ESPECTáCULOS › EL FRANCES FRANÇOIS JOST, ANALIZA EL FENOMENO DE LOS REALITY SHOW
“Son la amplificación de lo banal”
De visita en Buenos Aires, uno de los primeros estudiosos del reality show expuso sus apuntes para una teoría del género televisivo que impera en el nuevo siglo. Los realities no son “un documento de la realidad sino de la propia televisión”, diagnostica.
Por Julián Gorodischer
¿Por qué los reality shows atraen el público masivo, en docenas de países muy diferente entre sí? ¿Cómo construyen su ilusión de tele-realidad? Lejos de impugnar o darle la espalda, reacciones comunes de la crítica frente al género de masas en el siglo XXI, el semiólogo francés François Jost –autor de El ojo cámara y pionero en considerar al reality show como objeto teórico– es un estudioso de las maneras en que “Gran Hermano”, “Expedición Robinson” o “Popstars” borran las huellas de su propia factura y convierten lo cotidiano en una forma del heroísmo. De visita en Buenos Aires para participar del quinto Congreso de la Federación Latinoamericana de Semiótica, Jost dejó en claro su postura frente a la llamada “era de las personas comunes o verdaderas”. “Muchos sociólogos y políticos de derecha dicen que por primera vez la TV llega a palpar lo real, pero yo no creo en los reality shows como documentos de la realidad sino de la propia televisión”, definió.
Si hasta el momento, y desde los años ‘50, la tele se acercó a las llamadas “personas reales” (mineros, campesinos, obreros) a través de la mera exhibición y el testimonio del especialista (“que conoce una vida porque la ha estudiado, pero no porque sea su vida”), y relegó esas excursiones al género de lo documental, por primera vez el reality pone en escena una “promesa esencial”: los personajes serían ellos mismos, sin la simulación del actor o del comediante, reducidos a sus gestos, el ser equiparado al parecer. “El reality rompe con la tradición del género documental”, explicó Jost en una de sus conferencias, en el auditorio de la Librería Gandhi. “La persona se pone a sí misma en escena y brinda un espectáculo. El yo es, entre los pronombres, el menos ficcional: nos reenvía a un personaje histórico, evoca un sujeto individual, determinado, un origen real.”
“En el reality –aseguró–, los gestos reducen a la persona a eso que parece que es. El buen programa confunde el gesto y la cosa, reduce todo a lo observable y hace ganar lo visible por encima de lo inteligible. Se está ante la negación del corte semiótico: no habría influencia del dispositivo sobre lo mostrado. En Francia, esto se puso en cuestión cuando algunos participantes confesaron que habían desempeñado un juego y que nunca olvidaron la presencia de las cámaras. El resultado fue que los realities perdieron credibilidad.”
Atraído por los fenómenos de la contemporaneidad, alejado de otros colegas, como Jean Baudrillard, que miran TV desde la subestimación o el sarcasmo, Jost no deja de preguntarse por los efectos en el público, corriente de afinidad o entusiasmo por programas como “Gran Hermano” o “El Bar” que los replica en todo el mundo con éxito probado. ¿Por qué lo cotidiano atrae al espectador? La acción trivial, el acto casero o pequeño reemplaza a la hazaña, y un participante puede volverse más popular en tanto haga mayor exhibición de sus bastidores. Desaparecen otras variables de aceptación, como el talento o la capacidad. El hombre cotidiano, desde la TV, privilegia las lágrimas y las palabras emocionales, sabe que de ese despliegue incesante de gestos dependerá su aceptación.
“El reality está a la medida de un modo mimético bajo”, dijo Jost. “Cualquiera tolera verse superado por los héroes de la ficción, pero no por los héroes de lo cotidiano. El ascenso del género es una reacción entendible en contra de los expertos. En ‘Gran Hermano’ o ‘Expedición Robinson’ se amplifica lo banal, y nosotros mismos, al ver a estos héroes de lo cotidiano, vemos nuestra vida de otra forma.” Pero no es sólo eso. El placer del espectador aparecería en el cruce de una línea de frontera, allí donde las zonas históricas de representación social dan cabida a nuevos pliegues, antes expulsados del universo de la TV y ahora convertidos en espacios centrales. En el bastidor se libra una novedosa lucha por el status. “Se trata de participar de un carnaval en el que todo se invierte -explicó Jost– y se legitima ese espacio en el que los actores escapan a la mirada del público. Es el placer que da el pasaje de regiones posteriores a frontales: los héroes seducen tanto más cuando muestran la mediocridad de las conductas íntimas, y la tele-realidad sale al encuentro de la aspiración del individuo que quiere pensarse como actor de su vida cotidiana.”