Domingo, 3 de febrero de 2008 | Hoy
–Queda claro cómo se lleva usted con las palabras. ¿Y cómo es su relación personal con el dinero?
–Yo tengo una relación ambigua. Empecé a pensar todos estos temas ya cuando era chica. Hacía avioncitos con los billetes, y me costaba creer que ese papel fuese igual a una muñeca, que un papel de cincuenta pesos equivaliera a una muñeca. Y también tuve experiencias de robos. Una bastante angustiante para mi vida infantil: yo había ahorrado en una latita de Redoxon una cantidad de monedas, que en determinado momento formaban un tesoro, y mi hermano me las robó y las usó creo que para comprarse una pilas para un juguete. Yo lo sentí como una gran pérdida. Pero yo también robaba. De niña, hacia los diez o doce, junto con una compañera robaba golosinas en el kiosco que estaba enfrente de la escuela, y también les robábamos plata de la billetera a nuestras madres para comprar cosas para dibujar, yo dibujaba y mi amiga pintaba. Para justificar ante nuestros hermanos y amigos de dónde sacábamos la plata, la “hacíamos aparecer” en la calle cuando caminábamos, como si la hubiéramos encontrado de pura suerte, porque en esa época todavía se encontraban billetes perdidos en la calle. Pero confieso que todavía me sigue resultando arbitrario, ajeno, misterioso, el tema de los sistemas de equivalencia que armamos. El hecho de que un papelito o una moneda pueda representar alguna cosa... por ejemplo, con la terapia. Me cuesta mucho pensar que ese vínculo íntimo que armé, y no hay manera de generar un vínculo así sin involucrarse con alguna intimidad, a mí me cuesta pensar que eso tenga un valor dinerario. Me cuesta entenderlo...
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