Lunes, 16 de febrero de 2009 | Hoy
Por Javier Lorca
Nudo de momentos y lugares divergentes, en constante convivencia y en continuo combate, máquina de vida y de muerte, la ciudad reúne en su complejidad la incesante transformación y el movimiento perpetuo con la pervivencia de la historia, su permanencia. “En la ciudad, el tiempo se hace visible”, observó Lewis Mumford, autor de estudios canónicos sobre la historia urbana y la filosofía de la tecnología.
Con la obsesión monográfica y la escritura ensayística que constituyen la identidad de su nueva etapa, la revista La Biblioteca asedia en su última edición a la conjunción de “Ciudad y cultura”. Los territorios urbanos, las formas de vivir de sus habitantes, con sus circuitos aislados, sus distancias y proximidades, las políticas arquitectónicas, las expresiones y relatos de la urbanidad, sus lenguas e imágenes... son recorridos por dos decenas de artículos que asumen diferentes perspectivas para mirar –no sólo, sí mayormente– a Buenos Aires, un nombre que cifra las tensiones pasadas y presentes de la Argentina (pese a la recurrente antinomia, mirar la ciudad es mirar el campo: “Las ciudades son el emblema de la vida estable que comenzó con la agricultura”, señaló también Mumford).
El número 7 de la revista que fundó Paul Groussac hace más de un siglo y que hoy conduce Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, ofrece tres diálogos como apertura. En el primero, Beatriz Sarlo lee las inscripciones e interpretaciones de la ciudad en la narrativa contemporánea (“encuentro más percepción de verdad en la literatura que en la etnografía”, dice). En el segundo, Juan Molina y Vedia piensa la ocupación de la ciudad por las lógicas mercantiles, mediáticas y turísticas (“la recuperación del tiempo propio es un problema central”). En el tercero, Sandro Mezzadra reflexiona sobre la constitución de la metrópoli global y los cambios del rol de las migraciones (“el desafío consiste en pensar desde abajo un cruce entre integración y diferenciación, cualitativamente distinto a los procesos de integración mercantiles”). Siguen, luego, ensayos y crónicas dedicados a desentrañar diversos aspectos de la trama urbana, un enfoque múltiple que supone a las ciudades como “un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje”, como “lugares de trueque (...), pero estos trueques no son sólo de mercancías, son trueques también de palabras, de deseos, de recuerdos”, como creía Italo Calvino.
Particular y arbitrariamente, el capricho lector recomienda dos artículos. En “La ciudad y sus otros”, Eduardo Rinesi esboza la genealogía de tres relatos, “el discurso señorial que a fines del siglo XIX encontraba en el campo el conjuro para los males de la ciudad ‘invadida’ e infectada, el de los nuevos ricos que a fines del XX hicieron de los countries del conurbano bonaerense el signo de un nuevo modo de vida (...) y el de los dueños de los campos argentinos de la actual coyuntura política nacional”, vinculados con un germen común, la ausencia del conflicto en sus representaciones de la vida rural, “la pretensión de un mundo feliz que expulsa el conflicto al espacio mundanal y bajo de las luchas sociales urbanas”. En “Clasificaciones espaciales urbanas y política en Buenos Aires”, Alejandro Grimson desnuda los planos simbólicos y materiales imbricados en la geopolítica de la Capital y el Gran Buenos Aires, un territorio cruzado por fronteras y rastrillado por aduaneros, parcelado por la segregación social que encarnan los lenguajes, el diseño de los sistemas de transporte y hasta las concepciones naturalizadas de los puntos cardinales.
Además de otros textos y de las secciones dedicadas a la bibliotecología, la revista recuerda a Nicolás Casullo y a Oscar Terán, con la publicación de dos conferencias dictadas por ellos en la Biblioteca Nacional.
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