ESPECTáCULOS › UNA MUESTRA DEL VIEJO CINE SOVIETICO, EN VENECIA 2002
La hoz, el martillo y el Duce
Un ciclo del Festival recuerda cómo en 1932 el cine del stalinismo llegó a Italia y recibió una retahíla de elogios por parte del fascismo.
Por Luciano Monteagudo
El Hotel des Bains sigue aquí, imperturbable al paso del tiempo, casi igual que cuando Luchino Visconti invocaba el fantasma elusivo de Gustav Mahler en Muerte en Venecia. Italia, se sabe, vive de sus monumentos y éste sin duda es uno de los principales del Lido, la distinguida isla que protege a Venecia de los vientos del Adriático.
Poco y nada parece haber cambiado en las terrazas y jardines de este hotel al que el cine perpetuó en la memoria colectiva. Y no resulta difícil evocar la figura frágil y decadente de Dirk Bogarde, persiguiendo con su mirada moribunda al joven Tazio. En los alrededores, el Lido conserva también su sobria elegancia, su lujo discreto, pero se rinde mansamente a la invasión de turistas de veraneo y a la huestes del cine, que han tomado el balneario por asalto para una nueva edición de la tradicional Mostra.
Los números indican que se trata de la número 59, lo que ya de por sí la hace el festival más añejo del calendario internacional, pero este año las autoridades de la Biennale han decidido recordar que aquí ya hubo en agosto de 1932 una Esposizione internazionale d’arte cinematografica, por lo cual la Mostra cumpliría en verdad 70 años. Para celebrar este aniversario, el historiador alemán Hans-Joachim Schlegel preparó una retrospectiva especial, capaz de iluminar a través del cine toda una época. Titulada “Falce, martello e fascio” (Hoz, martillo y fascismo), la muestra exhuma una serie de films realizados entre 1932 y 1942 por algunos de los principales cineastas soviéticos de aquel momento, que paradójicamente causaron sensación en la Mostra creada por el régimen de Benito Mussolini, con la doble intención de reforzar su industria cinematográfica y recuperar para el Lido los tiempos de esplendor de la Belle Epoque.
Las películas de Grigori Aleksandrov (el asistente de Eisenstein), Boris Barnett, Nikolai Ekk y Mijail Romm, entre otras, eran vistas con admiración y envidia por las autoridades cinematográficas del Fascio, que intuían en ellas una estética posible para sus propios films, como los que poco después haría Alessandro Blasetti. El catálogo cita incluso una elogiosísima crónica de Tres cantos sobre Lenin, de Dizga Vertov, publicada en el periódico Lavoro, donde se celebra con una prosa de estilo futurista, digna de Marinetti, la manera en que la película consigue perpetuar la figura del líder bolchevique, “con imágenes plenas de dinamismo e imaginación técnica”. Corría el año 1934 y a los representantes soviéticos acreditados en Italia no parecía preocuparles que, al mismo tiempo que sus cineastas eran recibidos con alfombra roja en el encuentro cinematográfico, el intelectual Antonio Gramsci, uno de los pilares del comunismo italiano, fuera perseguido y enviado a prisión.
Aquellos mismos films que merecían el desprecio de los surrealistas André Breton y Paul Eluard (expulsados del Partido Comunista Francés luego de alertar contra “la ola de estupidez” que llegaba de la Unión Soviética a través del cine) merecían en cambio los elogios de Benito Mussolini, y su hijo Vittorio, cuyas palabras eran reproducidas en la revista Kino, de Leningrado. Por entonces, el Ministerio del Cine soviético pretendía crear, a orillas del Mar Negro, un “Hollywood stalinista”, en la convicción de que el cine alemán, luego de la persecución y eliminación de sus mejores talentos, que eran judíos, estaba condenado a desvanecerse (lo que sucedió realmente).
Por eso, la consagración del cine soviético en Venecia, la principal vidriera cinematográfica internacional de aquel momento, parecía auspiciar un futuro venturoso para esos realizadores de inspiración proletaria, que no tardarían en caer aplastados bajo la rueda de su propio totalitarismo. De esas paradojas se acuerda ahora esta nueva edición de la Mostra, cercada por los fantasmas de su propio pasado.