Lunes, 16 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Acá estamos, otra vez, entre pasteras y cortes de puentes. Apenas algunos días atrás, decíamos que estábamos, casi solamente, en medio del fuego cruzado entre Kirchner y la Iglesia. Unos días más atrás que esos últimos, decíamos que estábamos, casi solamente, con la conmoción producida por la desaparición de Jorge López. Si se retrocede apenas un poco más, decíamos que estábamos, casi solamente, azuzados por las amenazas o perspectivas de crisis energética. Y muy poco antes que eso, decíamos que estábamos, casi solamente, enfrascados en las consecuencias de la movilización del instrumento Blumberg, en Plaza de Mayo.
La pregunta ya es vieja. ¿Qué pasa en este país, donde ningún asunto, por más rimbombante que sea o parezca, es capaz de mantenerse en la agenda pública con alguna continuidad? Una primera respuesta convoca a algo tan elemental como separar la paja del trigo. Por ejemplo (pero el ejemplo más fuerte), comparar institucionalmente los cruces verbales entre el Gobierno y la Curia con el caso de López, que conlleva la posibilidad de estar frente a una amenaza gravísima de las peores rémoras de la dictadura, es una afrenta asquerosa. Estamos hablando (sin que a este objeto interese cómo se defina) de la hipótesis de que se hayan cargado un testigo contra uno de los torturadores y asesinos más emblemáticos del genocidio, versus los fuegos de artificio entre el jefe de Estado y unos devaluados príncipes de sotana. O estamos hablando de un “clima de odio” porque algunos periodistas fashion de la derecha corporativa se muestran como perseguidos, contra la probabilidad de un colapso energético.
Y ahora reaparece la luminaria de los asambleístas de Gualeguaychú y aledaños. Recorrámoslo del mismo modo alternadamente brusco en que sucedió. Uruguay interviene en el río para la construcción de las plantas, ya no importa si habiendo avisado a la Argentina como debía. Argentina no le da al punto la menor importancia. Los habitantes de este lado de la costa toman nota de terribles denuncias de contaminación y comienzan a movilizarse. El Gobierno sigue sin prestar atención hasta que empieza el corte de puente. Kirchner mira con un ojo al costado y con el otro un poco más al centro y dice que es apenas un problema “ambiental”. Los vecinos de Gualeguaychú retroalimentan su bronca, el corte sigue, el Presidente centra la mirada, huele fervor popular y en un pase de magia transforma al problema ecológico en “causa nacional”. Se va a Gualeguaychú con todo el gabinete y un coro de personalidades de todos los ámbitos, encabeza una manifestación contra las pasteras, se pelea con Tabaré, nombra secretaria de Medio Ambiente a una asambleísta, apuesta a la estrategia de que no haya financiación internacional para las pasteras y manda el expediente a La Haya. A esa altura, ayer nomás, lo que comenzó como el reclamo de un pueblito había mutado en otra jugada presidencial de golpe de efecto. Pierde en La Haya y aguanta, pierde en el tribunal del Mercosur y aguanta. Pero pierde con el informe de la consultora canadiense al Banco Mundial, que dice que las pasteras no contaminan nada de nada, y ya no aguanta. Retrocede varios casilleros y pide a los vecinos que no corten el puente, que no sirve, que es una táctica que definitivamente se volverá en contra. Imposible. ¿Cómo se hace para frenar a gente a la que se le dijo y estimuló oficialmente que, en efecto, tiene un olor espantoso y un cáncer al otro lado del río? ¿Con cuál autoridad y con cuál convencimiento se les dice ahora que se queden en sus casas? Con sus más y sus menos, la de Uruguay se convirtió una política de Estado, las pasteras se harán sí o sí (Botnia, al menos) y nadie en el mundo le da alguna razón a la Argentina. Y como debió haber sido desde un comienzo, porque eso siempre fue así, la única salida es hablar claro con los pobladores costeros y sentarse a negociar con los uruguayos el control de las fábricas. Hoy no se puede porque todos quedaron presos de su propia dinámica. Pero terminará siendo así, en algún momento más tarde o más temprano.
Lo que no debería olvidarse es el carácter de lección de episodios como éstos, a propósito de lo costoso que pueden ser las actitudes arrebatadas y demagógicas. La necesidad de ocupar el centro de la escena por parte de Kirchner se funda en razones de psicología personal y en la inexistencia de oposición. Pero una cosa es jugar a la mancha venenosa con los curas o la prensa del establishment, y otra con la sensibilidad de una población en torno de las consecuencias sanitarias de emprendimientos industriales. El Gobierno no es el único responsable de este estado climático donde todas las noticias políticas parecen valer lo mismo. Hay esa oposición que no existe, y no existe porque no tiene nada interesante que decir respecto de nada (el conflicto con Uruguay, precisamente, fue una muestra). Hay una sociedad que tampoco dice mucho, gracias a las recreadas expectativas de consumo del sector que fija la agenda mediática: la clase media. Y en medio de esa displicencia hay las necesidades de impacto de la prensa dominante, a la que nadie en sus cabales puede pedirle que deje de mezclar en una misma masa a López, la crisis energética, la educación sexual, Blumberg, Gualeguaychú, los hidrocarburos, los créditos y el costo de los alquileres, Bergoglio, los enojos de las corporaciones mediáticas, la Justicia colapsada, los accidentes de tránsito, los juicios a los represores.
Lo concreto es que si todo esto puede ser manoseado de una forma tan ecléctica, llegando a ese extremo de que mañana desaparece lo que hoy es presentado como trascendental, se debe a que el país entero carece de un debate político central. Porque en ningún debate de esas características podría haber, como hay aquí, decenas de temas que van y vienen, de un rato a otro, sin alcanzar la profundización de ninguno. El columnista no tiene la pretensión de proponer cuál debería ser esa discusión vertebral. No, al menos, en estas líneas. Y por otra parte, se conoce su posición en cuanto a cuáles son los aspectos de estructura que deberían conducir ese gran debate que ni siquiera asoma. Pero sí está seguro de que esa ausencia es la culpable de este circo informativo.
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