Lunes, 10 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Javier Lorca
Una de las aristas de la consabida crisis de la política se desarrolla en el desplazamiento del poder desde aquellas instituciones de la democracia hacia diversas instancias de mediación: las estrategias de comunicación y el marketing de la política, campañas publicitarias, asesorías de imagen, encuestas (menos relevamientos que apuestas a sembrar un clima). Una nueva política definida por “la detracción de su práctica y su ideología”, al menos en los términos en los que se la solía entender. Y con riesgos: si se acepta acríticamente la identidad entre ciudadanos y consumidores, “lo político pierde sentido para tornarse producto”, advierten Lila Luchessi y María Graciela Rodríguez en el artículo que abre y contextualiza Fronteras globales, una compilación de textos dedicada al asedio de la compleja relación entre “cultura, política y medios de comunicación”.
Si, como historió el abundante Jürgen Habermas, el surgimiento de la opinión pública, allá por el siglo XVIII, se apoyó en el germen de los medios de comunicación (la prensa), herramienta central para la libertad de la vida política, los medios no pueden ser considerados hoy (si acaso alguna vez) “meras cadenas de difusión”, sino como espacios privilegiados en la lucha del poder simbólico por construir hegemonía. Cotejar las tapas de los diarios, un día cualquiera, es prueba suficiente.
Las autoras dan cuenta de una articulación triangular entre los medios de comunicación, el poder político y la ciudadanía. En ese vínculo, el poder político funciona como un polo que interactúa con los otros vértices, mientras la intervención ciudadana se ve constreñida: los ciudadanos “quedan confinados a un espacio político en el que la acción refrenda o invalida las ambiciones de los integrantes de la hegemonía. La interlocución que se postula coloca a los ciudadanos en un lugar cuya participación se limita a la opinión”; un proceso que alimenta el desprestigio de la política, su vaciamiento y pérdida de espesor. Si en la democracia delegativa que describió Guillermo O’Donnell los ciudadanos abandonaban derechos y deberes al arbitrio de autoridades fuertes y centralizadas, en esta etapa los albaceas de la delegación son los medios de comunicación. “Con el debilitamiento de las instituciones y el sistema político –señalan Luchessi y Rodríguez–, la ciudadanía queda relegada a un espacio de consumo. Entonces, el poder simbólico del sistema mediático crece de modo exponencial”.
Para indagar ese complejo entramado político cultural, Fronteras globales se organiza en tres ejes. En el primero, referido a los espacios comunicacionales, textos de Silvio Waisbord, Philip Schlesinger, Stella Martini y Lila Luchessi analizan relaciones entre la comunicación, lo nacional, lo transnacional y lo regional. En el segundo, dedicado a las representaciones mediáticas de la vida cotidiana y las prácticas políticas, Santiago Marino y María Graciela Rodríguez leen “viejos contratos en el nuevo Clarín”, Virginia Beaudoux y Orlando D’Adamo desbrozan el tratamiento del delito y la violencia en la prensa a partir de datos empíricos, y Esteban Rodríguez examina el rol de los movileros en la representación mediática de la protesta social. Finalmente, el tercer eje propone críticas y aportes a las teorías que abordan la cultura y la comunicación, mediante artículos de Rodríguez, Luchessi, Gabriel Cetkovich Bakmas y Mariana Baranchuk.
Como corolario, una cita de Perry Anderson: “Una democracia profunda –escribió en Más allá del liberalismo: lecciones para la izquierda– precisa de un sistema parlamentario fuerte, basado en partidos disciplinados, con financiamiento público equitativo y sin demagogias cesaristas. Sobre todo, exige una democratización de los medios de comunicación, cuyo monopolio en manos de ciertos grupos capitalistas superconcentrados y prepotentes es incompatible con cualquier justicia electoral o soberanía democrática real”.
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