que no quede ni un político y acerca de si quieren ocupar un lugar dentro del Estado o ser una instancia de resistencia.
“La marcha es electoralista”, “entra en la partidocracia tradicional”, fueron los argumentos de un pequeño grupo de la asamblea de Palermo Viejo que decidió no manifestarse esta vez. Los demás, la mayoría, estuvieron largas horas el jueves a la noche intentando “ver como adherir sin perder nuestra identidad como asamblea”, explicó Patricia, una chica alta, pelo rubio ondulado por la cintura. Así fue como decidieron desempolvar las cacerolas y las hicieron sonar durante todo el trayecto hasta el Congreso con la esperanza sumar adherentes, como en diciembre. Llevaron también una bandera roja que los identifica. “El presidente (Eduardo) Duhalde quiso desarticular la movilización con el llamado trucho a elecciones, en este contexto muchos pensamos que no podíamos no venir”, agregó la cacerolera.
“Venimos, en parte, porque no queremos que nos roben la consigna de ‘que se vayan todos’ y para apoyamos la unidad del campo popular”, dijo a Página/12 Gustavo, un muchacho de voz ronca, de la asamblea de Parque Avellaneda. Ayer repartió un volante que resaltaba el rechazo al llamado elecciones. Y agregaba: “Nos preocupa que Carrió pretenda incluirse en nuestras filas cuando es tan cómplice de lo que ha pasado en este país como el resto de los viejos políticos”. Un debate profundo en ese mismo sentido decidió a la asamblea de Parque Lezama directamente a no concurrir ayer a la marcha. “La CTA siempre convocó por fuera de las asambleas y Carrió ni se interesó por ellas”, explicó una vecina consultada por este diario.
La realidad es que también hubo asambleas que no se plantearon dilemas. Juan Carlos, un vecino de Banfield, dijo: “No nos importa quién promovió esto. Venimos porque creemos que nuestros problemas terminan si se van todos”. Lo mismo dijeron dos señoras abrigadas con tapado de la asamblea Altos de Palermo.