Lunes, 16 de octubre de 2006 | Hoy
ESCRITO & LEíDO › ESCRITO & LEIDO
Por José Natanson
“Soy un observador político mediocre. De poco me valieron décadas enteras de diarios, trato con gente y atención a los acontecimientos, militancia, neurosis ideológica y crítica de la ideología. Voté como la mona varias veces, algunas después de titubeos denigrantes. Nunca atino a articular un sistema de juicio ni una mecánica de la visión, de la posición. Supongo que la causa del fracaso es el amor a la literatura, esa fuente de luz sesgada y cruda bajo la cual todas las acciones convencionales, incluso las más graves e imprescindibles, se vuelven sospechosas, ilusorias, y a uno le entra desasosiego, risa, a veces una nostalgia de vida en común prodigiosa. Por desgracia, lo que prevalece últimamente es una perplejidad muy rasa. Me despierto y, en un salto súbito a la vigilia, pierdo hasta las migas de lo que soñé. A veces, almidonado de ciudadanía, no termino de salir del sueño y ya estoy pensando en Kirchner”.
Así comienza “En la duermevela pienso en Kirchner”, el artículo de Marcelo Cohen incluido en el último número de su excelente revista Otra parte. Cohen, un reconocido escritor de ficción, no es, como él cree, un observador político mediocre. Al contrario, es agudo y original, aunque uno no esté de acuerdo con muchas de las cosas que dice. En el texto, Cohen reconoce que desde el ascenso de Kirchner buena parte del país respira mejor que hace tres años, que la atmósfera es menos lúgubre y que los indicadores sociales y económicos han mejorado. Habla del Gobierno, cuestiona a los progresistas flojos y se refiere con ironía a los políticos: “Gente codiciosa de poder, con tantos elementos canallas o incompetentes como los cirujanos o los plomeros, pero de éxito muy infrecuente. Poquísimos llegan alto. Los sueldos son mucho menores que los de los ejecutivos, y más de la mitad no busca prebendas”.
Cohen reconoce y aplaude los éxitos económicos del Gobierno, muestra cierta simpatía por el Presidente e incluso dice que vota por él. Esto, sin embargo, no le alcanza, y ahí está el punto más discutible de su argumentación: no porque esté mal pedirle más (¿quién no lo haría?), sino por lo que reclama. Cohen le endilga a Kirchner chatura, falta de capacidad para asombrar, y lo acusa se sentirse demasiado cómodo con la exhibición de las estadísticas favorables. Le pide más “originalidad”, que le devuelva a la política “alguna embriaguez, un encanto, un escalofrío”. “No sé qué promueve Kirchner para después del hipotético momento en que pare la sangría y se afiance el crecimiento. ¿Una constante marcha hacia el horizonte del bienestar europeo, con desertización, guerras energéticas y racionales y duelos demenciales entre tecnología y empleo, entre edenes de seguridad y criaderos resentidos?”. Bueno, podría uno decirle a Cohen, comparado con lo que pasa por aquí eso no estaría tan mal.
Lo que pide, en suma, es algo inmaterial. La política –dice el autor– debe invocar “una idea del hombre”. Para reforzar el planteo, cita a Nabokov cuando asegura que admira al bombero que entra en un edificio en llamas y sale con una niña en brazos, pero que lo admirará sin límites si además se detiene un instante a agarrar también la muñeca de la nena. Cohen parece pedirle a Kirchner que agarre la muñeca y, si puede, también un osito o un chupete. Y no está mal, aunque quizá lo ideal sería que rescate a la niña y luego reconstruya la casa, o que la reemplace por una a prueba de llamas, o que al menos fortalezca el cuerpo de bomberos. Y que la muñeca arda en el incendio.
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