ESPECIALES • SUBNOTA
El cronista recorre el Cabildo y felicita a los colegas por sus notas. Entre ellos, a Belgrano y Moreno. Luego,
en otro salto en el tiempo, entrevista a Esteban Echeverría.
› Por Osvaldo Bayer
Entro al Cabildo. Están todos. Se van a dar cuenta de que no soy de la época porque hablan todos la castilla. Apenas un criollismo por ahí o ya un porteñismo.
A quien reconozco en seguida es a Belgrano, con su cara de algo de niño. Voy hacia él. Quiero felicitarlo por su artículo publicado hoy en El Correo de Comercio. Al saludarlo, no puedo menos que decirle: “Usted es un adelantado, se adelantó unos doscientos años”. Me mira sorprendido y apenas me murmura: “¿Por qué dice eso?” Por su defensa de la mujer, le respondo.
–No, no, es nada más que lo justo, es lo menos que puedo decir, este estado de cosas no puede seguir, mucha revolución, mucha revolución, pero a la mujer, nada.
–Pero no me va a negar que usted es uno de los pocos que piensa lo que dice.
–Hago lo que puedo –me responde.
–Hoy, 21 de julio de 1810, usted escribe aquí en el periódico El Correo del Comercio, desafiando con esto a toda la sociedad lo siguiente: “¿Pero cómo formar las buenas costumbres y generalizarlas con uniformidad? ¡Qué pronto hallaríamos la contestación, si la enseñanza de ambos sexos estuviera en el pie debido! Mas por desgracia, a la mujer que debe estar dedicada a sembrar las primeras semillas la tenemos condenada al imperio de las bagatelas y de la ignorancia. La naturaleza nos anuncia una mujer: muy pronto va a ser madre y presentarnos conciudadanos en quienes debe inspirar las primeras ideas. ¿Y qué ha de enseñarles si a ella nada le han enseñado? Nuestros lectores tal vez se fastidien con que les hablemos tanto de escuelas, pero que se convenzan de que existen en un país nuevo”.
Belgrano me queda mirando.
–¿Qué les dijeron sus colegas de la Junta cuando leyeron esto? –le pregunto.
–Por supuesto, los únicos que me lo comentaron fueron Mariano y Castelli. Me dijeron que están totalmente de acuerdo. Hay que darles escuela a las mujeres. Los demás o no lo leyeron o no consideraron importante hacerme ningún comentario. Es que es un tema difícil, lo de los esclavos sí puede discutirse aquí, lo de los indios sí puede ser tema pero... el tema de las mujeres es mucho más difícil y complicado. Principalmente para los padres de niñas. Protegerlas, protegerlas, es la única reacción, y no se dan cuenta de que la protección trae negación a la libertad, es quitarles el derecho a la decisión, a la libertad. Las denominadas leyes sociales son una especie de normas marcadas por los que tienen el poder: Pero ya verá usted que vendrá la liberación de la mujer, así como alguna vez se acabarán el colonialismo, la esclavitud, el dominio del más fuerte hacia el considerado débil. Ya lo verá usted, la historia no se puede detener... aunque algunos historiadores dirán que ésta no fue una revolución, sí lo fue. Porque es un comienzo muy distinto, nos liberamos de instituciones coloniales. La dependencia continuará, sí, pero no será ya institucionalizada como antes.
Me deja, tiene muchísimo que hacer, lo veo nervioso, eufórico. Siempre, como si el 25 de mayo fuera la fecha señalada, se da cuenta de que aquí comienza la otra historia, que ya nadie la podrá detener, sólo los propios argentinos podrán parar esta ola de aire fresco. Y lo van a hacer en los doscientos años posteriores...
Voy en busca de Moreno. Ahí está Mariano. Como siempre, leyendo, ensimismado, pese a las voces que inundan el ambiente. Piensa, escribe, propone. Sabe que hay poco tiempo. Que la oportunidad de una verdadera Revolución, sí, así, como la quiere él, va a ser muy breve. Está escribiendo el “Plan Revolucionario de Operaciones”. Me presento, le digo que soy un periodista del siglo XXI. Sin responderme, me alarga las páginas ya escritas y sigue ensimismado, escribe y escribe. El escribe, yo leo. De pronto, siento una imperiosa curiosidad. Este hombre está un siglo adelantado, más, un siglo y medio. No digo dos siglos (un bicentenario) porque es un hombre a la ofensiva, no hay retrocesos, ni temores ni aguas tibias. Me inclino y lo abrazo. Me mira sin sonreír ni preguntarme. Le pregunto yo:
–Usted escribe aquí. “Las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad.” Se me ocurre una pregunta: ¿Usted tuvo acceso a los comentarios que escribieron sobre esto medio siglo después?
