Lunes, 24 de abril de 2006 | Hoy
Por José Natanson
Marcos Aguinis parafrasea a Lenin y se pregunta: ¿Qué hacer? Lo hace en su último libro, que lleva el poco humilde subtítulo “Bases para el renacimiento argentino” y que, según el autor, es un intento por pasar del diagnóstico a la propuesta. Lo escribió en los últimos tiempos, con la tranquilidad de saber que todos los meses el Estado argentino –tan inoperante, tan populista– le deposita 3640 pesos en concepto de una jubilación de privilegio.
Antes que nada, conviene aclarar que la información sobre el jubilado Aguinis no es ningún misterio. Basta con consultar la página web de la Procuración del Tesoro (www.ptn.gov.ar), donde figura el informe sobre “beneficios jubilatorios especiales” de la sección investigaciones administrativas. Allí, entre tantos oscuros ex secretarios y legisladores, aparece el luminoso ex funcionario alfonsinista: bajo el número 01004452640, se aclara que obtuvo el beneficio en 1991 gracias a una “ley especial” del Poder Legislativo. Fue otorgado cuando Aguinis tenía 54 años, mucho antes de lo que corresponde al común de los mortales.
Autor de algunos buenos libros de ficción, como La gesta del marrano, con el paso de los años Aguinis se ha ido convirtiendo en una especie de Mario Vargas Llosa de entrecasa. Aparece mucho en la tele y en los diarios y conviene distinguirlo de otros intelectuales que también se horrorizan por el populismo y la demagogia y que en un primer vistazo podrían resultar similares, como Juan José Sebreli, pero que a diferencia de Aguinis tienen una rica producción en el campo de las ideas y la discusión política.
En su último libro, escrito en un tono bastante agradable, el jubilado Aguinis se queja de los burócratas argentinos, sostiene que “los recursos productivos, que son escasos, fueron asignados sin tener en cuenta la necesidad de los consumidores”, y se asusta por el “espíritu predatorio que atormenta a nuestro país”, que queda en evidencia en un estudio que reveló que en la Capital Federal se robaron 600 tapas de sumideros, se destruyeron 80 lámparas de alumbrado público y se saquearon 200 semáforos en 2004. Aguinis dedica una mención al ajuste que intentó aplicar Ricardo López Murphy como breve ministro de Economía de la Alianza: “A mediados de 2001 fue propuesto un achicamiento del gasto improductivo para esquivar la caída al precipicio, pero cosechó un repudio vocinglero”, se queja. Luego protesta por la delegación de facultades y los decretos de necesidad y urgencia (no aclara que el recorte que defendía se iba a concretar por esta vía), y finalmente pasa a las promocionadas propuestas. No es que sean muy originales. El hombre se limita a repetir el evangelio neoliberal, con el agregado del institucionalismo de moda: reformas estructurales, clima de negocios, un Estado dedicado a los servicios esenciales y la reforma laboral.
Pero, más allá de este libro en particular, lo interesante es indagar el papel de Aguinis como intelectual de derecha. Su origen judío ha hecho que lo inviten mucho a ámbitos conservadores y clericales –la campaña de López Murphy, el programa de Mariano Grondona– que, gracias a su presencia, logran crear una ilusión de apertura y pluralismo. Y Aguinis va bien dispuesto, convertido en un versátil intelectual todoterreno, capaz de resumir el mundo en un par de frases, sintetizar los peores males bajo expresiones sencillas –populismo es la favorita– para después volverse a su casa a buen resguardo gracias a sus 3640 pesos mensuales.
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