ESPECTáCULOS

“Para mí, venir ahora a la Argentina era casi como una obligación ética”

Enrique Bunbury habla sobre la influencia de Charly, Calamaro y Fito en su música, y cuenta por qué se siente lejos de Héroes del Silencio.

 Por Cristian Vitale

En Buenos Aires vuelve a hacer frío. En la calle Marcelo T. de Alvear contrastan las realidades: el desfile típico de las 8 de la noche, cartoneros que van y vienen en busca de sobras cotidianas, parece la contracara del glamour que se condensa en una silueta delgada, una figura inquieta, pretendidamente a mitad de camino entre Andrés Calamaro y Jim Morrison, que firma autógrafos y motiva alguna mirada incitante. Hay también, en el hotel de la calle Marcelo T. de Alvear una pileta climatizada y muchas botellas de cerveza diseminadas por el hall. Enrique Bunbury, español, 34 años, hace un esfuerzo importante por parecer un rock-star: modela para la foto, bebe profundos sorbos birraicos y hace comentarios descolgados, pero no le da el piné. “Flamingo –así se llama su último disco– no es triste como Pequeño, pero tiene menos esperanza. Es escéptico, derrotista” dice a Página/12. “El nombre –prolonga– tiene que ver con lugares delirantes y decadentes. En todas las ciudades hay un lugar que se llama así, un lugar que alimenta a pendejos y perdedores”.
Bunbury vino por primera vez a Buenos Aires en septiembre de 1996, al frente de un grupo que ya es historia: Héroes del Silencio. Aquella vez sentó precedente con un Obras lleno, mucho pop-rock potente y varios fans agitando por su regreso. Un año después adoptó otro camino: desarmó la exitosa banda, se hizo solista y en ese plan editó cuatro discos, Radical Sonora (1997), Pequeño (1998), Pequeño Cabaret Ambulante (2000) y Flamingo, cuya presentación en El Teatro empezó ayer y repite hoy y mañana. Con otra muestra de compasión define su paso por la Argentina: “sería triste que dé la espalda tras haber estado aquí en momentos pletóricos. Para mi venir ahora era casi com una obligación ética, aunque sea para dar un concierto, visitar a mis amigos y brindar un poco de esperanza. Veo que me lo devolvieron con creces. No es un show sino tres. Gracias inmensas a todos, porque sé que aquí está muy duro sacar un peso del bolsillo”.
–¿Cómo explica “Flamingo” comparándolo con sus trabajos anteriores?
–Radical Sonora y Pequeño tienen un enfoque unitario. En el primero estaba mirando a Europa y sus nuevas tendencias, como el trip-hop o la música electrónica, a lo que añadí lo mediterráneo. Pequeño es más introspectivo. En éste, en cambio, hay parte de mi afición al rock and roll, pero también apunta hacia una meta basada en la música negra.
–Lo que se dice un disco de transición....
–Diría de reflexión. Tiene una mirada que intenta asentar y ubicar mi historia más que de preparar un puente hacia el futuro. Es una síntesis.
–¿La síntesis incluye a Héroes del Silencio?
–Sólo se liga a Héroes en algo genérico y amplio como el rock and roll. Pero no creo que estas canciones tengan algo que ver con esa época. Héroes fue un grupo de rock potente y apasionado, pero básico: bajo, batería y guitarra. En Flamingo, en cambio, no hay nada que esté basado en eso. Ni la forma de componer ni la producción. Lo de Héroes quedó muy lejos.
–¿Por qué suele trazar un paralelismo entre “Flamingo” y el boxeo?
–Hay una búsqueda de combatividad involucrada con el tiempo que se vive. Una música que quiere retomar el sentido de medio de comunicación, de ideas y sentimientos, en contraposición a la mercadotecnia, a la música que nace de los medios. Tu sabes que en España sucede algo infame: los medios hacen su propia música a través de pop stars y eso. Yo me opongo... ¡Zapatero a tus zapatos!
–¿Su mirada hacia lo porteño se asemeja a la de Sabina o Serrat, dos figuras que a veces incluyen rasgos de esta ciudad en sus obras?
–No. Yo soy más bastardo. Ellos utilizan el formato de canción porteña. Yo, en cambio, la vampirizo. La utilizo, pero como no me sale tan bien propongo una concepción más heterodoxa. Sabina utiliza el género para transmitir algo verdadero y lo mío no es tan verdadero. Soy más españolpara mirar al tango por ejemplo. Nunca he sido buen imitador. Ellos saben elegir bien los elementos de un formato de canción y utilizarlo para darle su propia visión. Lo mío es mucho peor.
–¿Cuál es su visión del rock argentino?
–Es más liberado en las melodías y tiene menos complejos que el rock español, también es menos pesado que el mexicano. Es más Beatle. El que me interesa a mí, el de Páez, Spinetta, Charly García o Calamaro, es melódicamente hermoso.
–¿Toma cosas de ellos para incorporar a sus composiciones?
–Mis influencias básicas son José Alfredo Jiménez, Discépolo, The Beatles, David Bowie, Tom Waits, Leonard Cohen y Bob Dylan, a partir de ellos agrego especias y el rock argentino ha caído como una especia en algún momento. Por ejemplo, tomo los tres últimos discos de Calamaro, Euforia de Fito y Say No More de Charly, un disco que no le gusta a nadie, pero que para mí es impresionante por su nivel de experimentación.
–¿En el rock español hay supremacía de la música sobre la lírica?
–En parte. Es cierto que en los 90’s lo que musicalmente era interesante, líricamente era muy pobre. Pero también hubo momentos de buenos trabajos textuales como los de Antonio Vega. Hoy sólo podés confiar en los cinco ases de siempre: Vega, Jaime De Urrutia o Calamaro, que casi es español.
–¿Por qué se refiere al rock español en términos algo displicentes?
–Porque ya no me interesa. Me parece un producto mediático igual que el rock latino, al que considero insultantemente aburrido. Mi búsqueda pasa por el flamenco puro y bastante de lo que se hace en Latinoamérica.

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A Bunbury le gusta lucir como una suerte de Jim Morrison latino.
 
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