Me mira como si estuviera pensando en otra cosa y me responde, seco:
–Lo que escribí es la lógica. Todo lo demás es teoría de charlatanes que se quedan con el vuelto.
Me quedo mudo. El sigue trabajando. De pronto, me toma los papeles y me señala una frase de su escrito: “El mejor gobierno, forma y costumbre de una Nación, es aquel que hace feliz al mayor número de individuos”.
Quiero tal vez provocarlo y le pregunto, a boca de jarro:
–Usted es socialista.
Me mira largamente. Me toma otra vez sus papeles ya escritos, busca una frase y me la marca. Leo: “Si no se dirige bien una Revolución, si el espíritu de entrega, ambición y egoísmo sofoca el de la defensa de la patria, en una palabra: si el interés privado se prefiere al bien general, el noble sacudimiento de una Nación es la fuente más fecunda de todos los excesos y del trastorno del orden social”.
–Usted es un antidemagogo –le sugiero.
–No, es sólo la verdad. Lea esto.
Y me alcanza su escrito “Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios”. Leo: “Desde el redescubrimiento empezó la malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos antes que sujetarse a las opresiones de sus amos, jueces y curas”.
–Repito, usted es un antidemagogo –le digo, mientras le doy la mano y me despido.
–Gracias –me responde apenas.
Este tiene algo poderoso adentro, me digo, con temor. Es demasiado peligroso para aquellos que quieren cambiar todo para no modificar nada, me repito, pensado en muchos políticos de nuestros doscientos años.
Lo veo a Castelli, le doy la mano pero, como siempre, tiene mucho que hacer, se mueve de un lado a otro mientras me dice:
–Me mandan al Alto Perú.
–¿Qué piensa hacer? –le lanzo la pregunta periodística de los que quieren saber todo.
–Ya va a ver. Eliminar la mita, la encomienda y el yanaconazgo, las tres formas de esclavitud que han inventado estos europeos –me responde mientras se pone el sombrero para irse.
Y lo hizo. Juan José Castelli. Moreno y Castelli, los dos muertos apenas meses después. Las grandes esperanzas. El fuego mismo, la llama. Pero igual, ya no pudieron volver atrás los conservadores de siempre. Ya que esa llama alcanzó para la dignísima Asamblea del Año XIII, con su increíble coraje civil. La libertad de vientres a los esclavos, la anulación de las torturas para la policía en la investigación de crímenes, la anulación de los títulos de nobleza, y se da por finalizada la Inquisición de la Iglesia Católica. Y también esto: hacernos cantar el Himno Nacional con esos versos: “Ved en trono a la noble Igualdad. Libertad, Libertad, Libertad”.
El espíritu de Mayo, me digo. Y pienso en Esteban Echeverría. Me adelanto un cuarto de siglo de aquel 1810 y lo visito al Esteban Echeverría de 1834. Elegante, sonriente, me señala que está escribiendo el “Dogma Socialista”. Le digo que vengo de verlos a Belgrano, Moreno y Castelli. Me mira fijamente y me alcanza un papel escrito.
–A esto lo escribí hoy –me dice.
Lo leo en voz alta. Y la verdad es que me emociono a medida que avanzo en la lectura:
“Asociación, progreso, libertad, igualdad, fraternidad, términos correlativos de la gran síntesis social y humanitaria, símbolos divinos del venturoso porvenir de los pueblos de la humanidad. La Libertad no puede realizarse sino por medio de la Igualdad, y la Igualdad, sin el auxilio de la asociación o del concurso de todas las fuerzas individuales encaminadas a un objeto, indefinido: el progreso continuo. Fórmula fundamental de la filosofía del siglo XIX: El camino para llegar a la libertad, es la igualdad, es la igualdad. La Igualdad y la Libertad son los principios engendradores de la Democracia”.
La emoción no me deja hablar. Como única reacción le doy un abrazo y balbuceo:
–Gracias.
Camino hacia la Plaza de Mayo. Como un imán me atrae el Cabildo. Paso por delante, me detengo y murmuro: “El camino para llegar a la Libertad es la Igualdad”.
Bajo la cabeza y me pregunto: ¿Qué hicimos los argentinos en estos 200 años con esos pensamientos de Mayo?
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